Anastasia Volkova, una joven de 24 años de una distinguida familia de la alta sociedad rusa vive en un mundo de lujos y privilegios. Su vida da un giro inesperado cuando la mala gestión empresarial de su padre lleva a la familia a tener grandes pérdidas. Desesperado y sin escrúpulos, su padre hace un trato con Nikolái Ivanov, el implacable jefe de la mafia de Moscú, entregando a su hija como garantía para saldar sus deudas.
Nikolái Ivanov es un hombre serio, frío y orgulloso, cuya vida gira en torno al poder y el control. Su hermano menor, Dmitri Ivanov, es su contraparte: detallista, relajado y más accesible. Juntos, gobiernan el submundo criminal de la ciudad con mano de hierro. Atrapada en este oscuro mundo, Anastasia se enfrenta a una realidad que nunca había imaginado.
A medida que se adapta a su nueva vida en la mansión de los Ivanov, Anastasia debe navegar entre la crueldad de Nikolái y la inesperada bondad de Dmitri.
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capitulo 8; Lenguas venenosas
El día estaba más fresco de lo habitual.
No hacía frío, pero el viento sí. Ese tipo de viento seco que te acaricia como si quisiera borrarte la piel.
Yo estaba en la zona de carga, detrás de la casa, ayudando a una de las empleadas —Inessa— a revisar unas cajas con medicamentos. No debía estar ahí, lo sabía. Pero necesitaba hacer algo. Lo que fuera. Lo que no me hiciera sentir tan... invisible.
—Solo un rato, Inessa —le había dicho—. Me estoy volviendo loca adentro.
Ella me había sonreído con nervios, como si supiera que no debía aceptarlo, pero tampoco pudiera negarse.
—Solo un rato —repitió.
Estaba tranquila. Casi en paz.
Hasta que escuché cómo Inessa se quedó rígida. Y cuando levanté la cabeza, supe por qué.
Tres empleadas más que estaban cerca bajaron la mirada y se inclinaron con una pequeña reverencia.
—¿Qué pasa? —pregunté, pero ella no respondió.
Solo bajó la cabeza. Y las otras empleadas que estaban más lejos... hicieron lo mismo. Una reverencia sutil. Precisa. Como si fuera parte de un protocolo no escrito.
—¿Quién es? —alcancé a susurrar.
Y entonces la vi.
Altura perfecta. Ropa oscura, elegante. Maquillaje impecable. Pasos firmes. Una mujer que no necesita anunciarse, porque el mundo entero parece detenerse cuando ella camina.
—¿Quién es ella, Inessa?
—Es Viktoriya Malenkova —dijo en voz baja—. Es... una socia de los Ivanov.
No pregunté más. Lo entendí con solo mirarla.
Cuando Viktoriya se detuvo frente a mí, yo ya me había puesto de pie.
—Buenos días —le dije con respeto—. No sabía que habría visitas.
Ella me observó por un segundo que se sintió eterno.
—¿Tú eres Anastasia? —preguntó, como quien examina una pieza de arte... dudando de su autenticidad.
—Sí, señorita.
—Qué educada... —murmuró, con una sonrisa que no llegaba a los ojos—. No me lo imaginaba así. Creí que ibas a ser más... salvaje. Al fin y al cabo, los objetos de cambio no suelen venir interesantes.
—Perdón si no cumplo sus expectativas —dije, aún en tono educado—.
Viktoriya sonrió. Una sonrisa suave, de esas que no suben al corazón.
—Interesante. Nikolái no me dijo que además de bonita, eras bocona.
Inessa y las demás se esfumaron sin que nadie las echara.
Solo quedábamos ella, yo… y los dos animales que estaban más atentos que nunca.
Nox estaba echada cerca, pero con las orejas alertas. Y titán ya estaba sentado, con la mirada fija en Viktoriya. Demasiado fija.
—Pensé que ibas a tener más presencia —comentó ella—. Con todo lo que se dice de ti... esperé algo más impresionante.
