Matrimonio de conveniencia: Engañarme durante tres meses
Aitana Reyes creyó que el amor de su vida sería su refugio, pero terminó siendo su tormenta. Casada con Ezra Montiel, un empresario millonario y emocionalmente ausente, su matrimonio no fue más que un contrato frío, sellado por intereses familiares y promesas rotas. Durante tres largos meses, Aitana vivió entre desprecios, infidelidades y silencios que gritaban más que cualquier palabra.
Ahora, el juego ha cambiado. Aitana no está dispuesta a seguir siendo la víctima. Con un vestido rojo, una mirada desafiante y una nueva fuerza en el corazón, se enfrenta a su esposo, a su amante, y a todo aquel que se atreva a subestimarla. Entre la humillación, el deseo, la venganza y un pasado que regresa con nombre propio —Elías—, comienza una guerra emocional donde cada movimiento puede destruir... o liberar.
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Capítulo 2 – Parte 1: "No me elegiste… Me impusieron"
Capítulo 2 – Parte 1: "No me elegiste… Me impusieron"
> "¡¡Entonces haré de tu vida un infierno!!"
La voz de Ezra Montiel resonó como un trueno dentro del estudio, rompiendo la tensión en el aire como un cristal que estalla.
Aitana Reyes se quedó inmóvil unos segundos. Sus ojos grandes, húmedos y oscuros, no podían creer lo que acababa de oír. El rostro de Ezra, impasible, cargaba un rencor que ella nunca imaginó que podría estar dirigido hacia ella. Lo había visto enojado… pero nunca cruel.
—Por lo visto, tú también lo deseas —agregó él, con desprecio, mientras se aflojaba el cuello de la camisa blanca.
—¿Yo? —Aitana frunció el ceño, pero la voz se le quebró. Las lágrimas, traicioneras, comenzaron a deslizarse por sus mejillas—. Lo único que he querido… es tener tu amor. Pero tú… ya quieres divorciarte para correr a los brazos de tu amante.
Ezra esbozó una sonrisa amarga, como si hablar de Lara le diera alivio.
—Perfecto. Me alegra que lo sepas. Así nos evitamos una conversación estúpida.
Esa palabra, "estúpida", fue como un latigazo. Aitana retrocedió un paso, sintiendo cómo la herida se profundizaba.
—¿Estúpida? —susurró, y luego gritó— ¡No tienes sentimientos! ¿Nunca me apreciaste…? ¿Ni un poco? ¿Jamás?
—Jamás sentí nada por ti —escupió él, sin rodeos—. No eres mi tipo. Eres demasiado intensa, demasiado emocional. Me casé por obligación. Por el mandato de mi padre. Y ni siquiera me diste un hijo.
Esa última frase fue la daga final.
Aitana apretó los puños, temblando, con la garganta cerrada por la rabia y la impotencia.
—¡Solo me tocaste una maldita vez! —gritó con todas sus fuerzas, la voz temblando de dolor—. ¡Era mi primera vez, Ezra! Y fuiste un patán. Me trataste como si fuera cualquier cosa. ¿Así querías que tuviera un hijo tuyo?
El silencio que siguió fue brutal. Ezra no respondió. Solo desvió la mirada.
—Lo que a mí no me hiciste, a tu amante sí —continuó ella, sin poder detenerse—. Ojalá… ojalá al menos una vez me hubieras hecho gemir como lo hiciste con ella en tu oficina. Yo escuché, Ezra. Escuché cada maldito gemido. Cada jadeo. Todo. Y me pregunté si alguna vez yo podría haberte provocado eso… pero no. Tú me desprecias. Y yo… yo también fui obligada a casarme contigo.
Por primera vez, Ezra Montiel pareció sorprendido.
Sus ojos se abrieron apenas, como si acabara de descubrir algo que no sabía. No sabía que Aitana también había sido forzada a ese matrimonio.
—Tú quieres divorciarte para irte con ella —continuó ella, con voz apagada—. Porque la amas… y ella te ama. Mientras yo… Yo he vivido por ti. Me preocupo por tus comidas, por tus horarios, por tu descanso… ¡Más que por mí misma! ¿Y eso no vale nada? ¿Ni un poco?
Ezra se acercó, apretando la mandíbula.
—¡Jamás amaría a una mujer como tú! —gritó con rabia—. No sabes cuánto deseo firmar ese maldito papel y largarme contigo lejos de esta farsa. ¡Lara debía ser mi única esposa! Pero tú… tú lo arruinaste todo. ¡Mi padre me obligó a casarme contigo! Te desprecio, Aitana.
Y entonces el mundo se detuvo. Ella sintió cómo su alma era aplastada, una y otra vez.
—No puedes divorciarte así como así —dijo ella con voz fría—. Está estipulado que debe ser decisión mutua. Y yo no lo deseo.
—¡No pienso quedarme atado a una mujer como tú para siempre! —bramó Ezra, dando un golpe al escritorio—. Firma el maldito divorcio y acabemos con esta basura.
—¡No voy a firmar! —respondió ella, con la misma furia—. ¡No te lo voy a permitir solo para que te vayas a los brazos de esa mujer!
—¡¡Entonces haré de tu vida un infierno!!
—¡Siempre lo has hecho! —rugió Aitana, con un grito que no venía solo del pecho… venía del alma, del abandono, del amor desperdiciado.
Los dos se miraron por un instante, con una intensidad que quemaba.
—¡Dame el divorcio! —insistió Ezra.
Aitana no respondió. Solo rompió a llorar y salió corriendo del despacho. Subió las escaleras como si le ardieran los pies, el corazón latiéndole tan fuerte que sentía que se le rompería el pecho.
—¡Aitana! —gruñó Ezra, corriendo detrás de ella—. ¡Aitana, abre esta maldita puerta!
Ella se encerró en la habitación principal. Esa habitación que compartían. La misma que alguna vez soñó decorar con amor… y que ahora parecía una cárcel.
Ezra golpeaba la puerta con rabia.
—¡Ábreme! ¡Te lo ordeno! ¡No te encierres como una niña malcriada!
Pero Aitana no lo escuchó. O no quiso hacerlo.
Fue directo al baño, encendió la regadera sin quitarse el vestido. El agua comenzó a mojarla desde los rizos hasta los tobillos, empapando el vestido celeste que había comprado especialmente para ese día. Iba a decirle que había estudiado administración en línea. Iba a sorprenderlo, demostrarle que quería estar cerca de él, ayudarle en la empresa. Pasar más tiempo juntos.
Pero ahora todo parecía inútil.
Se sentó en el piso de mármol, recargando la cabeza en la pared fría.
—¿Qué hago… si lo amo? —susurró con la voz rota—. Dios… ayúdame. Amo a mi esposo. Pero él nunca me quiso. ¿Qué hago?
El agua seguía cayendo, cubriéndola por completo. El maquillaje corría por su rostro, disolviéndose como sus ilusiones.
El sonido del agua se mezclaba con sus sollozos. Pensamientos cruzaban su mente sin orden: recuerdos, esperanzas, dolor, vergüenza. Un nudo le apretaba la garganta, el pecho, todo el cuerpo.
Afuera, Ezra golpeaba la puerta una vez más, pero ahora con menos fuerza. Su rabia comenzaba a convertirse en ansiedad. En duda. En algo que no entendía.
Pero Aitana ya no escuchaba. Estaba quebrada por dentro. Y sola.