Katerina murió por salvar a una joven. No esperaba despertar en una historia que no era suya... con un destino aún más cruel.
Cuando abre los ojos, ya no está en su mundo. Ha reencarnado como Avery, una noble ignorada por su padre, despreciada por su hermana y condenada a morir junto a su madre en una historia que no escribió. Pero Katerina conoce ese final: lo leyó. Sabe quién mata, quién sobrevive… y quién sufre en silencio.
Solo que esta vez, ella no va a permitirlo.
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Capítulo 8
...Día siguiente...
Los rayos del sol se filtraban por la cortina y acariciaban el blanquecino rostro de Avery.
Pausadamente, abrió los ojos, reconociendo dónde se encontraba y con quién.
Jamás habría imaginado que, en un momento, estaba en su turno en el restaurante y, al siguiente, en un mundo y época completamente distintos. Más sorprendente aún era encontrarse dentro de un libro.
Con cautela, movió el cuerpo para no despertar a su madre, quien dormía plácidamente, con una expresión de profunda calma.
Se levantó de la cama, caminó hasta la ventana, corrió la cortina y contempló el cielo azul que se extendía sobre ella.
“Debo hacer dinero. Mucho dinero para irnos de aquí.”
No hacía falta tener grandes conocimientos para entender que aquello no sería fácil. Sin conexiones, sin prestigio y sin capital, emprender en una sociedad donde las mujeres eran vistas como simples monedas de cambio sería uno de los desafíos más difíciles que enfrentaría en esta vida y en la anterior.
Pero Avery poseía algo que muchos poderosos envidiarían: fe.
La certeza de lo que se espera, y la convicción de lo que no se ve.
Con una sonrisa amplia, que dejaba a la vista sus dientes perlados, la pelinegra asintió y giró en dirección a su bata. Se cubrió con ella y salió del cuarto, dispuesta a cumplir una de sus promesas.
A medida que se acercaba a la cocina, escuchó múltiples risas.
—Te dijimos que no comieras con nosotras.
—Aquí nadie te quiere.
—¡Vete ya!
—No... no vengo a comer. Ne... necesito preparar la comida para mi señorita y su madre —respondió Fania con voz temblorosa.
Una carcajada burlona resonó.
—Esa mujerzuela no merece comer como los demás. Tenemos órdenes de darle solo las sobras.
Avery, a punto de entrar, se detuvo en seco.
—Ahora ella es la madre de la prometida del segundo príncipe. ¡No pueden hacer eso! —replicó Fania, inspirada por la nueva actitud de su señorita. Estaba decidida a ser valiente, como ella.
“Eso, así se habla.”
—Vamos a ver cuánto dura ese compromiso con esa buena para nada —dijo otra voz, entre risas.
Avery, cabreada y sin ganas de seguir escuchando, pateó la puerta con fuerza e ingresó.
Las mujeres jadearon, sorprendidas. ¿Cuánto tiempo llevaba escuchando?
—Así quería pillarlas, esperancitas, con las manos en la masa. ¡Malditas criadas!
Las aludidas se miraron entre sí, confundidas.
—¿Esperancitas?... ¿Masa? —susurró una.
Fania se acercó a Avery con disimulo —. ¿De qué habla?
Avery negó con la cabeza, avanzando con determinación. No era la primera vez que se enfrentaba a abusonas. En su vida anterior, había sido víctima de bullying por no tener padres y ser criada por su abuelo.
Qué ganas tenía de usar sus puños.
—Me he enterado de ciertas cosas sobre Fania —dijo con el mentón en alto—. Y sobre mi madre. Si hay algo que me enfurece, es el abuso y la injusticia. ¿Entienden de lo que hablo?
La mujer regordeta, a quien ya había advertido antes, no tomó en serio sus palabras.
—Eres una chiquilla irrespetuosa e inútil, a la que nadie quiere servir. Esto lo sabrá la señora.
—¿Cuál es tu nombre?
—Astrid —respondió con desdén.
—Un bonito nombre para una mujer tan fea como tú. Eres tonta si crees que tu señora podrá hacer algo contra mí. Te advertí que me respetaras. ¿Sabes lo que se hace con criadas altaneras como tú?
Antes de que pudiera responder, Avery tomó su cabeza y la azotó contra la mesa.
—Se corrigen. Jamás muerdas la mano que te da de comer.
Fania abrió los ojos como platos. Las demás empleadas jadearon, horrorizadas.