—No sé qué te habrán contado, pero no vengo con etiqueta de mercancía.
No me reconocí al decirlo.
Pero tampoco me arrepentí.
—Tienes coraje. Pero cuidado. Aquí las respuestas te pueden costar muy caro.
Ya no podía seguir fingiendo cortesía.
—No hace falta que me lo repitan. Lo tengo claro desde que crucé esa puerta.
— Parece que intentas competir conmigo— dije. mirándola a los ojos.
Ella se detuvo. Solo un segundo. Y sonrió.
—Escucha algo, niña —dijo, acercándose más—. Tú puedes ser la protegida de Nikolái ahora. Como un juguete nuevo. Pero los juguetes se rompen. Y cuando eso pase, no va a quedar nada tuyo en esta casa.
Extendió la mano. Tal vez para tocarme, para empujarme, o solo para marcar su último punto. Pero no lo logró.
Titan se levantó con un gruñido que retumbó en el aire. Y Nox se colocó a mi lado, como si llevara siglos esperando ese gesto para moverse.
Viktoriya se detuvo en seco.
Los ojos clavados en los dos animales. La boca apretada. Los dedos congelados. No volvió a hablar. Solo giró con esa elegancia y desapareció por donde vino.
Cuando estuve sola otra vez, miré a los animales. Titán se sentó de nuevo, como si nada. Y Nox me miró, como si esperara una señal.
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Me quedé ahí un buen rato, sentada en esa caja como si fuera lo más cómodo del mundo. No tenía ganas de moverme. Ni de hablar. Ni de volver a entrar a esa casa.
No estaba asustada.
Pero tampoco estaba tranquila.
Tenía la cabeza hecha un lío.
Lo que había pasado con Viktoriya… fue raro. Inesperado.
Y sí, un poquito satisfactorio también.
Yo no sabía quién era esa mujer. Al principio solo quise ser respetuosa, no causar problemas. Pero cuando empezó a hablarme como si yo fuera poca cosa, como si tuviera que inclinar la cabeza solo por estar respirando en el mismo espacio que ella… algo en mí se encendió.
Yo traté de mantenerme calmada. De no caer en su juego.
Pero hay límites.
Y me cansé.
Porque no estoy aquí por elección, pero tampoco soy un objeto sin voz. No soy una figurita que pueden mirar de arriba abajo solo porque vine por una deuda. Estoy harta de que lo repitan como si eso definiera todo lo que soy.
Y sí. Me salió responderle. Sin armar show. Solo diciéndole lo que tenía que decirle. Mirándola directo a la cara. Sin bajarle la mirada ni un segundo.
Lo que no esperé… fue eso.
Los animales.
El Rottweiler y la pantera.
Fue instantáneo. Apenas ella se acercó más de la cuenta, ellos reaccionaron. Sin dudarlo. Como si… supieran. Como si entendieran que conmigo no se juega así.
Y yo… no me moví.
No porque me creyera valiente. No porque quisiera hacerme la fuerte. Es que, por primera vez desde que estoy aquí, no sentí la necesidad de retroceder.
Inessa volvió minutos después, con paso lento. No preguntó nada.
Solo me ofreció una botella de agua y me la puso en la mano sin hablar. Sentí su gesto más fuerte que cualquier palabra.
—Gracias —le dije en voz baja.
Ella asintió. Iba a irse, pero se detuvo.
—Yo… nunca había visto que ellos hicieran eso —susurró, mirando de reojo a los animales—. Ni siquiera cuando una vez Nikolái...
Se quedó callada. Como si temiera seguir. Luego bajó la mirada y se fue.
Me quedé sola otra vez.
Volví a entrar a la mansión con pasos lentos, sin mirar a nadie.
No con orgullo.
Con otra energía. Una que ni yo misma sabía que tenía.
No voy a decir que ya cambié, ni que ahora soy fuerte y segura. No.
Pero hoy… me defendí.
Hoy respondí.
Hoy marqué un límite.
Y eso, para mí, ya vale mucho.