JUEGOS PICANTES "Volver A La Soltería"

Narrador omnisciente

Monic regresa con el comandante. Está frustrada, pero necesita saber en qué anda el idiota. En qué cueva está metiendo su pajarito, porque en la de ella hace mucho tiempo que no lo hace. Ya hasta olvidó qué se siente ser føllada.

—Señor agente, me llevo a Leticia Casallas y a las amigas que hizo —dice, pasándole el listado con los nombres.

El oficial la mira y sonríe. No sabe en lo que se está metiendo.

—Abogada, ¿está segura? Usted sería responsable de las señoras hasta la audiencia… Bueno, excepto por Cherry, a ella sabemos dónde encontrarla —dice el hombre, lamiéndose los labios.

Monic suspira. Sabe que Leticia no huirá, es su amiga, aunque ahora le parece una desconocida.

"Parece que la falta de macho la está enloqueciendo."

Aunque, sí... el pitø de Mateo es un micro pepinillo… constantemente se quejaba de su tamaño y que, las pocas veces que él decidía desahogarse con ella, era un suplicio, ya que era como sentir un pecesillo flotando en una alberca. Para no ser cruel tenía que esperar a que se durmiera para usar a Brad Pitt, su juguete sexual de cinco mil dólares.

Marilyn es una chica decente que cayó en desgracia por inexperiencia, y Lola… bueno, Lola es Lola, pero hasta cierto punto, es más controlable que su propia amiga.

—Sí, señor agente, yo me hago cargo del grupo de señoras.

El agente niega con la cabeza, hace clic con el mouse y va por las hojas a la impresora.

—Siendo así, solo debe firmar aquí y acercarse a la caja para pagar. Espero que no se arrepienta.

Para ser sincera, ella también espera lo mismo.

Realiza cada uno de los trámites pertinentes y regresa con el oficial custodio para que las liberen.

Llegan a la celda, y el oficial comienza a llamarlas por su nombre. La primera es Cherry, quien abraza emocionada a Leticia.

—Gracias, Castaña. Cuando necesites algo, ya sabes en qué cuadra encontrarme. Y si necesitas una buena follada, puedo recomendarte a uno de mis cuates —le susurra Cherry mientras la estrecha en un abrazo.

Al salir de la celda, abraza al policía y, discretamente, baja la mano, acariciándole sobre el pantalón sus joyas.

—Ya sabes, mi rey, por allá te espero para darte un buen servicio.

—Tal vez al terminar el turno pase, pero eso sí… me haces un descuento —responde el guardia, sintiendo el cosquilleo en su entrepierna.

El agente aclara la voz, recuperando la compostura, y regresa a su labor. Llama a Leticia, seguida de Lola y, por último, a Marilyn.

—¿De verdad? —pregunta Lety, indignada, al ver que Monic cedió al chantaje de Lola.

—Deja la envidia, Rubia, que al final sabes bien que te hice un favor.

—¿Favor? —replica Leticia, girando los ojos y empujándola.

—¿No me digas que te conformabas con tan poco? —dice Lola con una sonrisa burlona, devolviéndole el empujón.

—¿Quién te dijo que el amor se medía por el tamaño? —Leticia finge estar ofendida y aprovecha para halarle el cabello a Lola—. ¡Y mira quién habla! Pasaste varios meses entre sus piernas...

—Mira, rubia, si lo quieres de vuelta, te lo regreso y hasta le pongo un moño. Lo único que me interesaba eran los dólares que me daba, pero hasta eso se minimizó después de que le congelaste las tarjetas —responde Lola, jalándole el pelo también.

—Ustedes dos se controlan, o las regreso a la celda y pido que las dejen incomunicadas por 72 horas —las amenaza Monic, intentando controlarlas. Sabe que, aunque no lo admitan, tienen el mismo temperamento explosivo.

Las dos se detienen, se lanzan una mirada fulminante y se giran, dándose la espalda.

—Bueno, ahora que ya se calmaron, lo primero es ir donde el futuro occiso —susurra Monic con una sonrisa ladina.

Marilyn solloza. Ahora está libre, pero perdió los pañales y la leche de su bebé. Además como si fuera poco, no tiene un centavo para tomar un autobús e ir a buscarlo.

Leticia la observa y vuelve a ofrecer su ayuda. El infiel del marido de su amiga puede esperar una hora más.

—Hagamos una cosa. Sé que no tardaremos mucho. Vamos por tu bebé, luego por el infiel y dejamos a la desvergonzada —dice, señalando a Lola.

—Mejor desvergonzada que conformista y, encima, cornuda —le responde Lola, haciéndole una mueca.

—¡Ya se callan las dos! Una palabra más y las regreso —advierte la abogada, cansada de las niñerías de ese par—. Compórtense como buenas socias de leche —añade, entrando en su juego.

