Ravenna y Dorian, el duo perfecto de la mafia italiana mas peligrosa del mundo liderada por su familia.
Son conocidos como:
”Lobos sanguinarios”
Ella es astuta, manipuladora y su belleza es la perdición de muchos.
El es cauteloso y controlador.
Ambos indomables, también consiglieres de su padre el lider.
No les gustan los menores, siempre con mayores, Pero no les importará cuando se encuentran con los menores que les volcaran el mundo de cabeza y los pondrán a su merced.
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ERES MÍO
LYSANDER
El marco de la fotografía de mi madre capturaba la única luz en la penumbra de mi habitación. Sentado en el borde de la cama, con el peso del mundo desmoronándose sobre mí, las lágrimas corrían sin piedad, dejando un rastro salado en mi piel. La pregunta, una y otra vez, resonaba en mi mente como un eco cruel: ¿Por qué demonios nací?
Desde que la muerte se llevó a mi madre, a mis escasos diez años, mi existencia se había desmoronado en mil pedazos. El traslado a Londres para vivir con mi padre, mi madrastra y una escoria que llamo hermano, marcó el inicio de mi exilio.
Siempre encontré refugio en los libros, en el conocimiento. Al ingresar en la misma escuela y aula que mi hermano, mi desempeño fue inmediato y sobresaliente. En la primera entrega de calificaciones, mi nombre brillaba en lo más alto, llenando de orgullo a mi padre, mientras que mi hermano apenas lograba un puesto cercano al final. Esa noche, la decepción en los ojos de mi padre fue el catalizador. A partir de entonces, el acoso se volvió mi sombra. Me vi obligado a alterar exámenes, a falsificar tareas, a intercambiar mi lugar con mi hermano, para que él fuera el número uno y yo el último. Todo para evitar los golpes, aunque, irónicamente, ni siquiera eso sirvió de barrera. Cuando él lo decide, el dolor encuentra su camino.
Aprendí a vivir así, a tragarme el veneno, porque la esperanza de volver a verla, a mi primer amor, era el único combustible que me mantenía a flote. Pero el combustible se agota. Fue el año pasado, al conocer a Sabrina, mi mejor amiga, cuando encontré una razón para resistir un poco más. Ella se convirtió en mi faro en la más profunda oscuridad, pero incluso la luz más brillante no puede ocultar la tormenta que ruge dentro. Porque cuando no es mi hermano, es mi padre quien, al ver los moretones que marcan mi rostro, asume que son producto de peleas clandestinas. Él, un empresario multimillonario, debe proteger su imagen impecable, y esa exigencia se extiende a nosotros, sus hijos. Él es la personificación de la perfección, pulcro de la cabeza a los pies. Y yo… yo soy la mancha, la rata inmunda que nunca debió ser concebida.
Hoy, cumpliré su sueño, el sueño de ellos. Hoy, me reuniré con mi madre. La única persona en este mundo que, estoy seguro, me amó incondicionalmente.
Salí de mi habitación sigilosamente, el reloj marcaba las diez de la noche. Esperaba que ya estuvieran dormidos, pero al acercarme a la salida, las luces se encendieron, revelando la figura de mi padre. Su rostro, una máscara de terror y furia contenida.
—¿Vas a salir a estas horas? —su voz, áspera y acusadora, me atravesó.
—Yo… —la voz me tembló, un hilo de sonido apenas audible— sí, iré a comprar algo.
—Sí, claro, a hacer de las tuyas. ¿Por qué no me haces un favor? —asentí, mi corazón latiendo con una esperanza vana ante lo que pudiera pedir.
—Muérete de regreso a casa.
Sus palabras, afiladas como cuchillos, se clavaron directamente en mi corazón. Luché contra el impulso de llorar, de gritar, y me escabullí rápidamente, dejando atrás su gélida condena.
Caminé sin rumbo, la ciudad nocturna un laberinto de luces indiferentes. El puente peatonal apareció ante mí como una invitación silenciosa. En un instante, me encontré al borde, el viento aullando a mi alrededor, un lamento lejano que se fundía con el rugido de la vida urbana. La vista era deslumbrante: un tapiz de luces parpadeantes y sombras danzantes sobre el asfalto, donde los coches se deslizaban como ríos de metal incandescente. Pero para mí, esa belleza era un cruel recordatorio de lo que estaba a punto de perder. Con el corazón desbocado y la mente ahogada en un torbellino de desesperación, di un paso adelante.
El momento de mi caída fue un suspiro en la inmensidad del tiempo. El aire helado me envolvió mientras descendía, y por un efímero instante, sentí una extraña libertad. Pero esa libertad se desvaneció en un horror visceral cuando la realidad me golpeó con la fuerza de un ariete; el suelo se acercaba con una velocidad aterradora. En un acto de puro instinto, extendí una mano y, milagrosamente, logré aferrarme al borde del puente.
Colgado allí, mirando hacia el abismo, el terror me paralizó. La altura me hacía sentir diminuto, insignificante, y la certeza de la muerte me inundó con un pánico helado. Si ni siquiera para morir servía, ¿qué clase de cobarde era? Fue entonces cuando mi mirada tropezó con algo inesperado, una figura que emergía de las sombras luminosas. Una mujer, de una belleza etérea, cuya presencia parecía desafiar la gravedad. Su cabello ondeaba suavemente con la brisa, y un cigarrillo humeante en su mano se apagó al caer al suelo mientras ella se acercaba.
Era ella. La reconocí al instante al cruzarme con sus ojos. Mi primer amor. La chica con la que solía discutir por un yogurt.
Me quedé petrificado, cautivado por su belleza. El mundo a mi alrededor se desvaneció, dejando solo su imagen. Sus ojos brillaban con una luz que prometía algo más allá del dolor que había soportado. En ese instante fugaz, la idea de que esta sería mi última visión si no lograba aferrarme a la vida me golpeó con fuerza. Pero mi mano, debilitada, comenzó a resbalar lentamente del borde. La desesperación, una vez más, se apoderó de mí.
Se acercó más, su rostro bañado por los últimos destellos de luz.
—Sería una pena con ese rostro —me dijo, una sonrisa ladeada curvando sus labios.
Mientras extendía su mano hacia mí, sentí una mezcla vertiginosa de esperanza y temor. ¿Podría realmente salvarme? En un último acto de fe y desesperación, dejé escapar un grito ahogado mientras mi mano se deslizaba por completo.
Pero antes de que el abismo me reclamara, sus dedos se cerraron sobre los míos. Me sujetó con una fuerza sorprendente y me impulsó hacia arriba con una agilidad asombrosa. Sentí cómo mis pies volvían a tocar la sólida calzada del puente, como si hubiera regresado de las fauces de la muerte.
Me levanto al igual que ella con una sonrisa asustada mientras ella lo hacía con una victoria como si hubiera ganado algo.
—Salve tu vida, ahora me perteneces—me dice con una mirada seria mientras se acerca a mí y yo retrocedo hasta chocar con la baranda del puente. —Eres mío—musita después de tomar mi rostro entre sus manos atrayendo me a ella y estamos tan cerca que su respiracion choca con la mia.