esta hermosa novela se trata de una mujer que dejó de vivir sus sueños juventud por dedicarse a sacar adelante a sus hermanos también nos muestra que que no importa la edad para conseguir el amor.
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capitulo 5
Él se había quedado parado ahí, como una estatua, mientras ella no aguantaba el frío. Sin importar que el hombre la estuviera viendo, decidió salir del agua. La mujer estaba roja de la rabia, pues no podía creer que detrás de ese porte elegante hubiera un hombre tan pervertido.
—Pues no sabía, señor Quintero —dijo con indignación—, que usted, un hombre que se mira tan elegante… fuera a llegar a ser tan pervertido.
Mientras decía esa frase, trataba de encontrar su vestido. Él, con una media sonrisa, preguntó:
—Señora Hernández… ¿qué está buscando? ¿Acaso es esto?
Levantó el vestido entre sus manos. Ella, en su desesperación, se había olvidado por completo de que llevaba varios minutos sosteniéndose los pechos para ocultarlos. Y al intentar alcanzar aquel vestido, los había soltado. Enrique se quedó mirándola fijamente, olvidando incluso que pretendía solo hacerle una broma.
Cuando la mujer se dio cuenta de hacia dónde él estaba mirando, se puso roja de rabia y vergüenza. Rápidamente se puso el vestido, incluso olvidando tomar la toalla para secarse. Ya vestida, lo miró y le dijo:
—Es usted demasiado pervertido… Señor Quintero, usted no me conoce.
—Me encantaría conocerla, señora Hernández —respondió él, sin vergüenza—. Y más con esa hermosa vista que me dio hoy.
Victoria decidió ignorarlo. Caminó hacia su caballo y tomó el lazo para montarlo, pero él habló de nuevo:
—Creo que está olvidando algo…
Ella giró y vio que él sostenía su brasier. Cuando se acercó, Enrique la tomó de la mano, la miró con esos ojos profundos y, con voz firme, ordenó:
—Quiero que te lo pongas. No te vas así.
¿Pero quién se creía ese hombre? ¿Su padre? ¿Su hermano? ¿Su novio, su amante, o su esposo? Era demasiado atrevido. Ella se zafó de su agarre, se subió rápido al caballo y, una vez arriba, le dijo:
—Como veo que le encantaron mis pechos… se lo regalo, para que tenga un recuerdo mío.
El hombre miró el brasier. No era de marca, nada parecido a los que él había desabrochado en su vida… pero aun así decidió quedárselo.
Enrique regresó a su finca, El Paraíso. Al llegar, una mujer trató de hablarle.
—Señor Quintero… —dijo ella.
Él se detuvo, la miró de pies a cabeza. No estaba mal, pensó.
—Mucho gusto —dijo ella—. Soy Carmen García.
El hombre simplemente volvió a girar y la ignoró por completo.
En su habitación, entendió que necesitaba una ducha fría. No podía negar que ver a esa mujer bajo la cascada le había despertado un deseo intenso. Quizás Andrés tenía razón: no era el tipo de mujer que él solía preferir. Pero no era fea, y tenía cualidades que empezaban a agradarle… especialmente esas caderas, y ni hablar de sus senos.
No era como las mujeres con las que él salía: delgadas, perfectas, interesadas y caprichosas. Pero siempre hay una primera vez.
Mientras el agua recorría su cuerpo, recordó la escena en la cascada. Sin darse cuenta, su cuerpo reaccionó. El agua y el jabón bajaban por su piel, y él se imaginó a Victoria… sometiéndola a su antojo, aferrándose a esas caderas. Trató de sacar esos pensamientos, salió de la ducha y, al vestirse, miró el brasier. Lo tomó y lo acercó a su nariz. No sabía si por curiosidad… o porque algo dentro de él había despertado.
Victoria llegó a casa. Vivían, al verla enojada, se alarmó:
—Vicky, ¿qué te pasó? No me digas que el intenso de Fabricio estuvo acusándote…
—No fue eso —respondió ella—. El hombre perfecto que intentas conseguir para mí… no tiene nada de perfecto. ¡Me fue a espiar a la cascada! Es un pervertido.
