Adrien Marlow siempre consideró a Kai Min-Fletcher un completo patán cuya actitud y personalidad dejaban mucho que desear. Era bruto, arrogante y un imbécil que a veces disfrutaba despreciar a los demás, justo el tipo de persona que Adrien detestaba. Por ello creyó que nunca se relacionarían. Pero entonces, en una noche de lluvia, descubrió algo inesperado: ¿Kai estaba llorando? Antes de que pudiera pensar con claridad, los dedos de su mano presionaron el botón de su cámara. Cuando el sonido alertó a Kai, Adrien no era consciente de que, en ese momento, su vida estaba a punto de cambiar… y que, quizá, también cambiaría la vida de alguien inesperado.
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No siempre tuvieron una vida tranquila. Cuando Adrien cumplió 13 años, sus padres fallecieron en un trágico accidente. En ese entonces, Alan tenía 21; apenas había alcanzado la adultez y ya cargaba con una responsabilidad demasiado grande. Fue una época oscura para ambos. Adrien ni siquiera recuerda gran parte de esos años, probablemente porque hubo muy pocos momentos felices.
El seguro de vida de sus padres los sostuvo durante un tiempo, pero después Alan tuvo que abandonar la universidad y buscar trabajo. Así fue como empezó en la cocina de un restaurante local. Al principio, ni siquiera era consciente del talento innato que poseía, pues su única preocupación era mantener a su hermano menor.
Comenzando desde lo más bajo, poco a poco logró ascender. Y cuando se le presentó la oportunidad de incursionar en la alta cocina, no la desaprovechó. Sin embargo, su trabajo es exigente, y con el tiempo, los periodos que pasaba en casa comenzaron a reducirse. Incluso hoy, Adrien rara vez lo ve.
—Lo siento, Adrien. Hoy te invité, pero no has hecho más que esperar —dice Alan entrando al bar con un carrito de servicio—. Espero que tengas hambre. Mira lo que traje: el especial del menú, preparado por mí.
Sentado junto a una mesa cercana al ventanal, Adrien continúa observando esta nueva perspectiva de la ciudad mientras degusta uno de los aperitivos que su hermano le había dado antes. No puede negar que está disfrutando del panorama. Como el sol acaba de ocultarse, le resulta fascinante ver cómo las luces comienzan a colorear la noche. Hace un rato, cuando estaba en el vestíbulo, no se sentía así. En cambio, ahora se encuentra cautivado por lo que ven sus ojos.
—Es lindo, ¿verdad? —dice Alan, mientras deposita los platos sobre la mesa—. La primera vez también me cautivó.
Cuando Adrien voltea, se da cuenta de que Alan ya no lleva puesto su traje de chef. Seguramente se lo quitó antes de subir para estar más cómodo.
—Creí que tu turno terminaba hasta la medianoche —comenta Adrien, suponiendo que su hermano tardaría más en llegar.
—Digamos que puedo darme ciertas libertades —responde Alan con un aire de satisfacción—. De hecho, me promovieron. Oficialmente, estoy a cargo de todo el restaurante del hotel. Te llamé porque quería celebrarlo contigo.
—Eso explica la cara de absoluta preocupación del anfitrión cuando lo amenazaste con despedirlo —dice Adrien, recordando el momento con una sonrisa. Luego dirige a su hermano una mirada llena de orgullo—. Felicidades por tu ascenso, hermano. Si lo hubiera sabido antes, te habría traído un regalo.
—Sabes que no hace falta —responde Alan, y justo cuando está por sentarse, nota que no hay ninguna botella abierta sobre la mesa—. ¿No te serviste una copa? Te dije que podías tomar cualquier licor. No te preocupes por el precio, yo invito.
—No es eso, es solo que no me gusta mucho el alcohol —confiesa Adrien—. Además, tampoco sé cuál sería la mejor opción para probar.
—¿Ah, no? Qué raro. ¿No se supone que a los jóvenes de tu edad les encanta embriagarse?
Adrien reflexiona, e inevitablemente piensa en su amigo Dylan, a quien le fascina pasarse de copas. Siempre que salen, la pobre Edith tiene que llevarlo a casa para evitar que cause problemas.
