Matrimonio de conveniencia: Engañarme durante tres meses
Aitana Reyes creyó que el amor de su vida sería su refugio, pero terminó siendo su tormenta. Casada con Ezra Montiel, un empresario millonario y emocionalmente ausente, su matrimonio no fue más que un contrato frío, sellado por intereses familiares y promesas rotas. Durante tres largos meses, Aitana vivió entre desprecios, infidelidades y silencios que gritaban más que cualquier palabra.
Ahora, el juego ha cambiado. Aitana no está dispuesta a seguir siendo la víctima. Con un vestido rojo, una mirada desafiante y una nueva fuerza en el corazón, se enfrenta a su esposo, a su amante, y a todo aquel que se atreva a subestimarla. Entre la humillación, el deseo, la venganza y un pasado que regresa con nombre propio —Elías—, comienza una guerra emocional donde cada movimiento puede destruir... o liberar.
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Capítulo 4 – Parte 2: Una declaración que arde
Capítulo 4 – Parte 2: Una declaración que arde
La copa de vino temblaba entre los dedos de Aitana. A pesar de su expresión serena, por dentro hervía. El beso había sido solo una jugada, un acto bien calculado para devolverle a Ezra un poco del veneno que él mismo había sembrado en su corazón. Pero lo que la atormentaba ahora era lo que había sentido en ese breve contacto… y lo que Ezra no hizo.
Porque no la detuvo. Porque no la apartó.
—Por cierto, tengo algo importante que decirles —anunció Aitana alzando ligeramente la voz.
Don Armando y la señora Montiel giraron hacia ella con interés, ajenos a la tensión que aún colgaba en el aire. Ezra se quedó congelado, la copa a medio camino entre la mesa y sus labios.
—Voy a empezar a trabajar en la constructora Montiel —dijo ella con una sonrisa dulce, firme, casi desafiante—. Estudié administración, y creo que es el momento perfecto para poner en práctica lo aprendido. Mi esposo y yo compartiremos más tiempo juntos.
Ezra apretó los dientes. El golpe fue limpio. Público. Humillante. Su mirada, oscura, se clavó en la espalda de Aitana como un dardo.
—¡Eso me parece excelente! —exclamó la señora Montiel, sincera—. Es igual que cuando mi esposo y yo trabajábamos juntos para sacar adelante la empresa. ¡Tantos recuerdos! Luego nació Ezra y dejé todo por él. No me arrepiento. Cada etapa fue especial.
Aitana asintió y la miró con afecto. Había sinceridad en esas palabras… pero también nostalgia. Tal vez, incluso advertencia.
El celular de Ezra comenzó a sonar.
—¿No piensas contestar, querido esposo? —preguntó Aitana, sin mirarlo, mientras servía otra copa de vino.
—Es el día en familia… así que no quiero hacerlo, querida esposa —replicó él, subrayando cada palabra con veneno.
El timbre insistente no se detenía. Todos lo miraban.
—Contesta, hijo —le aconsejó Don Armando—. Podría ser importante.
Ezra se levantó con un gesto seco.
—Con permiso.
Salió al pasillo sin mirar a nadie. Aitana se inclinó un poco, como si intentara seguirlo con la vista. Pero ya sabía quién estaba al otro lado del teléfono.
—¡Ezra, mi amor! —la voz de Lara explotó en su oído como dinamita—. ¿Lo hiciste?
Ezra suspiró.
—Cariño…
—¿Por qué hablas así? ¿Qué pasa?
—Mis padres están en casa.
—¡Ay, cómo me gustaría que fuera yo la que los recibiera, como cuando vivíamos juntos! Que me vean, que sepan quién soy…
—Lo sé…
Hubo un silencio cargado.
—No le has dicho nada a la gorda de tu esposa, ¿verdad?
Ezra apretó los ojos, frustrado.
—Las cosas se complicaron. Aitana me amenazó.
—¡Te está manipulando, Ezra! ¡Siempre lo ha hecho! —espetó Lara.
—No te enojes, cielo. Déjame resolverlo, ¿sí?
—¿Cuánto más tengo que esperar?
Ezra la escuchaba hablar, reclamar, exigir. El eco de su propia culpa golpeaba en cada palabra. Pero lo que realmente le carcomía por dentro era lo que acababa de pasar en el comedor.
Un beso que aún no podía sacarse de la cabeza.
Una mujer a la que ya no reconocía.
Y un anuncio que ponía en jaque todo el control que pensaba tener.
—Ahora no quiero discutir contigo, Lara. Te pido, no sumes más tormentas a mi vida. Lo voy a solucionar. Solo… no me llames más por hoy.
Y cortó la llamada.