Júlia, una joven de 19 años, ve su vida darse vuelta por completo cuando recibe una propuesta inesperada: casarse con Edward Salvatore, el mafioso más peligroso del país.
¿A cambio de qué? La salvación del único miembro de su familia: su abuelo.
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Capítulo 5
El sol aún no había nacido cuando Julia despertó.
No es que hubiera logrado dormir.
Se dio vueltas toda la noche, mirando al techo como si esperara que alguna fuerza mágica surgiera y dijera que todo aquello era una pesadilla.
Pero no lo era.
El contrato estaba firmado.
Y Edward Salvatore vendría a buscarla a las ocho de la mañana en punto.
Se levantó despacio, como si cada paso fuera un adiós silencioso a la vida que dejaría atrás. Se duchó en silencio, se recogió el cabello en una coleta floja, se puso los únicos vaqueros sin roturas y una camiseta negra sin estampado.
Nada de maquillaje. Nada de tacón.
No iba a disfrazarse para ese hombre.
Era eso o nada.
Hizo café — más para mantener la rutina que por hambre — y fue hasta la habitación del abuelo, que ya estaba despierto, sentado en la cama, con un libro abierto en el regazo y los ojos cansados.
— Estás rara hoy — comentó, frunciendo el ceño. — ¿Ha pasado algo?
Julia forzó una sonrisa. Se sentó a su lado y le tomó la mano.
— He conseguido ayuda, abuelo. Para ti.
— ¿Ayuda? ¿Cómo así?
— Un hombre... apareció. Dijo que va a pagarlo todo. El hospital, los exámenes, las medicinas.
Ernesto la miró por largos segundos. Sus ojos estaban turbios, pero aún veían lo esencial.
— ¿Y qué quiere a cambio?
Silencio.
Julia desvió la mirada. Respiró hondo.
— Que me case con él.
El viejo se quedó quieto. Muy quieto.
— Pero es por poco tiempo — completó rápido. — Es solo un contrato. Nada de verdad. Después, volveré. Con dinero. Con todo. Vas a estar bien, abuelo. Vas a vivir un montón de años más, ¿ya verás?
Ernesto apretó la mano de ella con fuerza sorprendente.
— Julia... preferiría morir antes que verte venderte.
— ¡No es venta! — replicó ella, con los ojos llenos de lágrimas. — Es solo... es el único modo. Lo he intentado todo. Todo, abuelo. Y nadie ayuda. Solo él.
El viejo suspiró. Y aun estando enfermo, sonrió con ternura.
— Eres mi niña. Te crié para ser libre. Fuerte. Pero también sé lo grande que es tu corazón. Demasiado grande.
Ella se mordió el labio, intentando contener el llanto.
— Perdóname...
— Solo si prometes una cosa — dijo él, levantando el dedo tembloroso. — Que aunque entres en ese infierno... no dejes que te apague. Naciste con fuego, ¿recuerdas?
Ella asintió. Llorando de verdad ahora.
— Lo prometo.
Desde fuera, el rugido del motor de un coche negro resonó por la calle estrecha.
El coche estaba allí. Él había venido.
Julia se levantó, abrazó al abuelo con fuerza y susurró:
— Volveré. Juro que volveré.
Cogió su mochila vieja, respiró hondo y salió por la puerta con el corazón hecho pedazos.
Al otro lado de la acera, Edward la esperaba, apoyado en su coche de lujo, con un traje negro y una expresión indescifrable.
Ella cruzó la calle como quien va a la guerra.
— ¿Estás lista? — preguntó él, sin emoción.
— No. Pero vamos rápido con esto. Antes de que cambie de idea.
Él le abrió la puerta.
Y cuando el coche arrancó, Julia no miró hacia atrás.
La chica del suburbio había muerto allí.
En su lugar, nacía la esposa de un mafioso.