— ¡Aaaaahhhh! —grité aterrorizada. Mi cuerpo reposaba en la cama ensangrentada. ¿Cómo es posible si yo estoy aquí?
— ¿Por qué me haces esto? ¡Termina de mostrarte de una vez por todas! ¿Qué es lo que quieres de mí? ¡Te divierte jugar conmigo! —grité con todas mis fuerzas, pero no hubo respuesta alguna, solo un silencio perturbador.
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¿Y cómo es que lo hacemos los hombres?
—¿Por qué tiene qué ser tan obstinada? Tiene los pies heridos y, aun así, no me permitió vendarlos —refunfuñaba el duque mientras se aseaba en una habitación separada; lidiar con su esposa no sería una tarea sencilla, y menos para un hombre acostumbrado a la serenidad del ducado.
—Su gracia, la duquesa ya está lista —anunció el secretario desde el umbral de la puerta.
—En un momento iré —respondió el duque, vistiéndose con premura. Tomó las vendas, el ungüento y un brebaje para evitar que le sobreviniera fiebre; su esposa no se iría a descansar con los pies lastimados, esa joven temperamental lo escucharía.
Al ingresar al dormitorio, el duque tragó en seco al contemplar a Madeleine descubierta; había olvidado por completo que se estaban realizando los preparativos para la consumación de su matrimonio.
—Debería abrigarse; el clima en el ducado es frío. La temperatura aumentará en un par de días; aunque no estemos en la época de invierno, el frío aquí es muy riguroso y podría contraer un resfriado con facilidad. Ni siquiera el maná la protegería de pasar varios días en cama —expresó el duque mientras tomaba una manta y cubría los atributos expuestos de su esposa.
—No la quiero, tengo calor —respondió Madeleine, despojándose de la manta.
—Permítame vendar su pie —dijo el duque con determinación, arrodillándose para tomar con cuidado el pie de Madeleine.
—No es necesario; mi padre no sabrá de mi pie lastimado —replicó Madeleine, dejando entrever su descontento.
Fue en ese momento que el duque logró comprender la incomodidad de su joven esposa.
—Madeleine, deseo atender tu pie para que puedas descansar con tranquilidad, no por temor a tu padre. No seas tan remilgosa, permíteme curarte, ¿de acuerdo? —expresó el duque, moderando su tono de voz, consciente de que la joven se encontraba herida y que debía ser delicado en su trato.
Madeleine aceptó la atención del duque sin protestar, sintiéndose avergonzada por su actitud.
El duque aplicó la pomada suavemente, vendando muy bien el pie, luego tocó la frente de su esposa, notando que presentaba una ligera elevación de temperatura. Madeleine se estremecía debido a la fiebre; la joven había estado tan distraída que no se había percatado de que comenzaba a enfermar.
—Con esto, no experimentarás inconvenientes. Toma este brebaje; es para aliviar tu malestar. El médico vendrá a visitarte mañana para asegurarse de que todo esté en orden —expresó el duque con serenidad.
—Agradezco su consideración; no era mi intención causarle incomodidad —respondió Madeleine en un tono suave.
—Madeleine, no me incomoda atenderte. Eres mi esposa y he prometido cuidarte, lo cual haré. Soy consciente de que nuestro matrimonio es un contrato, pero desearía que pudiéramos establecer una relación cordial —manifestó el duque con esperanza.
—Estoy de acuerdo —respondió Madeleine sin más; sus emociones eran un torbellino y no comprendía qué había sucedido con el hombre arrogante que le había propuesto un matrimonio meramente contractual.
— Reconozco que puede parecer inesperado, considerando mi comportamiento anterior, pero deseo hacer las cosas de manera adecuada para que podamos entendernos. Dado que compartiremos el lecho conyugal durante un extenso período, es preferible que lo hagamos de tal manera que no resulte incómodo para ninguno de los dos —expresó el duque, tomando con delicadeza las manos de la joven.
— Entiendo. Una vez que nuestra situación sea más sólida, me gustaría que consumáramos nuestra unión. No podemos asegurar que el primer intento resulte en un estado de gestación, por lo que será necesario realizar varios intentos en el primer mes, hasta que se confirme la noticia —respondió Madeleine con serenidad.
— Ese asunto será como usted desee, pero le reitero que no habrá amantes —subrayó el duque, lo que llevó a Madeleine a elevar una ceja, sorprendida por el actuar del hombre.
— No se preocupe por eso; en el momento en que desee aliviarme, lo haré por mi cuenta —afirmó Madeleine con determinación.
— ¿Cómo podría llevar a cabo eso sola? —preguntó el duque, visiblemente consternado.
— De la misma manera en que lo hacen los hombres —respondió Madeleine con seguridad.
— ¿Y cómo es que lo hacemos los hombres? —inquirió el duque, intrigado por la cantidad de información que poseía su esposa.
— En ocasiones, cuando las damas de compañía no son visitadas o carecen de amantes, recurren a la autosatisfacción, utilizando sus manos como medio de alivio. Las mujeres pueden introducir sus dedos para liberar tensiones; aunque la diferencia es notable, el método es eficaz si se lleva a cabo de manera adecuada —respondió Madeleine con serenidad.
— ¿Lo ha practicado usted? —inquirió el duque, intrigado.
— No estoy segura de que desee conocer la respuesta. Le deseo buenas noches, mi señor —respondió Madeleine, cerrando la conversación de manera abrupta.
— Buenas noches, duquesa —dijo el duque, acomodándose entre las sábanas e intentando deshacerse de la inquietante información, ya que no deseaba imaginar a su esposa buscando su propia satisfacción.
Madeleine sonrió con satisfacción al observar el rostro de su esposo. Aunque había llevado a cabo una pequeña broma, ahora era ella quien enfrentaba las repercusiones de sus acciones. Mientras su esposo roncaba con la fuerza de un tigre, ella no lograba conciliar el sueño debido al frío; ni siquiera los ronquidos del duque la perturbaban tanto como la baja temperatura del ambiente. Al notar que el duque dormía plácidamente, aprovechó la oportunidad para acurrucarse en su pecho y así encontrar un poco de calor.
— Tenías razón, aquí hace mucho frío —murmuró Madeleine antes de quedarse dormida, reconfortada en el regazo del duque.
El hombre despertó al sentir un peso inusual, pero al percatarse de lo que era, esbozó una sonrisa.
— Serán noches largas; te advertí sobre el frío, pero eres obstinada —comentó, besando la frente de su joven esposa mientras la rodeaba con sus brazos. No comprendía del todo la emoción que le provocaba la presencia de la joven sobre él, pero la sensación resultaba placentera.