Ayanos jamas aspiro a ser un heroe.
trasportado por error a un mundo donde la hechicería y la fantasía son moneda corriente, solo quiere tener una vivir plena y a su propio ritmo. Con la bendición de Fildi, la diosa de paso, aprovechara para embarcarse en las aventuras, con las que todo fan del isekai sueña.
Pero la oscuridad no descansa.
Cuando el Rey Oscuro despierta y los "heroes" invocados para salvar ese mundo resultan mas problemáticos que utiles, Ayanos se enfrenta a una crucial decicion: intervenir o ver a su nuevo hogar caer junto a sus deseos de una vida plena y satisfactoria. Sin fama, ni profecías se alza como la unica esperanza.
porque a veces, solo quien no busca ser un heroe...termina siendolo.
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CAP 23
JUICIO, LEALTAD Y EL FIN...
El golpe final se acercaba. El dragón padre, Claurest, alzaba sus alas cubiertas de cristales de maná, rodeado por una tormenta mágica que distorsionaba el cielo. Y Riura, agotada, yacía sola en el suelo. Apenas podía respirar. Su cuerpo no respondía. La magia de Amelya no era suficiente. Su límite había llegado.
Y entonces…
Algo cambió.
El ambiente se volvió distinto. Como si el mundo, por un instante, se hubiese quedado sin aliento. Incluso Claurest, inmenso, orgulloso, se detuvo.
Su mirada, aguda y vieja como el tiempo, se alzó. Y vio algo. Alguien.
Una figura apareció junto a Riura. Había surgido de la nada. Un joven de ropas oscuras, cabello negro y expresión serena. La miró. Y ella, apenas consciente, esbozó una sonrisa débil.
—No soy tan fuerte, amo… lo lamento —susurró Riura.
Ayanos no respondió de inmediato. Se limitó a mirarla con ternura. La alzó con cuidado, como si sostuviera algo frágil, irremplazable. La cargó con una delicadeza tan extraña para ese campo de batalla, que el silencio volvió a caer sobre todos.
Se acercó a Amelya, aún de pie, temblorosa, con el báculo entre las manos.
—¿Podés curarla? —preguntó Ayanos, su voz serena detrás de una máscara blanca sin rasgos, solo con dos aberturas para los ojos.
—Podría… pero si lo hago, dejo expuestos a los demás —respondió ella, con inseguridad.
Ayanos, sin levantar el tono, se agachó y dejó suavemente a Riura sobre el suelo.
—Curala. Ya no habrá peligro.
Ella dudó un segundo. Pero algo en su voz la convenció. Liberó la barrera mágica y el refuerzo del grupo. Y comenzó a sanar a la joven.
Entonces, Claurest, como si esa acción le resultara ofensiva, lanzó uno de sus cristales hacia las dos. Un proyectil de maná concentrado, letal.
Pero Ayanos ni se inmutó.
Extendió una sola mano en dirección al cristal. El proyectil se detuvo en el aire, vibró... y luego se deshizo en partículas, absorbidas por su cuerpo como si fueran polvo inofensivo. Un truco aprendido en la Zona Blanca.
Sin prisa, sin palabras innecesarias, Ayanos levantó la otra mano. A su lado, un círculo mágico rojo comenzó a girar, envuelto en fuego contenido.
—INFIRIA —dijo con suavidad.
Del círculo emergió una lanza gigantesca, hecha de fuego puro, una version amplificada de DIANA el echiso de Riura, vibrando como si contuviera un rugido. Y sin mover más que dos dedos, Ayanos la disparó.
El proyectil cruzó el cielo. El dragón apenas tuvo tiempo de reaccionar. Claurest formó su barrera de diamantes mágicos, pero estos se hicieron polvo al contacto. La lanza continuó, perforando la montaña detrás como si fuera de papel. Claurest esquivó por poco.
—No me contendré más —gruñó el dragón.
Su cuerpo se iluminó por completo. Liberó toda su energía, deformando el paisaje a su alrededor. El clima cambió de golpe: el cielo ennegrecido, truenos, viento rasgando los árboles. El mundo parecía temblar con él.
Pero Ayanos seguía caminando. Tranquilo. Inmutable.
—Terminaré con este juego —proclamó Claurest. Su cuerpo cambió de forma. Le crecieron nuevas alas, sus músculos se tensaron, su tamaño se redujo, y sus colmillos brillaron como espadas. Una versión más compacta. Más letal.
Ayanos lo miró. Sus labios se curvaron en una leve sonrisa de lado.
—¿Por qué terminar el juego… si esto recién comienza?
Y por primera vez, su mirada perdió la calma. Lo invadió una furia contenida. Una llama que ardía por dentro.
Su aura comenzó a desplegarse. Un violeta profundo, bordeando el negro. Cada paso que daba aumentaba la presión sobre el suelo, que se hundía como si la gravedad se triplicara.
Claurest lo subestimó. Se rio.
—¿Eso es todo, humano?
Pero ni bien lo dijo, su cuerpo se tensó. Algo lo aplastaba. Un peso que no era físico. Claurest cayó de rodillas, jadeando.
—¿Qué es esto…? ¿Cómo puede tener tanto poder?
Ayanos lo miró con frialdad.
—Qué lástima que aún no está lista mi espada…
Hizo una pausa. Y con voz baja, dijo:
—Pero no puedo dejar pasar lo que hiciste.
Sus ojos lo atravesaron.
—¿Creés que por ser fuerte, tenés derecho a abandonar a quien quieras? La soledad… es un castigo peor que la muerte.
—¿Qué decís, humano?
Claurest, por un segundo, recordó el rostro de Latani.
—Pero seré clemente.
Y entonces, tomó postura. Su clásica posición de combate. Rodillas flexionadas, cuerpo inclinado hacia adelante, los brazos relajados.
Trasun silencio corto que parecii eterno se oye.
—Estilo demoníaco… FINAL.
Y desapareció.
No hubo sonido. No hubo advertencia. Solo apareció frente a Claurest. En un instante. En un parpadeo.
Su golpe fue seco. Letal.
Un solo puño directo al pecho del dragón. Un impacto tan preciso, tan brutal, que atravesó la coraza mágica, la carne, los huesos, el alma. Claurest apenas pudo entender lo que había pasado.
Y luego, cayó.
Sin un rugido. Sin gloria.
Solo silencio, dandose cuenta de lo mal que cumplio su deber como lider de los dragones y padre.
El maná restante se dispersó en el aire, la tormenta cesó.
La tierra dejó de temblar.
Y en medio del campo, solo quedó el eco de lo que fue.
Una lección silenciosa.
Un juicio sin apelación.