—Supongo que sí —coincide, y entonces un recuerdo inesperado se cuela en su mente; piensa en aquella vez que se encontró con Kai por casualidad, afuera del bar que está cerca de la cafetería donde trabajaba.
...“Ese día terminó con su novia… ¿podría ser que ayer estaba llorando porque la extraña?”...
En la barra, Alan selecciona una botella de vino blanco que combine bien con el sabor del platillo especial que preparó. Posteriormente, se sirve una copa y da un primer sorbo, observando a su hermano.
—Me sorprendiste allá abajo cuando te vi —habla, llamando la atención de Adrien—. Has crecido mucho, hermano. Mira lo alto que estás… incluso tienes más músculo que yo.
Perplejo por aquel comentario, Adrien se inspecciona a sí mismo por un breve instante. ¿De verdad creció? No se sentía diferente.
—¿Eso te parece?
—Sí —afirma Alan con una sonrisa sincera.
La última vez que ambos se vieron en persona fue hace meses. Desde la perspectiva de Alan, su hermano ha cambiado mucho. Pese a ser el mayor, Adrien no tardó en superarlo en altura. En cada reencuentro, Alan es testigo de cómo el cuerpo de su hermano madura a pasos agigantados. Para quien los vea juntos, podría no ser evidente que comparten la misma sangre: apenas se parecen. Aunque ambos tienen el mismo tono de azul en los ojos, el cabello de Alan es de un castaño más oscuro, y su complexión es mucho más esbelta.
—Por cierto, ¿por qué no usaste el pase que te di? —pregunta, sentándose frente a Adrien con la copa de vino en mano—. No deberías haber tenido problemas para entrar al restaurante.
—Mi celular se averió justo después de comunicarme contigo ayer —explica—. Por eso no pude usarlo.
—¿Se averió? ¿Qué pasó? ¿Lo tiraste por accidente?
—No precisamente. Alguien pasó corriendo cerca de mí y se cayó cuando chocó contra mi mano —dice Adrien, tomando los cubiertos para cortar la carne de su plato. Está deliciosa.
—¿Y hallaste al culpable? ¿Pagará por los daños? —La expresión de Alan cambia a una de absoluta seriedad—. Olvídalo, mejor déjame comprarte uno nuevo. Te daré un modelo con las mejores cámaras integradas.
—Hermano —Adrien se detiene y lo mira directo a los ojos—, tú ya haces mucho por mí al cubrir mis gastos diarios. Agradezco tu ayuda, pero es algo que puedo resolver por mi cuenta. Ya no soy un niño al que siempre debes proteger.
Lentamente, la expresión de Alan vuelve a suavizarse. Las palabras de Adrien lo tocaron en lo profundo.
—Tienes razón, lo siento —murmura. A pesar de que el cuerpo de Adrien evidencia que dejó de ser un niño hace tiempo, a veces le cuesta asumir que su hermano es un adulto capaz de librar sus propias batallas.
El silencio perdura por unos segundos. Adrien se cuestiona si sus palabras fueron demasiado duras; no era su intención hacer sentir mal a su hermano. Así que intenta animarlo.
—Pero si algún día necesito un consejo, tú serás el primero al que acuda.
Los ojos de Alan brillan de inmediato, llenos de anticipación.
Como tenían muchas cosas de las que ponerse al corriente, conversaron durante horas. Solo se dieron cuenta de lo tarde que era cuando el reloj de ambos marcó la medianoche. Adrien tenía clases al día siguiente; no podía quedarse más tiempo. Tras insistir, Alan le pidió un taxi y se despidieron con la promesa de mantenerse en contacto en cuanto Adrien pudiera recuperar su teléfono.
Mientras el auto se aleja del hotel Eternal, Adrien observa la figura de su hermano hasta que deja de distinguirlo. Estaría mintiendo si dijera que no lo admira; en realidad, Alan es su modelo a seguir. Sin embargo, no desea seguir exactamente sus pasos. Él quiere descubrir hasta dónde puede llegar siguiendo su verdadera pasión: la fotografía.
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