—¿En serio? —dijo Vivían con una sonrisa—. Pues yo creo que realmente está interesado en ti. Te dije que no me equivocaba. ¡Es un buen comienzo!
Victoria no podía creer lo que escuchaba. ¿Acaso no la estaba entendiendo?
—Tienes que darte una oportunidad —continuó la chica—. Nunca es tarde para amar, para cumplir tus sueños.
—Es tarde para mí, Vivían —susurró Victoria, con el corazón roto—. Tarde para amar, para tener un hogar, para tener hijos. Ese fue mi gran sueño… ser madre. Y sabes que nunca voy a poder.
—El médico dijo que SÍ podías —respondió Vivían, abrazándola.
—Pues se equivocó.
Victoria recordó su inseminación fallida. Su hermano, sin dudarlo, había pagado todo, porque sabía lo mucho que ella soñaba con ser madre.
Las lágrimas escaparon de sus ojos. Vivían la abrazó con ternura.
—Nunca es tarde para nada, Vicky… nunca. No te rindas.
Pero Victoria lloró como aquella vez en el consultorio.
—No me voy a ilusionar —susurró entre lágrimas—. Tengo miedo a volver a sufrir. A intentarlo. A enamorarme sola.
Se encerró en su habitación. Vivían quedó triste, pero decidida a no rendirse por ella.
Al ver la hora —las 4 de la tarde—, entró a su cuarto, buscó un hermoso vestido blanco y la llamó:
—Vicky, se te olvida que el señor Andrés te mandó a llamar.
Victoria abrió los ojos, cansados de llorar, y recordó. Se levantó rápido y se colocó el vestido.
De camino a la finca El Paraíso, ella iba desanimada. Vivían hablaba emocionada, como siempre. Al llegar, Fabricio se acercó:
—Hola, Victoria. Hoy estás más hermosa que nunca… ¿podemos cenar más tarde?
Victoria buscaba qué excusa inventar… hasta que Enrique apareció.
—Buenas tardes, caballero —dijo con voz firme—. La dama tiene una cita conmigo hoy.
Fabricio lo miró de pies a cabeza. Lo único que pasó por su mente fue romperle la cara.
—¿Y tú quién eres? —espetó.
—Tu nuevo vecino —respondió Enrique—. El dueño de esta finca.
—No me interesa —respondió Fabricio, apretando la mano de Victoria.
—¿Quién es él, Victoria? —preguntó Enrique.
Ella iba a decir que nadie, pero Vivían se adelantó:
—¡Es su novio! Acaba de venir de la ciudad. Compró esta finca por ella, ¿me escuchaste? Ahora lárgate.
Fabricio se fue furioso.
—¿Por qué le dijiste eso? —reclamó Victoria.
—Porque lo vamos a tener —respondió Enrique, sin tartamudear.
Vivían casi saltó de felicidad. Victoria ignoró ese comentario.
—El señor Andrés me mandó a llamar…
—La persona que te necesitaba era yo —dijo él.
La tomó de la mano y la llevó a su despacho. Ella miró todo sorprendido: el lugar había cambiado.
—¿Te gusta? —preguntó él.
—Está hermoso… —susurró ella.
Él se paró a su lado, tomó su rostro con ambas manos.
—El hombre de afuera… ¿es tu novio, Victoria?
—Mire, señor Quintero… mi vida personal no le incumbe.
—Te pregunto porque me importa —respondió él—. Y si tenían algo… hoy lo acaban de terminar.
—No tengo nada con ese hombre. Y con usted tampoco…
Ella no terminó la frase. Él ya le había dado un suave beso en el lóbulo de la oreja. Ella ni siquiera supo en qué momento había quedado atrapada allí… Luego él besó su cuello, la olfateó como un depredador.
¿Por qué la emocionaba tanto? ¿Por qué se sentía tan deseada, tan mujer, por un hombre que apenas conocía… pero que le despertaba sensaciones dormidas?
Con esa voz llena de deseo, él preguntó:
—¿Hace cuánto no haces el amor, Victoria?
Ella tragó saliva.
—Hace… mucho tiempo.