Griselda murió… o eso cree. Despertó en una habitación blanca donde una figura enigmática le ofreció una nueva vida. Pero lo que parecía un renacer se convierte en una trampa: ha sido enviada a un mundo de cuentos de hadas, donde la magia reina… y las mentiras también.
Ahora es Griselda de Montclair, una figura secundaria en el cuento de “Cenicienta”… solo que esta versión es muy diferente a la que recuerdas. Suertucienta —como la llama con mordaz ironía— no es una víctima, sino una joven manipuladora que lleva años saboteando a la familia Montclair desde las sombras.
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capítulo 7
Después de subir la colina, sudar como cerda en feria y renegar en al menos tres dialectos, Griselda llegó al lago. El agua relucía bajo el sol como si la estuviera tentando.
—Al menos esto se ve decente —murmuró.
Miró a ambos lados. Nada. Ni Lilith ni testigos. Con una sonrisa culpable, se desvistió hasta quedar con un camisón de hilo y se metió al agua.
—Mmm... esto sí es vida —dijo mientras flotaba boca arriba, estirando los músculos adoloridos.
Cerró los ojos, suspiró y pensó en voz alta:
—¿Y si huyo? ¿Y si me rindo? ¿Y si me como un pastel entero y dejo que Lucinda se case con el estirado ese?
El agua a su alrededor se agitó.
Abrió los ojos, frunciendo el ceño.
—¿Qué…?
Un chapoteo.
Giró la cabeza y ahí estaba él. Filip. Sin saco, con la camisa mojada pegada al cuerpo y esa maldita sonrisa de "casualidad programada".
—¡Alteza! —dijo Griselda, cubriéndose instintivamente con el agua hasta el cuello—. ¿Qué hace aquí?
—Creo que lo mismo que usted, mi lady. El día está perfecto para un baño.
—¿Me estaba siguiendo?
—De hecho, fue una gran coincidencia encontrarla aquí —respondió, como si no hubiese ensayado esa frase toda la semana.
Griselda lo miró por encima del hombro y murmuró:
—Muy bien... entonces creo que mejor me iré.
—¿Por qué? ¿Acaso la incomodo?
—No es eso... solo no estaría bien visto que ambos estemos aquí solos.
—Comprendo... Si quiere, podemos salir y hablar un momento.
—¿Hablar?
—Sí. A diferencia de mi primo, yo quiero conocerla mejor antes de decidir si usted es la mujer que logró robarme la concentración. Desde la noche del baile no he podido dejar de pensar en esa mujer... y aunque la razón me dice que no es usted... en el fondo, creo conocerla.
Griselda sonrió, algo apenada, y asintió.
—Bien... voltee... voy a salir.
Filip asintió con respeto y se dio la vuelta. Griselda salió del agua, se puso el vestido como pudo, y le avisó:
—Ya está, puede mirar...
Filip se giró. Y por primera vez, la miró realmente.
La risa, el brillo de sus ojos, la torpeza adorable con que se sacudía el cabello mojado... Había algo en ella que no cuadraba con la idea de una simple coincidencia.
Y aunque ninguno lo dijo, en ese instante ambos supieron que algo estaba por cambiar.
Mientras caminaban, Filip lanzó:
—Debo confesar que te he espiado más de una vez mientras entrenabas.
Griselda lo miró con los ojos entrecerrados.
—¡Lo sabía! Con razón sentía que alguien me observaba mientras hacía esas malditas sentadillas.
—No es mi culpa. Es que… bueno… eras muy entretenida. Ese día que le gritabas a una roca porque no querías subir la colina… inolvidable.
Griselda se tapó la cara, riéndose.
—Genial. Ahora además de gorda y torpe, también loca ante tus ojos.
—No. Humana. Y eso, créeme, escasea en la corte.
Siguieron andando. Filip parecía disfrutar verla sonreír, y Griselda, sin darse cuenta, había dejado de pensar en Lucinda y en los malditos zapatos.
—¿Sabes? —dijo Filip—. Mi primo Lionel habría odiado este paseo. El barro, los insectos, la falta de un espejo cada diez metros…
—No me digas que eres el príncipe rebelde.
—No. Soy el primo aburrido del príncipe estirado.
Griselda se carcajeó.
—Bueno, al menos eres honesto. Y eso vale más que un título.
Se detuvieron en un claro. Filip extendió la mano como si invitara a un vals.
—¿Bailas?
—¿Aquí? ¿Sin música? ¿Descalzos y con olor a alga?
—Exactamente.
Griselda vaciló, luego puso sus manos en las de él.
—Si mañana alguien nos ve y corre el chisme, juro que diré que fue tu idea.
—Y yo diré que me obligaste.
Giraron despacio, riendo al compás de un vals inventado. Los rayos de sol se colaban entre las ramas, dibujando sombras extrañas sobre el suelo.
—Gracias —susurró Griselda.
—¿Por qué?
—Por mirarme como nadie lo ha hecho.
Filip la soltó suavemente.
—Será mejor que volvamos, antes de que mi primo decida buscarme y termine casado con quién sabe quién, solo por no hallar a su misteriosa dama.
Griselda rió. Pero no dijo nada. Le divertía saber lo que ellos aún ignoraban.
Caminaron de regreso en silencio, con esa clase de silencio cómodo que se da entre quienes empiezan a entenderse.
Al despedirse, Filip hizo una reverencia exagerada.
—Hasta nuestro próximo paseo accidental.
—Que no lo planees tanto, o perderá la gracia —bromeó Griselda.
Cuando él se alejó, Griselda se quedó mirando el lago.
Y por primera vez en mucho tiempo, el reflejo que le devolvió el agua le pareció bonito.