—Desde ahora en adelante —dijo Avery, sujetando a Astrid con fuerza contra la mesa—. Me respetarán a mí, a mi madre y a Fania. O mi futuro esposo, el príncipe, hará rodar sus miserables cabezas. ¿Quedó claro?
Astrid se retorcía bajo su agarre.
—¿Quedó claro, Astrid? —insistió Avery, con voz firme.
—S-sí...
—¿Y ustedes?
—Sí, señorita...
—Eso espero. De lo contrario, aténganse a las consecuencias. Fania, vamos —añadió mientras la soltaba—. Tengo las manos sucias.
Astrid se levantó de golpe, cayendo de espaldas. Las demás corrieron a ayudarla. Nadie podía creer lo que acababa de pasar.
Solo podían mirar con recelo la espalda de la hija mayor del Archiduque. Aquella que alguna vez valió menos que un perro, ahora se erguía como alguien fuerte y decidida.
—¿Viste, Fania? Así se trata a los abusivos. Hay que detenerlos antes de que crean que tienen el control.
—Entiendo, señorita —respondió Fania, siguiéndola de vuelta a la habitación.
—¿Puedo hacerle una pregunta?
—Claro.
—Usted no era así... Después de despertar del coma parece una persona diferente.
“Bastante intuitiva.” pensó Avery, esbozando una media sonrisa.
—Digamos que una experiencia cercana a la muerte me abrió los ojos. Muchas cosas cambiarán. Muy pronto, nos largaremos de aquí.
—¿Yo también?
—Por supuesto. Me has sido fiel, y la lealtad no se cambia por nada. ¿Tienes familia?
La castaña la miró maravillada. Si antes le gustaba servirla, ahora era un honor.
—Gracias, señorita. No, no tengo a nadie. Soy huérfana. El Archiduque me compró en un orfanato cuando era niña.
—Entiendo... Tranquila, prometo que llevaremos una vida pacífica y sin preocupaciones. Ahora vamos con mi madre. Quiero desayunar fuera. Se me quitó el apetito.
—Pero a usted no le gusta salir... ya sabe por qué.
El ceño fruncido de Avery la hizo detenerse.
—¿No lo recuerda, verdad?
Avery negó con la cabeza.
Fania suspiró.
—Usted no tiene buena reputación. Por culpa de la Archiduquesa y su hija, todos creen que no tiene modales, que es ignorante e inculta, como su madre. Eso dicen.
—¿En serio?
—Sí. Pero yo sé que no es así. Usted se ha esforzado. Ha estudiado, ha aprendido etiqueta. Pero esa mujer es maliciosa.
—Entonces le demostraré al mundo quién soy en realidad. Primero, necesito dinero. ¿Recibo una mesada?
—Sí, la guarda debajo de su cama, en una caja de terciopelo.
—Vamos por ella.
Al llegar a la habitación, Eliana ya estaba despierta, con una sonrisa radiante. Incluso parecía más joven.
—Buenos días, madre.
—Qué preciosa mañana, ¿no creen, niñas?
Fania y Avery se sonrieron con complicidad. Luego, la pelinegra se arrodilló y buscó la caja debajo de la cama. Al tantear, encontró una caja y, junto a ella, un libro.
“Curioso.”
Lo dejó bajo la cabecera. Lo leería luego. Ahora, lo más importante era el dinero.
Abrió la caja y encontró bolsas con monedas de oro.
—¡No puede ser!
Alarmada, Eliana se acercó y la abrazó.
—Lo siento, hija. No te sientas mal.
—¿Qué?
—Sé que no es ni la mitad de lo que recibe Ágata cada semana.
—¿Y yo cada cuánto recibo mesada?
—Una vez al mes. Y no puedes usarlo para joyas o zapatos. Solo para pagarle a la modista los vestidos que la Archiduquesa elige para ti.
—¿En serio?
Fania asintió. La mirada de Eliana reflejaba un dolor profundo.
—Ahora entiendo por qué esos vestidos son tan horribles. Colores anticuados, llenos de encajes, cuello alto... ¡Esa perra me las va a pagar!
Eliana se tapó la boca con ambas manos, pero no pudo contener una ligera risa.
—¡Nos vamos! ¡Ahora mismo, las tres! —declaró Avery—. Duplicaremos este dinero. No... ¡lo multiplicaremos cien veces!
Rápidamente, Avery entregó a su madre un vestido, un par de zapatos, y juntas salieron de la mansión rumbo al carruaje de la familia Richmond.