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Pesadilla De Amor

Pesadilla De Amor

Status: Terminada
Genre:Elección equivocada / Traiciones y engaños / Amante arrepentido / Completas
Popularitas:707
Nilai: 5
nombre de autor: sil Deco

aveces el amor no es lo uno espera

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Capítulo 22 – Volver a florecer

El pueblo los recibió con una brisa templada y ese aroma a tierra húmeda que siempre parece decir: “Estás en casa”. Luna bajó de la camioneta y miró las calles como si fuera la primera vez. Algo en su interior había cambiado para siempre. Ya no era la mujer que llegó huyendo, con la mirada esquiva y el cuerpo en alerta. Ahora caminaba erguida, con pasos firmes. Libre.

Tomás bajó detrás de ella, con el rostro cansado pero feliz. Abrió la caja de madera donde llevaba los planos dibujados a mano, las muestras de pintura, los bocetos de la futura casa. Ese terreno a las afueras del pueblo, que una vez fue solo un espacio vacío, ahora era la promesa de un hogar.

—¿Estás lista para empezar a construir? —preguntó, extendiéndole la mano.

—Sí. Pero esta vez… no lo vamos a hacer rápido. Lo vamos a hacer bien —respondió Luna, entrelazando sus dedos con los de él.

**

Los meses siguientes fueron intensos. Luna se levantaba temprano, con el sol apenas asomando, y caminaba hasta el terreno. Tomás la alcanzaba después del desayuno, y juntos se pasaban horas cavando, midiendo, eligiendo materiales, manchándose las manos con pintura y polvo, riéndose cuando algo salía mal.

El pueblo entero se fue enterando de la construcción. Don Elías, el carpintero, les ofreció maderas a precio de amigo. Clara, la señora de la panadería, les mandaba canastas con pan calentito y dulces caseros. Mirta tejió unas cortinas blancas con flores bordadas. Era como si todos quisieran dejar un pedacito suyo en ese nuevo comienzo.

Luna, en su cuaderno de tapas gastadas, escribía cada noche: “Hoy pusimos los marcos de las ventanas. Hoy Tomás se cayó de la escalera. Hoy lloré de emoción al ver la cocina. Hoy nos sentamos en el umbral sin techo a ver el atardecer.”

Todo era simple. Y todo era hermoso.

**

La casa quedó lista justo cuando el invierno empezaba a retroceder. No era enorme, pero sí luminosa. Las paredes eran de tonos suaves, había una biblioteca bajo la escalera, un rincón para leer cerca de la ventana, y un jardín con margaritas y lavandas que Luna plantó con sus propias manos.

Una tarde, sentados en la galería, Tomás le preguntó:

—¿Te gustaría casarte conmigo?

Luna no respondió de inmediato. Lo miró a los ojos, profundamente.

—No necesito un anillo para saber que sos mi hogar. Pero sí quiero celebrar esta vida que construimos. No por lo que otros esperan… sino porque se siente bien. Porque estoy viva, y estoy lista.

Y así fue.

**

La boda fue sencilla, en el patio de su nueva casa. Emilia viajó con sus hijos y se quedó varios días. Mirta lloró más que nadie. El cura del pueblo los bendijo bajo un árbol, mientras una brisa tibia hacía bailar los pétalos que flotaban en el aire.

Luna llevaba un vestido claro, sencillo, con flores bordadas por su hermana. Tomás tenía una camisa blanca, sin saco, con las mangas arremangadas como siempre. No hubo grandes discursos. Solo miradas que decían todo.

Cuando Tomás le prometió “acompañarla incluso cuando el cielo se ponga gris”, Luna no pudo evitar las lágrimas. Pero esta vez, eran de gratitud.

**

Pasaron los años. El miedo fue dejando lugar a la paz. La cicatriz en el alma de Luna no desapareció, pero dejó de sangrar. Aprendió a vivir con ella, a honrar su historia sin que la definiera.

Tuvo una hija de ojos grandes como el cielo, a la que llamaron Alma. Después, llegó un niño inquieto que heredó la sonrisa de Tomás y la imaginación de Luna. Lo llamaron Faro. Porque llegó cuando todavía el pasado amenazaba con apagar las luces, pero trajo con él una claridad nueva.

En las noches de tormenta, Luna abrazaba a sus hijos y les contaba cuentos donde la valentía no era no tener miedo, sino seguir caminando a pesar de él. Y ellos la miraban como quien mira a una heroína.

Tomás seguía tocando la guitarra en la galería, y escribía canciones que hablaban de renacer, de amor paciente, de segundas oportunidades.

**

Un día, Luna decidió abrir un taller de escritura para mujeres del pueblo. Al principio, llegaron pocas. Luego, muchas. Cada una traía su historia. Algunas, cargadas de dolor. Otras, de silencio. Luna no las salvaba. Les enseñaba a contarse. A nombrarse. A escucharse.

—Tu voz importa —les decía—. Y nadie puede quitártela.

**

El tiempo pasó, como pasa cuando uno es feliz: sin prisa, pero con sentido. Y en una tarde como cualquier otra, mientras regaba el jardín con Alma ayudándola y Faro correteando con el perro, Luna levantó la mirada y vio a Tomás en la galería, leyéndole algo al viento. Sonrió.

Recordó todo. No para sufrir, sino para agradecer.

Recordó la oscuridad. El escape. El miedo.

Y también… la luz. La casa. Los abrazos. La libertad.

**

Mensaje final para vos, lector o lectora:

Si estás leyendo esto, y alguna vez pensaste que no ibas a poder salir, que tu historia se había terminado, que el amor era una mentira… quiero decirte algo:

No estás sola. No estás solo.

A veces el camino duele. A veces el miedo paraliza. Pero hay luz más allá. Hay vida después de la tormenta. Hay manos buenas que no lastiman. Hay abrazos que no aprietan. Hay un hogar esperándote, aunque todavía no sepas dónde.

Y sobre todo: vos merecés paz. Vos merecés amor. Vos merecés escribir tu historia con palabras tuyas, no dictadas por el miedo.

Nunca es tarde para volver a florecer.

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valeska garay campos
hermosa historia
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