Leonor una joven de corazón puro que luego de que en su primera vida le tocará experimentar las peores atrocidades, vuelve en el tiempo y jura vengarse de todos aquellos que algunas vez destruyeron su vida por completo.
Nueva historia chicas, subiré capítulo intercalando con las otras dos. Sean pacientes, la tengo que subir por qué sino se me va la idea😜😜🤪
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cap. 8
Cuando la reina terminó de hablar con su hija —más bien reprenderla por no haberle contado antes todo lo que estaba sucediendo con el príncipe—, dijo:
—Debiste decírmelo, cielo. Leonor, yo solo quiero tu felicidad y, aunque aún no estoy del todo convencida de las buenas intenciones del príncipe, te apoyaré. Si tú crees que él es la persona idónea para ser tu esposo, intentaré convencer a tu padre para que no se oponga a lo vuestro.
Leonor sonrió, abrazó a su madre y dijo:
—Gracias, madre, por siempre querer mi bien.
Luego de un momento más de charla, la reina se dirigió a su palacio y Leonor fue a su alcoba a prepararse. Hoy cobraría venganza por todo lo que había vivido en el pasado.
Se vistió de negro, tomó sus armas y salió a hurtadillas del palacio.
Por otro lado, Mauricio, que iba a despedirse de ella y hablar sobre lo que le había dicho el emperador, vio a lo lejos cómo la princesa salía a escondidas. Sin pensarlo dos veces, decidió seguirla, intentando que ella no lo notara.
La vio tomar un caballo y dirigirse hacia la capital. Mauricio hizo lo mismo, manteniendo una distancia prudente.
Cuando Leonor llegó al marquesado Ford, evadió a los guardias y se infiltró en la mansión. Mauricio también ingresó, pero apenas lo hizo, una daga se posó contra su cuello.
—¿Por qué me sigue, príncipe? ¿Acaso quiere morir?
Mauricio sonrió y respondió:
—Me encantaría saber por qué mi prometida entra a hurtadillas, como una asesina, a este lugar.
Leonor levantó una ceja, retiró la daga y dijo:
—Vengo a cobrar una deuda pendiente. Le recomiendo que se marche, esto no le incumbe...
—Te equivocas, todo lo que hagas a partir de ahora es de mi incumbencia.
Unos ruidos provenientes de la parte baja de la mansión los obligaron a callar. Leonor cubrió la boca del príncipe e hizo señas para que guardara silencio. De pronto, escucharon cómo el marqués irrumpía gritando:
—¡Maldita perra! ¡Cómo se atreve a insultarme de esta manera! Espero que la emperatriz solucione esto pronto y, cuando eso pase, me cobraré la vergüenza que me hizo pasar esta noche.
El marqués subió las escaleras y, en cuanto pasó junto a ellos, un golpe certero en la nuca lo dejó inconsciente.
Mauricio miró a Leonor, impresionado, y preguntó:
—¿Qué planeas hacer?
—Voy a divertirme esta noche. Eres bienvenido a mirar.
Sin más, Leonor conjuró un hechizo que hizo flotar el cuerpo del marqués y se lo llevó con ella. Mauricio sonrió, divertido.
—Esto no me lo perderé.
***
A las afueras del imperio, casi en los límites, en una cabaña abandonada, Leonor despertó al marqués presionando un hierro candente contra su pecho. El hombre despertó gritando de dolor. Al verla, balbuceó:
—A... Alteza... ¿qué está haciendo?
—Por fin despiertas, marqués —dijo Leonor, dejando el hierro en las brasas nuevamente—. Me alegra que finalmente hayas decidido aparecer. Te he estado buscando por mucho tiempo, y hoy, al fin, voy a obtener mi venganza.
Mauricio observó todo en silencio. La princesa torturó y desmembró al hombre de la manera más cruel hasta que finalmente murió. Cuando todo terminó, Leonor quedó inmóvil, mirando sus manos ensangrentadas. Mauricio se acercó y dijo:
—Tranquila, por lo que vi, se lo merecía.
—Lo maté... —murmuró Leonor, cayendo de rodillas mientras las lágrimas surcaban su rostro—. ¿Qué me hace diferente de este bastardo? Yo...
Mauricio la miró, sin saber muy bien cómo reaccionar. Había visto a la misma joven que momentos antes mostró una crueldad aterradora, ahora rota por dentro.
—Princesa, levántese —dijo, ayudándola a ponerse en pie—. Vamos, la acompañaré de regreso.
Leonor se apartó, aún temblando, pero logró decir:
—Está bien... puedo regresar sola.
Ambos salieron de la cabaña, y una vez fuera, la incendiaron. Leonor, ya más serena, miró al príncipe y le dijo:
—Espero que no diga ni una palabra de esto.
—No planeaba hacerlo —respondió Mauricio—. Pero ¿le gustaría contarme por qué lo torturó así?
—Es algo que ya no importa.
—Muy bien, no insistiré. Solo le diré algo: no sienta remordimiento. Recuerde por qué hizo lo que hizo.
Leonor asintió, y sin más palabras, se separaron. Mauricio regresó a su campamento, y Leonor volvió al palacio.
Aquella noche, la princesa lloró desconsoladamente. Su noble corazón no podía evitar el peso de la culpa, aunque sabía que no había vuelta atrás. Había comenzado su camino de venganza.
Se durmió finalmente, y en sus sueños tuvo una visión —una revelación de lo que en verdad había ocurrido—.
**Sueño...**
Después de que Leonor fuera entregada al marquesado, la reina cayó en una profunda depresión. Su salud se deterioró rápidamente, incapaz de soportar la pérdida de su hija. Días después de la boda, llegó una carta al palacio: informaba que la princesa había sido atacada por bandidos durante un paseo y había perdido la vida.
Un cuerpo desfigurado por los golpes fue enviado al palacio. Creyendo que era su hija, la reina y el emperador cayeron en el luto. Devastados, poco a poco sus vidas se extinguieron. Primero la reina, luego el emperador.
El príncipe heredó el trono, mientras la emperatriz, madre de este, disfrutaba del poder. Pero pronto estalló la guerra.
Mientras Leonor sufría torturas inimaginables, David, el nuevo emperador, mostraba su incompetencia. Zenda, el reino enemigo, atacó Atenea, sabiendo que era el momento propicio. Sin embargo, tras una larga y sangrienta guerra, fue Mauricio quien logró vencer a Zenda, rompiendo así dos siglos de supremacía enemiga.
Durante los juicios, se descubrió la traición: la emperatriz y su hijo habían envenenado al rey y la reina para hacerse con el trono. También supieron que Leonor podría haber seguido con vida, pero fue demasiado tarde. El marqués la había asesinado poco antes de ser capturado.
La emperatriz, su hijo y el marqués fueron condenados y ejecutados, limpiando el imperio de toda su corrupción.
Leonor despertó empapada en sudor, sintiendo una profunda opresión en el pecho. Entonces lo entendió: no podía permitirse sentir culpa ni compasión. No después de lo que habían hecho a su familia.
La sangre apenas comenzaba a derramarse. La verdadera venganza apenas comenzaba.