Abril Ganoza Arias, un torbellino de arrogancia y dulzura. Heredera que siempre vivió rodeada de lujos, nunca imaginó que la vida la pondría frente a su mayor desafío: Alfonso Brescia, el CEO más temido y respetado de la ciudad. Entre miradas que hieren y palabras que arden, descubrirán que el amor no entiende de orgullo ni de barreras sociales… porque cuando dos corazones se encuentran, ni el destino puede detenerlos.
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CAPITULO 11: Eres mía
Durante una reunión con inversionistas, Alfonso la llevó consigo para que tomara nota.
Todo marchaba bien hasta que uno de los empresarios, con una sonrisa demasiado confiada, se inclinó hacia Abril y le susurró algo al oído que la hizo reír suavemente.
Alfonso sintió cómo una descarga de rabia le recorría el cuerpo. Golpeó la mesa con la mano, haciendo que todos se sobresaltaran.
—¿Hay algo gracioso, señorita Arias? —preguntó con voz helada.
Abril lo miró, con esa chispa desafiante en los ojos.
—Nada importante, señor Brescia —respondió, disfrutando de la tensión que crecía en la sala. Y aunque todos retomaron la reunión como si nada, ella podía sentir la mirada incandescente de Alfonso clavada en su perfil, como una promesa silenciosa de que esa risa tendría consecuencias.
La reunión había terminado. Alfonso salió primero de la sala, con paso firme, y Abril lo seguía de cerca.
Apenas entraron al ascensor y las puertas se cerraron, él la acorraló contra la pared de acero inoxidable, sus ojos ardiendo de celos.
—¿Qué te dijo ese tipo? —preguntó con voz áspera.
Abril intentó zafarse de su agarre, molesta por la brusquedad.
—¡Déjame, Alfonso! —reclamó con fuerza—. ¿Qué te pasa? No tienes derecho a jalonearme ni a tratar a los demás con tanto desprecio. ¡Todos somos personas, por Dios!
Alfonso la sostuvo con firmeza, mirándola directamente a los ojos. Su respiración era pesada, su voz cargada de rabia y deseo.
—Ese imbécil te estaba coqueteando… ¿y cómo quieres que reaccione?
Al soltar la mano de Abril, se pasó las propias por el cabello, intentando contenerse. Ella, con los ojos muy abiertos, lo observaba incrédula.
—¿Estás diciendo… que estabas celoso? —preguntó, sorprendida, aunque por dentro una calidez extraña le llenaba el pecho.
No entendía por qué le daba tanta satisfacción que lo admita.
El silencio fue roto de golpe cuando Alfonso, dominado por lo que sentía, la rodeó por la cintura con un brazo y con la otra mano acarició suavemente su rostro.
—¡Sí, maldita sea! —confesó con voz ronca—. Me vuelves loco, Abril Arias. No te quiero cerca de otro hombre. ¿Entendiste?
Sin darle tiempo a reaccionar, la besó con una pasión desbordada. Era un beso posesivo, intenso, que había deseado desde aquel primer día en que ella lo desafió llamándolo “viejo”.
Esa insolente, arrogante y altanera secretaria se había metido bajo su piel y ahora también en su corazón.
Abril, temblando por la sorpresa, se dejó llevar. Sus brazos encontraron refugio sobre los hombros de Alfonso y, torpemente, correspondió al beso.
La torpeza de ella fue para él la gloria: era la prueba de que era inexperta y de que él era el primero. En ese instante, Alfonso se sintió el hombre más afortunado del mundo.
La falta de aire los obligó a separarse apenas, con las frentes unidas. Alfonso acarició sus labios húmedos y susurró:
—Desde ahora eres mía, Abril Arias… mi pequeña altanera.
Antes de que ella pudiera responder, volvió a besarla, con la misma intensidad, hasta que el sonido del ascensor al llegar al piso los devolvió a la realidad.
Tomados de la mano, salieron juntos. Boris estaba esperando y no pudo evitar lanzarles una mirada burlona: acababa de ganar su apuesta.
