Briagni Oriacne es una mujer como mucha fuerza mental, llega a un momento de colapso donde su felicidad se ve vista en declive ¿Qué hará para alcanzar la felicidad ?
NovelToon tiene autorización de Naerith Velisse para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
El Día Más Fértil
Esa noche, Briagni lucía imponente. Su vestido negro de tirantes delgados marcaba suavemente sus curvas, con una abertura lateral que le daba el toque perfecto entre sensualidad y elegancia. El cabello, suelto, caía como seda sobre sus hombros y su mirada… su mirada ahora sí, estaba determinada.
Aunque por dentro se sentía insegura, por fuera caminaba como una diosa. Lo había pensado mejor, no podía desaprovechar esa oportunidad, aunque él no llegara a mirarla, ella no podía dejar de mirar al hombre de la barra.
Era alto, de piel blanca como porcelana pulida, con hombros anchos y espalda recta. Llevaba un traje gris oscuro perfectamente ajustado y una corbata negra que le acentuaba aún más la mandíbula tallada. Su cabello era rubio, casi dorado, peinado hacia atrás con un estilo limpio, sobrio. Los ojos, azules como el hielo, serios, analíticos, pero con un fondo cálido, como si supiera que tenía el poder de hacer sonreír a cualquiera… solo que elegía no hacerlo.
Ella sabía que él tenía algo especial. Y esa noche, ella no podía dejar pasar la oportunidad, tenía que intentarlo, él no se veía del tipo que pasaría la noche con cualquiera, pero nada perdia, en todo caso de que fuera rechazada lo unico que heriría un poco seria su ego, aunque medio lo entendería ese hombre era más de lo que ella esperaba...
Briagni pidió dos copas se encontraba nerviosa se tomó una tras otra y ya más decidida se encaminó hacia la barra pidió una Margarita para ella y un whisky doble para él.
Con la copa en mano y el corazón latiendo con fuerza, caminó hasta el. Se detuvo justo a su lado, él ni se inmutó, hasta que ella, con una sonrisa encantadora y segura, lo miró de reojo y con total descaro le cogió suavemente la corbata.
—Disculpa... —dijo con voz suave y casi juguetona— tenías un pequeña peluza... justo aquí. —Y deslizó el dedo pulgar sobre la tela, cerca del nudo, limpiando algo inexistente mientras mantenía la mirada fija en sus ojos.
Él no se echó hacia atrás. Al contrario, ladeó un poco la cabeza, intrigado.
—¿Y tú siempre limpias las corbatas de extraños? —preguntó con una voz grave, lenta, casi hipnótica.
—Solo de los que me atraen —respondió ella sin pestañear, y le tendió la copa de whisky—. Salud.
Él aceptó la bebida, con una media sonrisa. Brindaron. Sus dedos se rozaron por un instante. Había algo eléctrico en el aire.
Conversaron un poco, lo justo. Él le preguntó su nombre, ella dijo que se llamaba Briagni. No dio más detalles. Él no insistió. Ella preguntó qué hacía por ahí, y él respondió con lo básico: “Negocios”.
Cuando él quiso saber más, ella desvió la atención con una sonrisa astuta.
—¿No te gustaría continuar la noche... en otro lugar? —dijo, bajando la voz, acercando su rostro al suyo, con un tono de invitación directa, sin rodeos.
Él la miró. No como un hombre que está a punto de aprovecharse. La miró como quien encuentra algo inesperado. Le acarició apenas el mentón con el dorso de los dedos, y asintió.
Se besaron en la puerta del bar. No fue un beso superficial. Fue un beso que empezó con lentitud, con fuerza contenida, con deseo acumulado. Sus bocas se encontraron como si se conocieran desde antes. Como si todo el mundo hubiera desaparecido.
Ella sabía que esa noche era la noche. Su día más fértil. Y él... era perfecto, sus genes, serían un gran impacto
Aún no sabía su nombre, aun no quería saberlo.
Briagni tenía los labios un poco más sueltos por el vino, pero su mente estaba clara. No era una borrachera. Era valentía líquida. Estaba decidida, tenía que pasar si o si. Él, por su parte, estaba sobrio. Muy sobrio. El tipo de sobriedad que da el trabajo, los negocios y la responsabilidad.
Tras el beso, él la miró unos segundos, como midiendo algo, y luego le dijo con una voz calmada, segura, elegante.
—Mi carro está afuera. Si quieres, podemos ir a mi lugar. Está cerca.
Briagni asintió sin pensarlo. Mientras caminaban hacia la salida del bar, ella sacó su celular y le escribió a Micaela:
> “Amiga, me estoy comiendo un bombón que se me apareció por aquí 🍬✨ Te paso ubicación, por si acaso. No te asustes, todo está bajo control 😘”
Y le compartió su ubicación en tiempo real. Sonrió sola. Porque sí, era un bombón. El bombón con los genes perfectos, Sus planes estaban en marcha.
El carro era un sedán negro impecable, elegante, con vidrios oscuros. Él abrió la puerta para ella y esperó a que subiera antes de rodear el coche y tomar el volante. Manejaba con la misma calma con la que hablaba, con una seguridad que se sentía... atractiva.
No hablaron mucho en el trayecto. Solo algunas frases sueltas.
—¿Estás segura? —preguntó él en un semáforo, con la vista al frente.
—Muy segura —respondió Briagni sin dudar. Tenía el corazón latiendo fuerte, pero no de miedo. De decisión.
Llegaron al edificio. Alto, moderno, con portero y ascensor privado. El apartamento estaba en uno de los últimos pisos. Cuando la puerta se abrió, Briagni sintió un leve impacto. No por lujo exagerado, sino por el buen gusto, pisos de madera clara, ventanales enormes que dejaban ver la ciudad iluminada, un sofá de diseño, arte contemporáneo en las paredes, una cocina abierta que parecía de revista.
Él dejó las llaves sobre una mesa de cristal y la miró.
—Puedes hacer lo que quieras, estas en tu casa —dijo, y luego se sirvió un vaso de agua. No la presionaba. No parecía tener prisa.
Briagni, en cambio, sintió que algo se le removía dentro. No era culpa, ni nerviosismo. Era... sorpresa. Él no era un tipo cualquiera de una noche. No la arrastró a su cama. No la miraba como un premio. Él simplemente la miraba, y eso la desarmaba un poco.
—¿Tú vives solo? —preguntó, con naturalidad.
—Sí —respondió—. Viajo mucho por trabajo, así que prefiero estar solo. Es más simple.
—¿Y qué haces?
Él la miró un momento, pensativo, como si decidiera cuánto contar.
—Abogado. Litigio corporativo.
Briagni tragó saliva. No sabía si eso era bueno o malo para su plan. De hecho, se sintió algo confundida. Porque él no la trataba como una mujer de paso. Y eso no hacía parte del guión que tenía en su cabeza.
Pero aun así, se dijo a sí misma: Estoy aquí por una razón y nada mas, vamos!!!.
Y aunque parte de ella quería conocerlo más, la otra parte se recordaba que no era el momento para complicaciones.
Él se acercó, tomó su mano con gentileza, y le dijo
—Si te incomoda estar aquí, podemos ir a otro lugar. O simplemente hablar. No estoy apresurado.
Briagni lo miró. Sintió un revoloteo en el estómago. No por el deseo, sino por el respeto inesperado. ¿Quién era este hombre?
Pero respiró profundo, lo jaló suavemente por la corbata, de nuevo, y con una media sonrisa le dijo
—No, está bien... De hecho, me gusta aquí.
Y lo besó.
Esta vez con más calma. Más entrega. Y con el mismo objetivo en su mente.