Jamás imaginé que la pantalla de mi móvil pudiera cambiar mi vida y mucho menos destruirla.
NovelToon tiene autorización de ariana mejia para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Culpas que pesan
Amanecí con la misma sensación que se tiene después de una pesadilla, como de miedo o intranquila. Abrí los ojos y por un momento quise convencerme de que todo había sido un mal sueño, pero ahí estaba mi teléfono sobre la cama, con los mensajes de Elías esperándome en la pantalla.
“Eres la mejor novia del mundo.”
“Anoche fue increíble, mi Isabelita”
“Te amo más que a mi vida.”
Sentí una punzada en el pecho. No supe si era vergüenza, tristeza o rabia contra mí misma. Me tapé la cara con las manos y trate de respirar hondo. No podía borrar de mi mente la imagen de mí misma quitándome la blusa frente a la cámara, forzando una sonrisa que no sentía, tratando de verme segura cuando por dentro solo quería desaparecer.
Me sentí sucia.
Asqueada.
Y más sola que nunca.
Durante el día, traté de distraerme con cualquier cosa. Ayudé a mi mamá a limpiar la casa, lavar los platos, acomodé mi cama, acomodar mi cuarto, vi mi serie favorita, incluso intenté dormir, pero nada me quitaba esa sensación pegajosa de incomodidad en la piel. Revisaba el teléfono cada cinco minutos, temiendo recibir otro mensaje de Elías pidiéndome lo mismo. Pero por la tarde, llegó algo peor.
“Hoy en la noche te quiero toda para mí otra vez, bebé 😘”
Me quedé helada.
Sentí que el estómago se me cerraba, esa sensación como cuando te cae pesada la comida. No quería. No podía. Pero tampoco sabía cómo decirle que no sin que se enojara, sin que pensara que ya no lo amaba, sin que empezara a acusarme de buscar a otros.
No contesté.
Dejé el celular boca abajo sobre la cama y me encerré en el baño. Me miré al espejo, con los ojos hinchados y el cabello desordenado. Me sentí rota.
“¿Qué estoy haciendo?” pensé.
Recordé las palabras de Mariana.
"Te está controlando, nenita."
Quise llorar, pero me obligué a mantener la compostura.
Por la noche, la videollamada llegó puntual. Vibró mi teléfono tres veces seguidas. Dudé en contestar. Quería ignorarla. Apagar el celular, fingir que me había quedado dormida, cualquier cosa. Pero el miedo a perderlo, a que se enojara, a que empezara con sus indirectas, fue más fuerte.
Deslicé para aceptar la llamada.
Apareció su rostro sonriente en la pantalla.
—Hola, mi amor hermosa —dijo con esa voz suavecita que siempre me hacía sentir culpable por pensar mal de él.
—Hola —contesté sin ánimos.
Él notó mi expresión.
—¿Qué pasó? ¿Por qué esa carita? —preguntó, como si no supiera.
Me mordí el labio, luchando conmigo misma.
—No sé… me siento rara —admití al fin.
—¿Por qué, amor? ¿Te hice sentir mal anoche? —preguntó, pero sin dejar de sonreír.
—No es eso… es que… no sé —intenté explicar, pero las palabras se me atoraban.
Él suspiró y se puso serio.
—Mira, corazón… no quiero que malinterpretes las cosas. Lo de anoche fue porque te amo, porque te deseo, porque me haces falta. Tú sabes cuánto quiero tenerte aquí, abrazarte, besarte… pero no puedo. Y esto es lo único que tenemos para sentirnos cerca.
Me quedé callada.
—Si de verdad me amas, deberías entenderlo —agregó—. Yo no te obligué, Isabella. Tú aceptaste porque sabes que esto es lo normal en las parejas que se extrañan.
Sentí cómo se rompía mi corazón en mil pedazos. No quería seguir con eso, pero tampoco quería pelear.
—No me siento bien haciéndolo, Elías —confesé.
Vi cómo su rostro se endurecía un poco.
—Entonces… ¿ya no me amas? ¿Es eso? —preguntó.
—Claro que sí —contesté de inmediato, con el corazón acelerado.
—¿Entonces por qué te cuesta tanto? —insistió—. Solo es para mí. Nadie más lo verá, lo sabes. Además, las novias de todos mis amigos lo hacen. Solo tú te complicas. Eres una exagerada, sabes bien que soy celoso para que muestre tú cuerpo a otro hombre.
Sentí que las lágrimas querían salir, pero no iba a dejar que me viera llorar.
— Elías… yo… solo necesito tiempo —dije al final.
Él suspiró como si yo lo estuviera decepcionando.
—Ok —respondió, haciéndose herido—. No te voy a obligar a nada. Aunque la neta, sí duele que no confíes en mí, después de todo lo que te he cuidado. Pero ya qué… tal vez no soy suficiente para ti.
Ahí estaba.
El chantaje.
El maldito chantaje disfrazado de tristeza.
Y como cada vez, me sentí culpable. Lo peor de todo es que por un momento dudé de mí misma. Dudé si de verdad estaba siendo exagerada. Si tal vez era normal en una relación a distancia. Si de verdad él solo me pedía eso porque me amaba, tenía muchas dudas dentro de mí cabeza.
Así que antes de dormir, le mandé un mensaje.
“Perdón. Te amo. Mañana hablaremos, ¿sí?”
Porque todavía no sabía cómo romper esa cadena.
Ni cómo dejar de justificar lo injustificable.