BELLE MI AMOR DE LA INFANCIA

Ese fin de semana, por fin, Belle tendría un merecido descanso. Pero en medio de la calma, notó una ausencia inusual: su "pequeño terremoto" no había aparecido para dormir en su departamento.

Samira siempre iba con ella, era su sombra, su cola inseparable. Pero esa noche no llegó. La inquietud fue leve hasta que, al medio día siguiente, la puerta se abrió y apareció Samira.

Llegó con la misma ropa del día anterior, el cabello mojado, una expresión de culpabilidad pintada a brochazos en el rostro y oliendo intensamente a ese jabón barato de hotel que Belle reconocía de sobra.

Belle la miró con los brazos cruzados y una ceja levantada, confundida pero no sorprendida. Samira era, sin duda, la peor del mundo para guardar secretos, especialmente los de sus propias aventuras.

Su expresión era un cartel luminoso que decía "¡PREGÚNTAME!". Así que Belle decidió no presionar. Sabía, con la certeza de quien conoce a su hermana como la palma de su mano, que Samira se lo contaría todo en cualquier momento, probablemente en el segundo menos oportuno y con todos los detalles escandalosos incluidos.

Más tarde, cuando Belle terminaba una pintura para relajarse y no pensar en el bochornoso striptease involuntario que le había dedicado a Diego, entró Samira con una cara que gritaba "¡Tengo un secreto y exploto si no lo suelto!".

Belle la miró y no dijo nada, manteniendo su estrategia. Samira no aguantó ni cinco segundos.

—Ayer fui a pasear con Rodri... —soltó, como si fuera, el inicio de una gran epopeya.

Belle asintió, sin apartar los ojos del lienzo.

—¿Y qué pasó?

Esa fue toda la invitación que Samira necesitó para largar la sopa hasta el último detalle.

—Unos amigos de ambos estaban en ese hotel chiquito de la carretera, el que tiene la piscina. Oh, y luego... —hizo una pausa dramática.

Belle sabía que iba a continuar a pesar de todo, pero un pequeño empujón nunca venía mal.

—¿Y...? —preguntó, manteniendo el tono neutro.

—Bueno, eran chicos que están en la ciudad por un tema deportivo. Había un coreano, muy guapo, ya sabes... —dijo, haciendo un gesto con la mano.

Belle asintió, aguantando la risa.

—Y... —insistió Belle, aun con el pincel en la mano.

—Bebimos, nos metimos en la piscina y... la decepción. En su traje de baño... había demasiado espacio. —Samira hizo un gesto de frustración con las manos.

—Ahí... ya sabes, mucho espacio, tela suelta... no había nada que lo rellenara. Me frustré.

Belle asintió de nuevo. ¿Qué podía decir?

—¿Y...? —repitió, dando el pincelazo final que faltaba en su cuadro y en la conversación.

—Bueno, ya más tomada, vi... un traje de baño que sí estaba bien llenado. Es más, faltaba un poco de tela para que no se ajustara tanto. Y... era el de mi Rodri. —Suspiró, dramática.

—¿Sabes lo difícil que es ver un monumento como es tu mejor amigo y no poder hacer nada?

Belle asintió. Pues sí lo sabía. Solo que esa tonta no se daba cuenta de que ella ya había pasado por eso exactamente.

—¿Y qué pasó? —preguntó, ya empezando a levantar las cejas.

—Pero yo estaba decidida. Iba a perder mi virginidad con alguien que me moviera los calzones, que me causara... humedad inguinal, que fuera un potro, pues —declaró Samira con una tranquilidad pasmosa.

Belle se exaltó.

—¿Y QUÉ PASÓ? —dijo, las cejas ahora en su línea de cabello.

—Bueno, el coreano quería conmigo. Yo... quería tener una experiencia sobrenatural, y con él no lo lograría. Así que, bien ebria, me fui con Rodri a su habitación.

Belle se agitó, imaginando mil escenarios catastróficos.

—¿Y QUÉ PASÓ? —casi gritó.

—Bueno, hablamos seriamente. Le pregunté cómo es que la tiene tan grande.

A Belle se le cayó el pincel de la mano.

—¿¡QUÉ!?

—Sí —confirmó Samira, imperturbable.

—Me dijo que no sabía y que tampoco la había usado. Pues bien, también virgen, igual que yo. Así que decidimos, como pacto de amigos, ser el primero del otro. Así no tendremos falsas expectativas.

Belle casi se atragantó con su propia saliva. El mundo de Samira era un lugar de una lógica... particular.

—Samira... —tragó saliva Belle, tratando de procesar.

—¿Ustedes... tuvieron...? ¿Se acamaron? ¿Y... en qué quedaron? —preguntó, completamente sorprendida. Esos dos eran como camaradas, hermanos de batalla. ¿Cómo habían terminado juntos de esa manera?

—Belle, no te hagas ideas —la interrumpió Samira, con un gesto de la mano.

—Solo fue entregar la primera vez. Y la segunda... —hizo una pausa, contando con los dedos— y la tercera... y la…

—¡Basta! Ya entendí —cortó Belle, poniéndose aún más colorada.

—Así que... ¿Siguen siendo amigos? ¿Como si nada? —inquirió Belle, mirándola fijamente para buscar algún signo de conflicto.

—Sí —afirmó Samira con una sonrisa amplia y genuina.

—Ahora, ya no importa quién venga después. Nuestra primera vez ya está en buenas manos, guardada y superada. —Soltó una risa de pura emoción y liberación, como si hubiera encontrado una manera genial de burlar al destino y todas sus complicaciones románticas.

—Sami... —dijo Belle con un suspiro que mezclaba preocupación y resignación—, no le digas de esto a nadie. A mamá, tal vez... pero si papá se entera, va a asesinar a Rodri, y la situación se va a poner realmente fea.

Samira negó con la cabeza en un movimiento de pánico exagerado.

—¡No! ¡Nunca! ¡Jamás! ¡Eso no! —protestó.

—Es nuestro secreto. —Luego, su expresión cambió a una curiosidad maliciosa.

—Ahora, dime... tú y Diego, ese día hace años... ¿qué tal? Nunca me contaste si te gustó.

Belle la fulminó con la mirada.

—Estabas chiquita, ¿cómo te iba a contar algo así? —esquivó la pregunta, pero luego, entre dientes, añadió.

—Y sí... fue muy... ardiente. Y... eso es todo. —Cortó en seco, cambiando de tema con autoridad.

—Ahora, ve y tómate una de esas pastillas para el día después. No vaya a ser que aparezcas con un mini Rodri en nueve meses.

Samira sonrió, no con vergüenza, sino con un orgullo extraño y práctico.

—Ya la compré y me la tomé. No pasa nada —aseguró, como si hubiera resuelto una ecuación matemática.

Belle negó con la cabeza, un gesto de admiración, exasperación y cariño infinito por la singularísima lógica de su hermana pequeña.