Leticia abre los ojos como platos y siente asco al recordar las veces que lo hizo.

—¿Leche? Si eso ni kumis saca —responde Lola con una sonrisa irónica, observando a Monic. Y esa cosa, es tan firme como un malvavisco. Al menos tuviera su sabor habría algo de ganancia.

—¡Lola! —grita Monic.

Las miradas de asombro de las tres mujeres caen sobre ella.

—Mejor vamos, antes de que nos vuelvan a arrestar —dice Leticia, mordiendo su lengua para no soltarle a la amante de su esposo todo lo que realmente piensa.

El silencio las envuelve mientras se dirigen al parqueadero. Suben al auto de la abogada. Leticia se acomoda en el asiento del copiloto, mirando al frente con una expresión tensa.

Lola y Marilyn se acomodan en los asientos traseros. El motor arranca, y el pesado silencio se hace aún más insoportable.

Lola observa el rostro de cada una, leyendo la frustración y el deseo en sus facciones. Finalmente, suelta lo que lleva pensando.

—¿Por qué me juzgan? ¿Por qué no aceptan que sus matrimonios son una mierda? Y, que quieren lo mismo que yo. Un buen polvo, un hombre que las deje sin aliento, que las haga temblar en la cama de placer, exhaustas, pero con el cuerpo pidiendo más.

Leticia aprieta los labios. Sabe que lo desea, y mucho más.

—No lo voy a negar, pero yo ya no quiero ser la misma idiota. ¡Quiero sexo! De todas las formas posibles, y ser yo la que escoja… Además si me ayuda con un par de cuentas, sería el polvo perfecto.

Monic escucha a su amiga, aunque no lo reconozca abiertamente, lleva siete años de malos polvos. Y siendo sincera consigo misma quisiera lo mismo.

—Pero que no haya compromiso y yo imponga las reglas —murmura para sí misma, pero su lengua la ha traicionado y todas la escuchan claramente.

Marilyn suspira, su vida es un desastre. El primer "minipolvo" fue un fiasco, el idiota resultó precoz, pero efectivo a la hora de hacer bebés.

—Un macho pecho peludo, que te hable sensual al oído y haga que se te erice la piel y te palpite de deseo el capullo.

Se dan cuenta que las cuatro por fin están de acuerdo en algo.

Leticia sonríe. Una idea comienza a cruzar por su cabeza. Un negocio que podía beneficiarias a todas.

—Llegamos —dice Marilyn, su voz temblorosa. Nunca ha ido tan tarde a recoger a su pequeña.

Leticia la observa por el espejo retrovisor, notando como sus manos tiemblan y el tic en su ceja.

—Yo te acompaño —dice bajándose del automóvil. Ella asiente, agradecida y llena de nervios.

Desde afuera, la joven, escucha el llanto de su pequeña, un sonido que le parte el alma. Toca el timbre y respira profundamente, rogándole a Dios que el esposo de su hermana no esté. Pero para su desgracia, es él quien abre la puerta

—Por fin se digno a venir por su escuincla la mala madre —gruñe el hombre—. No quiero volver a ver a esa mocosa en mi casa, y mucho menos a ti. Busca al que le abriste las piernas para que te la cuide —grita el desgraciado, arrojándole las cosas de su pequeña, mientras su hermana con tristeza, le pasa a la bebé.

Lola y Monic, al escuchar los alaridos del hombre y ver cómo lanza las pertenencias de la pobre chica, deciden bajar del coche.

—¿Tienes cruceta? —pregunta Lola, su mirada cargada de irá.

Monic la mira, confundida, pero en este momento lo que le afana es Marilyn.

—Sí, en el baúl.

—Ábrelo —pide Lola, acercándose al baúl y tomándola en sus manos—. Ahora sí… ¿vamos a ver lo hombrecito que es?

—¿Qué vas a hacer? —pregunta la abogada, aunque ya se imagina.

—¡Oye, imbécil! Te crees muy hombre porque pegas dos alaridos —le grita Lola, apartando a Marilyn y enfrentando al hombre.

—Ja, ja, lo que me faltaba, una loca que viniera a joder a mi casa —gruñe el desgraciado, lanzándose contra Lola. Pero ella, en un movimiento hábil lo golpea en el brazo con la cruceta.

El hombre, enfurecido, se lanza sobre ella intentando golpearla. Moni y Lety se miran.

—Vamos, lo único que odio es que mi manicure se va a arruinar —dice Lety, mirando sus uñas con una sonrisa maliciosa para luego, treparse en la espalda del hombre y jalándole el cabello.

Monic le lanza un puntapié, pero tarde recuerda que lleva pantuflas…