El Omega Del Gobernante~

La mañana llegó, arrastrando consigo un aire pesado y denso que cubría todo el bosque como una manta húmeda.

Pero los ancianos del pueblo aún no podían encontrar a Noah. Las huellas del omega parecían haberse desvanecido como si la tierra misma se lo hubiera tragado, negándose a revelar cualquier secreto sobre su paradero. El viento ya no traía su aroma dulce, y ni siquiera los perros rastreadores eran capaces de seguir su esencia.

El equipo de rescate y los hombres de la familia Everhart habían rastreado hasta el más mínimo rincón del bosque que rodeaba el acantilado (abismo) donde Noah había desaparecido. Cuerdas, linternas, drones térmicos… nada había dado resultado. Solo el silencio respondía a sus esfuerzos.

Black Everhart —el padre de Noah, un alfa de presencia imponente— permanecía de pie en medio del bosque, con los brazos cruzados y la mirada clavada en los árboles. Su mandíbula tensa, los puños apretados. Había hecho una promesa clara: quien trajera de vuelta a su hijo sería honrado, recompensado, protegido. No importaba si era humano, o una bestia.

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—¡Coff! —Noah tosió con fuerza, su cuerpo estremeciéndose al despertar de un sueño profundo y cálido. Su pecho se alzó de golpe, como si acabara de renacer.

La gema sagrada que latía dentro de su corazón brillaba suavemente, curando cada rincón herido de su cuerpo. Su tobillo, que horas atrás le impedía moverse, ya no dolía. Las heridas de su espalda, los arañazos y cortes, habían desaparecido como si nunca hubieran existido. Hasta el cansancio había sido arrancado de su cuerpo, como si una energía ancestral le hubiese devuelto la vida.

La suave y espesa cola de Theo, que lo había mantenido abrigado durante toda la noche, comenzó a deslizarse lentamente, soltando su cuerpo con delicadeza, como si lamentara dejar de protegerlo.

Theo, el alfa de naturaleza salvaje que lo había salvado, se movió con agilidad hacia la mochila de Noah. Sin dificultad, sacó la botella de agua y la destapó. Ya sabía cómo funcionaban esos objetos humanos. Después de observarlo por tanto tiempo, ya había aprendido sus costumbres y detalles, como si hubiese memorizado cada uno de sus gestos.

Noah no se percató de eso. Solo sintió una oleada cálida en el pecho, profundamente conmovido por cómo Theo lo cuidaba.

—Gracias, Theo —susurró con una sonrisa leve, los ojos todavía algo pesados.

—¿Te sientes mejor? —preguntó el alfa, inclinando levemente el rostro.

—Sí —asintió Noah, bebiendo con calma. El agua le supo más dulce que nunca.

—Quizá fue el pelaje de mi cola lo que te hizo toser.

—¿No puedes hacer desaparecer esa cola?

—¿Por qué? ¿Te da miedo? —Theo lo miró con un brillo pícaro en los ojos, aunque había un deje de tristeza en su voz.

—No es eso —respondió Noah, bajando la mirada.

—¿Entonces?

—Es que… vamos a ir a la ciudad, ¿no? ¿Cómo esconderás eso sin causar revuelo?

Theo sonrió con suavidad, casi como si hubiera esperado esa pregunta.

—Tranquilo, puedo hacerla desaparecer cuando quiera.

—¿De verdad? —Los ojos de Noah se abrieron con sorpresa.

—Mhm —Theo asintió, y entonces, una a una, sus colas comenzaron a desvanecerse en un leve resplandor plateado, como si nunca hubieran existido.

Noah observó el proceso con los labios entreabiertos. No recordaba que la noche anterior también habían desaparecido poco a poco. Solo recordaba el miedo repentino que sintió, temiendo que Theo estuviera muriendo frente a sus ojos.

