una historia llena de Romance, amor a primera vista con mucha complicidad emocional
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Debo suponer que no estás acostumbrada
CAPÍTULO VEINTITRES: DEBO SUPONER QUE NO ESTAS ACOSTUMBRADA.
Emiliano Ferrer
Cena (Parte 1)
Ya me encuentro listo para salir por mi princesa. Estoy algo nervioso, es la primera vez que llevo a alguien y la presento a mis padres como mi pareja. Confieso que no sé qué esperar de ellos, son tan distintos a mí que no parecen mis padres. Adoptado no soy, porque soy el vivo retrato del señor Arthur.
—Nana, ya me voy, tengo que pasar por Antonella a su casa —le aviso a mi viejita porque ella está al tanto de todo de mí.
—Está bien, hijo, espero que todo salga bien en la cena. Te voy a esperar, quiero saber cómo te fue y cómo se portan tus padres, sobre todo tu papá.
Mi nana está a la expectativa, al igual que yo. Mi padre tomó la noticia bien, ahora necesito saber cómo será su comportamiento.
—Yo también lo espero, mi nana —le doy un beso.
Me dirijo a la salida, voy en el ascensor. Le envío un mensaje a mi preciosa novia y le digo que voy de salida. En menos de tres minutos estoy en el auto, me pongo en marcha. Tengo una mezcla de felicidad y nerviosismo. Busco música en el estéreo, buscando relajarme un poco, y encuentro una de Reik que se llama "PERO TE CONOCÍ". Subo el volumen mientras manejo.
¿Sabes? Nunca había creído en los planes, pero te conocí. ¿Sabes? Nunca había sentido por nadie lo que por ti sentí. Creía que nada saldría bien al final. Estaba tan roto y ya nadie me iba a curar. Creía que tal vez lo mío era quedarme así, solo ho ho Y de pronto como estrella justo en medio de este mar. Me curaste el corazón, me enamoraste sin explicación, llegaste así, cuando el amor no sería para mí.
Apago el estéreo, ya que estoy afuera. Salgo del auto, llego a la puerta tocando en esta. No pasa un segundo cuando abren y aparece ahí adentro la mujer más hermosa del planeta tierra, me quedo embelesado mirando tanta belleza que resalta en ella. Ella ensancha su boca con una espléndida sonrisa que casi paraliza mi corazón.
—¡Wao, qué hermosa mujer ven mis ojos, estás preciosa, principessa! —llego a ella y la atraigo a mí dándole un beso cálido.
—También te ves muy guapo, amor, ¿vas a pasar?
Asiento, paso a saludar a mis suegros; sería descortés de mi parte no hacerlo. Después salimos rumbo a la mansión.
—¿Estás nerviosa, hermosa? ¡Porque yo sí lo estoy! —le digo cómo me siento, porque de verdad lo estoy y seguro que ella también.
—Sí lo estoy, amor, es la primera vez que me presentas como tu novia —me confiesa.
Avanzamos en silencio concentrados en la calle. Como por arte de magia, estamos frente al portón de la mansión. Escucho a Antonella decir:
—Aquí viven, disculpa, es que es grandísimo y hermoso.
Ella se sorprende y, con justa razón, su casa es modesta.
—No pasa nada, vamos. —Me dan la entrada, avanzamos, estacionamos, salimos del coche, la tomo de la mano y enseguida nos abren la puerta. Como siempre, me recibe Nora.
—¡Buenas noches, bienvenidos! —nos saluda la empleada.
Ambos contestamos al unísono: —¡Buenas noches!
—Los están esperando, joven, pasen, están en la sala de estar.
—¡Nora, ella es Antonella, mi novia! —la presento—. Antonella, ella es Nora, empleada por años aquí en la mansión.
—Mucho gusto, señorita, un placer.
Antonella: —El gusto es mío, gracias.
Nora nos guía, suelto un suspiro y me digo: "Aquí vamos, ¿qué tan malo puede salir?".
Llegamos y veo a mi papá a un lado y a mi mamá en otro. Nos ven llegar y enseguida ellos se levantan; llegamos hasta ellos.
—Buenas noches, papá, mamá, les presento a mi novia Antonella Salvatore.
