Continuación de la emperatriz bruja y reencarne en una jodida villana.
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capítulo 17
A la mañana siguiente…
El campo de entrenamiento volvía a estar activo. La brisa fresca movía los cabellos de los aprendices y agitaba las hojas de los pergaminos sobre las mesas. Alcides practicaba con esferas ígneas, mientras las princesas manipulaban los elementos con distintos niveles de control. Pero todos se detuvieron al verla.
Neftalí se plantó en medio del círculo mágico con una seguridad que no había mostrado el día anterior. Cerró los ojos, respiró hondo y alzó la mano. Su energía fluyó de inmediato, formando una barrera translúcida que giró lentamente a su alrededor, estable y firme. Luego la disipó con un gesto suave y formó una lanza de luz, que lanzó al centro del círculo, clavándola con precisión.
Regulus la observaba en silencio, los brazos cruzados, el ceño ligeramente fruncido, pero sin una sola palabra. Aunque su rostro permanecía sereno, por dentro estaba genuinamente impresionado. Aquella chica que la tarde anterior no había podido encender una antorcha, ahora manipulaba magia elemental y energía espiritual con una naturalidad que ni él podía ignorar.
Leonor, que se había acercado al campo para supervisar el progreso de los príncipes, se detuvo junto a él. Sus ojos siguieron el movimiento de Neftalí con atención, hasta que la joven finalizó una invocación básica sin error alguno. Su expresión pasó de la curiosidad al asombro.
—¿Es normal que suceda eso…? —preguntó en voz baja, sin apartar la vista de la joven—. Ni yo, siendo una prodigio, logré avances tan significativos de un día para otro…
Regulus no respondió. Su mirada seguía fija en Neftalí, que ahora dibujaba con precisión un sello de protección en el suelo. Pero en su interior sabía que Leonor tenía razón.
Esa niña era diferente.
Más que talentosa… era poderosa.
Más que disciplinada… era intuitiva.
Más que prometedora… era peligrosa.
No había duda: Alexandra —el verdadero nombre que esa alma llevaba— era más fuerte que Leonor en su mejor momento. Solo era cuestión de tiempo antes de que aprendiera a controlar por completo su poder.
Y cuando lo hiciera… todo cambiaría.
Pero el precio del poder siempre llega.
Su núcleo, sobrecargado y agotado, comenzó a volverse inestable. Neftalí, terca en su empeño por no detenerse, invocó electricidad en sus manos… pero algo no estaba bien.
El cielo se oscureció de inmediato, como si respondiera a su agitación interna. Truenos retumbaron en el firmamento, y en cuestión de segundos, rayos comenzaron a impactar el suelo con furia desatada. Una tormenta mágica estalló sobre el campo de entrenamiento, obligando a los aprendices a retroceder con temor.
Regulus reaccionó al instante. Atravesó el campo con rapidez y, al llegar a su lado, la vio completamente fuera de sí. Neftalí había entrado en un trance profundo; su mirada estaba perdida, y una intensa aura la envolvía.
Creó una barrera de contención y gritó su nombre varias veces.
—¡Neftalí! ¡Despierta! ¡Regresa!
Pero no obtuvo respuesta.
Sin más remedio, Regulus entró en su mente. Era como sumergirse en otra dimensión: un lugar oscuro, denso y cargado de dolor.
La encontró en el suelo, aferrada al cuerpo sin vida de un niño. Sus lágrimas empapaban la tierra, y su rostro era una máscara de angustia.
—Neftalí… debes regresar. Esto no es real —dijo con suavidad, acercándose a ella.
—¡Lo mataron! —gritó, sollozando—. ¡Mataron a mi hermano! ¡Era solo un niño!
Incapaz de contener su furia, se levantó con los puños temblando y avanzó hacia una figura borrosa, símbolo de sus verdugos. Alzó las manos, y una llamarada infernal los envolvió en llamas. Los vio arder. No gritaban… pero ella sí.
Fuera de su mente, el caos reinaba.
Leonor, al ver que la chica se había descontrolado por completo, corrió al campo de entrenamiento. Formó otra barrera alrededor de sus hijas y sobrinos.
—¡No se acerquen! —ordenó con firmeza—. Regulus se encargará…
Isabel, paralizada por el poder que Neftalí emanaba, intentó conectar con su mente. Cuando Selene lo logró por un breve instante, sus ojos se llenaron de lágrimas.
Volvió con los demás y, apenas audible, susurró:
—¿Quién es… ella?
Regulus sabía que si no actuaba pronto, las consecuencias serían catastróficas. Se acercó a ella con calma, atravesando la energía desbocada. Al llegar, colocó suavemente su mano sobre los ojos de la joven, y con una voz baja, cargada de autoridad y ternura, murmuró:
—Alexandra… tranquila. Ya pasó. Estás a salvo. Vuelve conmigo…
Poco a poco, las manos de la princesa dejaron de temblar. Su cuerpo se relajó. La energía se disipó.
Y justo antes de caer, sus labios se movieron, casi sin sonido.
—Hermano…
Entonces se desmayó, cayendo en brazos de Regulus. Todos los presentes, aterrados y asombrados, guardaron silencio absoluto.
Acababan de presenciar algo que no comprendían del todo…
Pero sabían, sin lugar a dudas, que nada volvería a ser igual.