La bondad y pureza del corazón de Noah siempre nublaban sus pensamientos más oscuros. Incluso ahora, cuando sabía que Theo era un alfa desconocido y potencialmente peligroso, su corazón solo veía la calidez con la que lo había salvado. Noah veía a Theo como un ser protector, casi sagrado. No le importaba lo extraño que fuera, solo su bondad.

—Será mejor que salgamos ya de este abismo —dijo Theo, poniéndose en pie con movimientos ágiles, aunque suaves, como si no quisiera asustarlo.

—¿Conoces el camino para salir, verdad? —preguntó Noah con un hilo de ansiedad.

—Por supuesto. Este bosque es mi hogar —afirmó Theo, con voz tranquila, aunque sus ojos brillaban intensamente cada vez que miraba al omega.

Noah sonrió aún más al escuchar eso. Era como si su pecho se llenara de una esperanza nueva. Como si ya pudiera ver la luz de regreso a casa, al calor de los brazos de su familia.

También pensó en Caleb, seguramente él y todos sus amigos debían estar angustiados. Noah solo rogaba que su desaparición no hubiera llegado aún a oídos de su familia. No quería imaginar el dolor de su madre, ni la ira contenida de su padre y hermano.

—Toma mi mano —dijo Theo con tono suave, extendiéndosela.

Noah lo miró por un instante, y la agarró sin dudar. La calidez de aquella palma le ofrecía más protección que cualquier escudo.

Ambos comenzaron a caminar lentamente, cruzando el oscuro y profundo valle. Era un paisaje sombrío, con raíces retorcidas y árboles tan altos que ocultaban el cielo. Pero en cada paso, Theo se aseguraba de cuidar de Noah.

Cuando el hambre asomaba, Theo trepaba árboles en silencio y regresaba con frutas dulces. Cuando Noah tenía sed, el alfa corría de manera veloz hacia manantiales ocultos y traía agua cristalina entre sus manos.

El camino podía haber sido corto, pero Theo lo alargó a propósito. Doblaba por senderos que llevaban a nada, fingía agotamiento, como si apenas pudiera sostenerse, y cada noche pedía que descansaran una hora más. Theo no quería que ese viaje terminara. En ese bosque, Noah era solo suyo. Quería que el omega dependiera de él. Quería más tiempo...

Finalmente, una semana entera pasó.

La luz comenzaba a hacerse visible al final del camino, colándose entre las ramas y anunciando el final del encierro.

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Los ancianos del pueblo, exhaustos, comenzaron a detener la búsqueda. El equipo de rescate tomó un descanso y reorganizaba sus planes.

La gente de la familia Everhart se tomó un respiro.

Pero Black y Daiki no estaban listos para rendirse. Ambos se preparaban para volver al bosque con determinación.

Eiran—El padre (madre) omega de Noah—esperaba en una cabaña de emergencia. Tenía los ojos enrojecidos, las mejillas húmedas por lágrimas constantes. Su pecho se sentía vacío, como si ya no pudiera respirar del todo.

—Papá, ¿deberíamos abrir un nuevo camino? —preguntó Daiki, con voz ronca y apagada.

—No. Caminaremos por el mismo sendero —respondió Black, firme.

—¿Por qué?

—Así, si Noah lo ve… sabrá que ese es el camino de regreso a casa.

Daiki apretó los labios y bajó la cabeza. Una lágrima escapó antes de que pudiera evitarlo, y la secó con rapidez.

Black, por su parte, mantenía el dolor escondido. Pero su aroma, fuerte y agrio, lo delataba como a cualquier alfa desesperado.

Aún así, ambos comenzaron a caminar por el bosque. Paso a paso.

Y entonces, cuando dieron su vigésimo paso entre la maleza, ambos se detuvieron de golpe.

Al final del sendero, entre la luz del amanecer, vieron una silueta conocida. Polvorienta, delgada, pero viva.

—¡¡¡Papá!!! —gritó Noah, soltando la mano de Theo y corriendo hacia él con lágrimas desbordándose en sus mejillas.

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