En esta vida parece que el mundo te protege, pero... eres la única que no sabe lo que pasó en la vida anterior, podrás perdonar o será muy tarde para hacerlo.
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Cap. 20 Los Sin Don no son débiles
odos se congregaron en la sala contigua a la habitación de la Princesa Fénix, convocados por una urgencia que pesaba en el aire como una tormenta a punto de estallar. La tensión en el aire era como una cortina de oscuridad.
—Mi princesa está embarazada, y los gemelos son míos —dijo Elian con una voz cargada de alegría y orgullo, en su vida anterior, jamás habría dicho estas palabras y menos las habría creído.
Serafín, con los dedos hundidos en sus sienes, se negaba a hablar del tema, aunque una sonrisa discreta se dibujaba en su rostro cada vez que miraba a su sobrina. La valquiria, que había llegado tarde por supervisar el rastrillaje de los Dragones, apenas alcanzó a escuchar el final del revelador chisme.
Todos clavaban miradas juguetonas en Dely, mientras Elián fruncía el ceño, consciente de que la situación se había vuelto críticamente delicada.
—No solo Dely está en peligro —murmuró alguien entre la multitud—. Es mucho más que eso. Era la supervivencia de la última semilla del Clan Dragón lo que pendía de un hilo.
Durante siglos, los Dragónes habían enfrentado una esterilidad implacable. Sus mujeres no concebían, sus hombres no engendraban, y su población se reducía a menos de un centenar de adultos, sin un solo niño que llevara su legado. La especie se extinguía lentamente, en silencio.
Pero ahora, un milagro inconcebible estaba en marcha.
Los Dragónes nunca se mezclaban con otros clanes, humanos o criaturas. Era una ley inquebrantable. Y, sin embargo, por primera vez en milenios, lo imposible había sucedido.
—No es un veneno —aclaró la Matriarca Grau, sosteniendo el frasco con manos temblorosas—. Es un catalizador… para acelerar el embarazo y garantizar que el heredero nazca sano, incluso en medio de esta guerra. No sabíamos para quién lo preparábamos, pero ahora, sabemos su propósito —dijo mirando con admiración la joven Fénix.
Elián apretó los puños. No podían permitir que Dely llevara un embarazo normal en pleno conflicto. Cada día adicional era un riesgo mortal, no solo para ella, sino para la última esperanza de su pueblo.
La sala, atestada de patriarcas y matriarcas de los clanes, quedó en silencio cuando El Llanto Grau tomó la palabra.
—Quiero confirmarles a todos: la Princesa Fénix, Dely Anahari Valeriana, está embarazada —anunció con solemnidad, mientras una ola de murmullos recorría el recinto.
El Patriarca del Clan Grau avanzó hacia el centro de la sala, su voz resonando con la autoridad de siglos:
—Efectivamente, la niña Valeriana espera gemelos —declaró, levantando una mano para acallar a los presentes—. Mis años de experiencia perciben dos pequeñas auras en su interior: una de Dragón, otra de Fénix. Sabemos que los Fénix suelen engendrar gemelos, niño y niña… pero esta vez, uno lleva la sangre de su madre y el otro, ¡la de un Rey Dragón!
El impacto de sus palabras fue como un trueno.
—Esto era imposible desde hace milenios —continuó el patriarca, su mirada ardiendo de gravedad—. La sangre de Dely no solo ha aceptado el fruto de Elián… ¡lo ha fortalecido! Pero esto nos coloca al borde de un cambio histórico. ¡Debemos estar alerta! ¡Debemos proteger este milagro!
Los presentes asintieron, algunos con lágrimas en los ojos. Por primera vez en siglos, un clan cerrado al mundo —los Dragónes— había roto su aislamiento.
Y Elián, inmóvil en su trono, sintió que el corazón le estallaba de felicidad. No le importaba si era niño o niña… ¡era un Dragón! Un heredero que aseguraría la supervivencia de su estirpe. Gracias a los Valerian, su linaje viviría por los siglos venideros.
En un costado de la sala, Raquel aplaudía, con entusiasmo, su sonrisa de oreja a oreja delatando su complicidad. Ella lo había visto desde el principio: la conexión entre el Rey Dragón y la Princesa Fénix no era solo física, sino un vínculo emocional que trascendía lo predecible.
Aunque fingía desconfiar de Elián, en el fondo sabía que él la protegía como a un tesoro, y eso la tranquilizaba. Pero justo cuando se disponía a brindar por la feliz noticia, algo heló su sangre.
Allí, en la penumbra, estaba el Nigromante.
Sus ojos negros, fríos como una tumba invernal, la observaban sin pestañear. Era la personificación del purgatorio: calculador, impenetrable, mortal. Y sin embargo…
¡Su corazón se aceleró como un tambor de guerra!
Raquel se mordió el labio, una chispa de desafío brillando en su mirada. "Perfecto", pensó. Si el destino le ponía frente a ese hombre imposible, ella lo conquistaría… fuera como fuera.
Dely estaba sentada junto a Elián, con las mejillas rojas como un tomate, incapaz de disimular su turbación. Todos los presentes habían notado hace tiempo la tensa atracción entre la Fénix y el Dragón, pero ahora tenían pruebas irrefutables: aquellos "coqueteos" que ella negaría hasta la muerte y que él proclamaría a los cuatro vientos los habían convertido en la pareja más icónica del reino.
Mientras los clanes se regocijaban, dos figuras irrumpieron en la sala: Jonier y Shania, la princesa Dragón, que llegaban apresurados tras enterarse de la noticia.
—¡Felicidades! —exclamó Shania, pero su mirada era de comprensión, ahora lo entendida más que nadie.—. ¡Sabía que ese brillo en tus ojos no era solo por el entrenamiento!, parece que los Dragónes no siempre tenemos a Dragónes en mente —dijo mirando el pequeño vientre de Dely con un brillo de celos y añoranza, de gran angustia.
Dely, ya en su sexto mes gracias a las pócimas aceleradoras, se tocó el vientre con una mezcla de asombro y ternura. Ahora todo tenía sentido:
Su barriga había comenzado a crecer sin motivo aparente.
Los movimientos leves que había sentido en las últimas semanas.
El sangrado insignificante que la había confundido.
Una sonrisa tímida se dibujó en su rostro mientras se mordía el labio. "Ese lagarto lujurioso... ¡me dejó realmente embarazada!", pensó, lanzándole una mirada entre reproche y adoración a Elián.
En el campamento de los Sacerdotes del Templo de las Almas, el Juez de Almas rugía de furia, su rostro deformado por la indignación. Sus espías habían desaparecido. Sus cazadores no regresaron. Incluso sus cazadoras de brujas se habían esfumado como si el suelo se las hubiera tragado.
Y lo peor de todo: la Jueza Morena no salía de sus aposentos.
Lo que él ignoraba era que las almas enviadas por el Nigromante la atormentaban día y noche, susurrándole horrores en la oscuridad, desgastando su cordura. La información que recibía era escasa, inútil.
Mientras tanto, Elián había convertido el palacio en una fortaleza inexpugnable, protegiendo a Dely como si fuera el último tesoro del mundo.