Alfonso había jurado que nunca caería por esa “mocosa arrogante”… y ahí estaba, enamorado hasta los huesos.
Alfonso rodó los ojos, ignorando la mofa, y antes de entrar a su oficina tomó nuevamente los labios de Abril en un beso rápido, pero cargado de deseo.
—Mi pequeña, tengo que firmar unos papeles. Esta noche iremos a mi departamento a cenar —le dijo acariciándole la mejilla.
Abril, con los ojos brillantes de emoción, se puso de puntitas y le regaló un beso tierno.
—Ok… te espero —susurró, sonrojada. Por dentro quería gritar al mundo que Alfonso Brescia era su novio, pero decidió esperar.
Primero debía aprender, crecer, y hacer que su padre se sintiera orgulloso. Solo entonces lo presentaría oficialmente.
Ya en su oficina, Alfonso no cabía en sí de felicidad. A sus treinta años nunca había sentido nada parecido. Miró a Boris y frunció el ceño con orgullo fingido.
—Ya sé lo que vas a decir, y no me importa. La envidia es mala, muchacho. No tendrás jamás una mujer tan hermosa como mi novia.
—Viejo verde, eso es lo que eres —se escuchó de pronto desde la puerta. Carlo había entrado sin anunciarse, tras recibir el mensaje de Boris—. Quién lo diría: el gran Alfonso Brescia convertido en un mandilón por una mocosa altanera.
Alfonso les lanzó unas hojas arrugadas mientras reía con ellos. Pero luego, poniéndose serio, dijo:
—Necesito discreción. Aún no he hablado con Abril sobre hacer público lo nuestro. Y ya saben cómo son los buitres de la prensa.
Carlo asintió, más serio ahora.
—Tienes razón. Quizás ella aún no está lista para ese mundo.
—Exacto. Ahora fuera de mi oficina. Tengo trabajo —cerró Alfonso, volviendo a su papel de jefe frío, aunque con el corazón todavía acelerado.
Mientras ellos se retiraban entre bromas, Abril se acercó a Boris para resolver algunas dudas de su trabajo.
Ella no quería ser solo “la novia del jefe”: quería aprender, crecer y demostrarle a todos, y sobre todo a sí misma, que era capaz.
La jornada laboral había llegado a su fin. Alfonso salió de su oficina con el peso del cansancio reflejado en sus hombros, pero al ver a la hermosa mujer que, con delicadeza, peinaba su cabello frente al escritorio, todo agotamiento se desvaneció.
—Estás preciosa, mi pequeña —dijo con una sonrisa cálida, acercándose a ella.
Abril se levantó y lo recibió con una dulce sonrisa.
—Gracias, mi amor. Ya estoy lista —susurró, rodeándolo con sus brazos y recostando la cabeza sobre su pecho.
Alfonso la sostuvo con firmeza, pasando un brazo por su cintura mientras besaba suavemente su cabello.
—Entonces vámonos. Creo que somos los últimos en salir.
—Eso parece… —respondió Abril con un ligero puchero, alzando la vista hacia él con sus grandes ojos oscuros—. Alfonso, quiero que lo nuestro se maneje con discreción. No me importa lo que digan los demás, estoy segura de que me pondrán sobrenombres, pero no quiero sentirme acosada… y es por algo que después te contaré.
Su mirada era tan dulce, tan vulnerable, que en ese instante Alfonso supo que, si ella le pidiera el mundo, él se lo entregaría sin dudar.
—Está bien, mi pequeña —cedió con voz grave, acariciando su mejilla—. Pero tendrás que recompensarme con muchos besos por mi silencio.
Una sonrisa traviesa curvó sus labios antes de añadir, en tono burlón:
—Ahora vamos, que si nos atrasamos más, mi abuela vendrá a buscarnos y nos llevará de las orejas.
Ambos rieron suavemente, tomados de la mano, mientras abandonaban juntos la empresa bajo la complicidad de la noche.