ANTONELLA SALVATORE
Estoy tan nerviosa que no sé cómo actuar. Ellos se ven tan elegantes y delicados. Lo primero que hago es estirar mi mano en dirección de la señora.
—Buenas noches, señora, un gusto conocerle. —Ahora que recuerdo, Emiliano no me ha hablado de sus padres, siempre habla maravillas de su nana.
La señora toma mi mano y enseguida me da dos besos, uno en cada mejilla.
—El gusto es mío, Antonella, bienvenida, solo dime Orieta, siéntete a gusto en casa.
Ella tiene una sonrisa espléndida, creo que le caí bien, al parecer es sincera y me relajó un poco.
Giro a saludar al señor. Lo veo y su cara está seria, no sé si es su forma de ser, pero me atrevo a saludar.
—Buenas noches, señor —emito los mismos movimientos de antes. El señor toma mi mano y su toque es áspero y un tanto fuerte y firme, siento algo en él que me da escalofríos.
—Bienvenida, señorita —su voz es áspera, tanto gruesa y neutral, no emite ninguna emoción alguna.
Suelto su mano. Emiliano está a mi lado, pasa su brazo a mi espalda baja. Pasamos y nos sentamos en el sofá junto a mí, sigue él a mi lado.
Emiliano me toma de la mano, dándome seguridad y tranquilidad. Al momento le doy una sonrisa a él, haciéndole entender que estoy bien. Escucho la voz del señor y lo miro.
—Cuéntame, Antonella, ¿cómo fue que llegaste a trabajar en nuestra empresa?
La pregunta es fácil para mí, aunque puede que sea de doble sentido.
—Bueno, como todo señor, solicitaban una vacante e introduje mis documentos. Emiliano me hizo la entrevista, ingresé con mi amplio conocimiento y fui contratada por él.
Veo cómo asiente y escucho un "bien".
—No te pongan a preguntar sobre trabajo, no la asustes, que va a pensar que la vamos a interrogar. Antonella, cuéntame de ti.
—Es muy poco lo que puedo decir —le digo—. Soy una hija única con unos padres amorosos, solo somos nosotros tres. —Le respondo con amabilidad.
—Emiliano también es nuestro único hijo.
—Antonella es una mujer completa, en realidad en el trabajo es cumplida y eficiente, no tengo quejas en lo laboral. En cuanto a sus padres, se ha portado muy bien conmigo, son maravillosas personas.
Escuchar bien de mí y de ellos me da gusto y me hace feliz.
—¿Tienen negocios?
Sigue preguntando, noto que está muy interesado, su tono de voz la mantiene.
—Bueno, mis padres son dueños de un pequeño sastre que han mantenido por años.
—Pasemos al comedor, por favor, antes de que la cena se enfríe, espero que te guste, Antonella.
Mientras pasamos al comedor, seguimos hablando.
—Me parece muy buenos los negocios de sastrería —comenta la señora—. De hecho, hay una empresa muy reconocida aquí en Roma; no recuerdo su nombre ahora.
—No he tenido la oportunidad de ir, espero que me invites, principessa, me gustaría conocer el espacio donde trabajan tus padres.
Llegamos al comedor. Emiliano, como todo un caballero que es, abre la silla dándome a entender que tome asiento. Me siento, él toma el puesto a mi lado, de frente tengo a su madre y el señor está en la cabecera de la mesa.
—Gracias, mi amor.
Él toma mi mano, deja un beso en esta y la posa sobre la mesa.
—La cocinera prepara delicias, espero que te guste. Es un día especial, es la primera vez que mi hijo trae a casa a su novia, eres afortunada.
Sonrío por lo que dice y veo a Emiliano, quien me sonríe y también me guiña un ojo.
—Gracias, sé que lo soy, es un hombre encantador y maravilloso.
Sirven los platos para todos: vino en las copas, agua. No estoy acostumbrada a que me sirvan, la atención de las empleadas es impecable, ¡cuánta elegancia se respira aquí!
—Espero que no te incomode tanta atención de nuestra parte, debo suponer que no estás acostumbrada.
Me siento incómoda por lo que me dice. ¿Qué está queriendo decir? Carraspeo.
—Tiene toda la razón, señor, no estoy acostumbrada. Tanto mis padres como yo realizamos nuestros propios medios y tan malos no son.