Una mujer de mediana edad que de repente se da cuenta que lo ha perdido todo, momentos de tristeza que se mezclan con alegrias del pasado.
Un futuro incierto, un nuevo comienzo y la vida que hará de las suyas en el camino.
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Una distancia difícil de soportar
La casa estaba en silencio. Los gemelos ya dormían, agotados después de un día repleto de ensayos, emoción por la fiesta que se avecinaba y discusiones triviales por los colores de los globos. Me senté en el borde de la cama, con una crema en las manos que nunca me puse. Me quedé quieta, mirando el frasco sin verlo realmente, escuchando el sonido lejano del agua correr en el baño.
Charles salió unos minutos después, con el cabello húmedo y una camiseta gris que solía usar solo en casa. Se detuvo en la puerta, como si necesitara medir el ambiente antes de entrar. Lo vi desde el espejo, y bajé la mirada.
—¿Podemos hablar? —preguntó con esa voz suya, baja, como si temiera asustarme.
No respondí de inmediato. Me levanté, caminé hasta mi lado de la cama y me senté con lentitud, dejando la crema sobre la mesita de noche.
—Habla —dije al fin, sin mirarlo.
Él se sentó a mi lado, pero no demasiado cerca. Agradecí ese pequeño gesto de respeto, aunque no aliviaba la tensión que nos envolvía.
—Sé que me estás evitando. Y entiendo por qué. Solo quiero decirte que… —hizo una pausa, como si las palabras le pesaran— que lo lamento. No es lo que crees.
Me giré hacia él entonces, no con rabia, sino con una calma que me sorprendió.
—¿Y qué es lo que creo, Charles? Porque los escuché. A ella. A ti. No tengo que suponer nada. No tengo que imaginar nada. Estuve ahí. Sé lo que no.
Él tragó saliva, incómodo.
—Es una historia complicada…
—No, no lo es. Vos la complicaste. Vos decidiste mentirme. Yo no hice nada para merecer esto —le dije con firmeza— No sé desde cuándo está pasando, y aunque quisiera saberlo, ahora mismo no importa. Lo único que tengo claro es que, en este momento, no tengo nada que hablar contigo que no esté relacionado con nuestros hijos.
—No quiero perderte —dijo él, apenas un susurro.
Lo miré, y durante un segundo, quise llorar. Pero no lo hice.
—Eso tendrías que haberlo pensado antes de permitir que otra mujer creyera que tenía derecho a reclamarte como si yo no existiera. Ahora, si me disculpás, necesito descansar.
Me metí en la cama y apagué la lámpara de mi lado. Él se quedó quieto, sin saber si irse o quedarse. Finalmente, lo escuché moverse hacia su lado y recostarse con lentitud. No hubo besos de buenas noches. Ni siquiera un roce.
Nada.
Solo el silencio. Pesado, real, cruel. Como la verdad que había estado esquivando durante demasiado tiempo.
Los preparativos para la fiesta de los gemelos fueron tantos que no me dieron tiempo de pensar en nada. Cuando Charles se acercaba con intenciones de hablar mis palabras siempre derivaban en una evasiva, no tenía ganas de arruinar mi estado de ánimo, al menos no el que se veía. Porque por dentro era otra la cuestión.
Mi realidad era que estaba viviendo una mentira, no sé desde cuando. Pero sin importar el tiempo era una mentira al fin. Una que me hacía cuestionar todo lo que habíamos vívido en estos veinte años. Llegué a preguntarme si está habría sido la primera vez que él me engañaba o hubieron otras.
Me encontraba en mi habitación, sentada en la cama revisando la lista de invitados de los chicos cuando Alma entró a la sala.
—¿Qué es lo que está pasando, nena? —me preguntó entrando a la habitación. Al principio dudé, pero luego recordé que si había una persona en la cual podía confiar ciegamente esa persona era mi hermana.
—Es Charles —respondí bajando la mirada, porque si bien yo no había hecho nada me avergonzaba lo que estaba por contarle.
Le conté a Alma lo que había pasado y su actitud fue exactamente la que esperaba.
—¡No puedo creer lo que me cuentas! —replicó sorprendida —¿Quieres que le pida a Josh que vaya con los chicos y le den una golpiza? —preguntó, Josh es su novio y aunque la idea de la golpiza no me desagradaba demasiado le pedí que no interviniera. Alma me miró como si quisiera abrazarme con los ojos, como si quisiera absorber todo el dolor que yo estaba sintiendo para aliviarme un poco. Se sentó a mi lado en la cama y me tomó la mano con firmeza.
—No sé cómo puedes estar tan entera, de verdad. Yo en tú lugar estaría tirando los platos y gritando a los cuatro vientos lo desgraciado que es ese hombre.
Me reí, apenas, por su exageración. Alma siempre había sido fuego, mientras que yo era más bien calma, una persona que siempre le buscaba él lado bueno a las cosas e intentaba justificar las acciones de los demás. Tal vez por eso nos entendíamos tan bien.
—No quiero arruinarle la fiesta a los chicos. Están tan ilusionados con la ella… Y mientras que Charles se comporte como si todo fuera normal voy a dejarlo así, por ahora. No quiero discutir. No es el momento.
—Lo entiendo, nena, pero tienes que prometerme que no vas a dejar que esto se quede así. No después de todo lo que escuchaste. No después de veinte años de matrimonio. —Su voz tembló al final, como si también estuviera conteniendo la furia.
—Te lo prometo, Alma. Solo necesito un poco de tiempo para procesar todo. No quiero actuar por impulso. Quiero estar segura de lo que haré después del cumpleaños de Alex y Luana.
Ella asintió, y entonces se inclinó hacia mí para abrazarme. Sentí sus brazos cálidos rodeándome, y por un momento todo el dolor se hizo más llevadero. Porque tener a mi hermana cerca era como volver a casa. Nuestros padres habían muerto cuando yo tenía dieciocho años y ella quedó a mi cargo, y si bien nunca nos llevamos mal, desde que quedamos solas nos hicimos más unidas que antes.
—Voy a quedarme un ratito más, pero después me voy a casa. Josh tiene turno de noche, y quiero ayudarlo con unas cosas antes de que se vaya —me dijo mientras acariciaba mi mano —Pero voy a volver para el cumpleaños de los chicos, te lo juro. Y si ese infeliz se atreve a mirarte mal, yo misma le tiro la torta en la cara.
—Prométeme que al menos lo harás después de cantar el feliz cumpleaños —dije entre risas, aliviada por primera vez en días.
—Trato hecho —respondió con una sonrisa cómplice.
Alma se quedó un rato más, ayudándome con la lista, haciendo bromas tontas que lograron distraerme. Y cuando se despidió, me abrazó de nuevo, fuerte, como si con ese gesto quisiera recordarme que no estaba sola, que pasara lo que pasara, ella siempre estaría de mi lado.
Un para de horas después la vi marcharse, y por un instante sentí que podía volver a respirar.
Pero al darme vuelta, vi a Charles bajando las escaleras, deteniéndose al notar que yo lo observaba. Nos miramos en silencio durante unos segundos que se sintieron eternos. Y aunque él no dijo una sola palabra, sus ojos parecían suplicarme algo.
Yo solo me giré y regresé a la cocina, como si nada hubiera pasado.
Porque hasta que no terminara esa fiesta, mi mundo, por fuera, seguiría intacto.
Seguiré leyendo
Gracias @Angel @azul