POR AMARTE

CONOCIENDO LA VERDAD.

El bullicio de la mañana en Nueva York me inundaba mientras me dirigía hacia la editorial. La fresca brisa acariciaba mi rostro, y el ruido de los cláxones junto a las conversaciones apuradas me recordaban lo distante que estaba de la calma de Los Ángeles. Sin embargo, nada de eso me preocupaba; Estaba llena de entusiasmo. La sorpresa para Billy estaba a solo unos días de distancia.

Entré al edificio con decisión, lista para afrontar un nuevo día laboral. Disfrutaba de mi nueva rutina, el entorno era estimulante, y mis compañeros, aunque exigentes, eran apasionados en lo que hacían. Desde el ascensor, le envió un mensaje a Nora para informarle que llegaba.

—Donna, justo en el momento apropiado. —La voz de Daniel me tomó por sorpresa en el momento en que cruzó la puerta de mi oficina—. ¿Tienes un momento?

—Claro, cuéntame.

—Me gustaría que leyeras un artículo antes de su publicación. Es de un amigo mío, propietario de una revista muy reconocida. Necesita una segunda opinión editorial antes de mandarlo a imprenta.

—Por supuesto, estará encantada de ayudar.

Me entregué un sobre que contenía varios documentos. Aunque no era mi tarea directa, quería mostrar mi dedicación a la editorial. Me senté en mi escritorio, saqué los papeles y empecé a leer.

El artículo trataba sobre una psicóloga que ofrecía apoyo sin costo a niños liberados de los cárteles mexicanos. Se trataba de una historia conmovedora, un texto bien elaborado que resaltaba el trabajo humanitario de esta mujer y el respaldo incondicional de su familia.

Sin embargo, al llegar a las fotografías que acompañaban el artículo…

Todo se detuvo.

Cuatro personas sonreían frente a la cámara, una imagen que reflejaba felicidad y amor… una familia ideal.

Frida Villarreal y su familia.

Y ahí estaba él.

Mi Billy. De pie, con su brazo alrededor de la mujer que el artículo presentaba como su esposa. Su esposa.

Mis ojos recorrían la imagen con ansiedad. Los dos hijos que los abrazaban no eran Fernanda. Eran mayores, adolescentes. El artículo los describió como los hijos del empresario Billy Villarreal y la prestigiosa psicóloga Frida Villarreal.

Un escalofrío me recorrió la espalda.

Ninguna era posible. No podía ser real. Tenía que ser un error.

La habitación se volvió opresiva a mi alrededor. El sonido de mi corazón resonaba en mis oídos, cada latido más intenso, más ensordecedor. Mis manos temblaban mientras leía cada frase del artículo, buscando en vano una explicación, una señal que indicara que todo esto era un malentendido. Pero no había nada.

Cinco años.

Cinco años viviendo en la ilusión. Cinco años convencida de ser la única en su vida. De que sus frecuentes viajes eran solo por negocios, que sus ausencias tenían un motivo plausible.

Todo había sido una ilusión.

Billy tenía otra familia. Una verdadera, Fernanda y yo… éramos las otras. Un dolor agudo se hizo presente en mi pecho, pero decidí no dejarme llevar por mis sentimientos. Inhalé profundo, cerré los ojos por un breve momento y me forcé a recobrar mi serenidad.

No iba a llorar. Noía permitir que me quebrara.

Tomé otra respiración, coloqué el documento sobre el escritorio y con mano firme anoté mis observaciones. No iba a permitir que nadie se percatara de lo que sucedía en mi interior. Al llegar la tarde, me dirigí hacia la oficina de Daniel con la misma firmeza de siempre.

—Aquí tienes mis comentarios sobre el artículo. —Dije con una voz serena, mientras le entregaba los papeles.

—Te agradezco mucho, doña. Sabía que podía confiar en ti.

Le ofrecí una sonrisa educada y salí de su oficina. Cada paso que parecía un desafío, como si un peso invisible me presionara los hombros. Al llegar a casa, todo continuaba igual. Fernanda reía mientras Sofia le contaba un cuento. El mundo seguía su curso, pero para mí, todo había dado un giro.

Me serví una copa de vino y me dirigí a la ventana. Las luces de Nueva York brillaban a lo lejos, y por primera vez desde mi llegada, la ciudad me resultaba distante e implacable, había venido con la esperanza de un nuevo comienzo.

Sin embargo, lo que me guardaba no era un nuevo capítulo… sino el cierre de uno.