Salvada Por El Narco

COBRA

Me quedé aquí en el bar charlando con Zóio y DK pensando en qué hacer con respecto a la llamada que recibí hoy, ya tuvimos varias ideas.

Ahora estamos en un tema relajado e incluso riendo.

Estábamos tranquilos cuando llegó un grupito de cuatro putas aquí del morro. Ya me he acostado con todas, a veces incluso con dos o tres a la vez.

Ellas ya vinieron a nuestra mesa.

— Ay Cobra, nunca más me mandaste a llamar. Te extraño. — Vino pasando la mano sobre mí.

Aparté su mano.

— Ay, antes te gustaban mis caricias.

— Ya no me gustan, lárgate.

— Estoy sabiendo que estás de fiel, pero yo no soy celosa, ¿viste?, podemos continuar con nuestras fiestitas.

— Estoy tranquilo carajo, lárgate de aquí. — Me levanté.

La zorra se acercó rápido y me robó un beso, en el mismo momento la empujé y vi a Liz que estaba entrando al bar.

Miró la escena, ojos llenos de lágrimas, se dio la vuelta y salió caminando rápido.

— ¿VISTE LO QUE HICISTE SU PUTA?

— DK, pásale la cero a esta hija de puta.

Salí corriendo como un loco detrás de Liz, ella corrió y entró en casa, fue directo al cuarto. Entró en el closet, agarró una maleta y comenzó a poner la ropa dentro.

— ¿Qué estás haciendo?

— Me voy Gael, estás libre.

— No, tú no te vas. Ni siquiera me dejaste explicar....

— ¿Explicar? No me diste señal de vida en todo el día, sales de la boca, no vienes a casa, no me das explicaciones, llamo y no contestas y aún te encuentro en el bar con una vagabunda besándote?

— ¿En serio vas a intentar explicarte?

Puse la mano en el bolsillo y no encontré mi celular.

— Fui a la boca, olvidaste el celular allá. — Me entregó el aparato.

— Amor, escucha, esa loca se lanzó encima de mí, no tuve la culpa. Esas putas son una plaga. Salí de la boca, estaba de cabeza caliente, me senté en el bar y perdí la noción de la hora, solo eso amor. Te lo juro.

Ella continuó lo que estaba haciendo, con el rostro mojado de lágrimas y cara de rabia.

— ¿Y yo? ¿En algún momento recordaste que existo? En serio ya me estaba sintiendo mal de preocupación. ¿Te parece justo conmigo? Y tú en ningún momento pensaste en mandarme un simple mensaje.

Fui acercándome y la abracé por detrás.

— Perdón princesa, soy un vacilón, nunca más voy a hacer eso. Me siento muy mal de hacerte llorar.

Se soltó de mi abrazo.

— Gael, estabas besando a aquella mujer, lo vi. — Dijo con la voz baja llena de amargura.

— No, viste que ella me estaba besando, me agarró de sorpresa.

— Amor, por favor te amo, ¿en serio crees que te iba a engañar?

— No estoy bien Gael, mañana conversamos. Voy a dormir en el cuarto de Dedé.

Ella salió y entró en el otro cuarto.

Qué infierno, todo culpa de aquella vagabunda, ahora mi mujer no quiere dormir conmigo.

Tomé un baño, no quise comer nada. Me quedé dando vueltas en la cama y no conseguí conciliar el sueño. Desde que Liz entró en mi vida, solo consigo dormir con ella.

Me levanté, fui hasta la sala y me bebí la mitad de una botella de whisky en la boca, fui al patio y fumé un porro, esperé un tiempo y entré. Subí las escaleras y abrí la puerta del cuarto de Dedé despacio.

Vi que él dormía como un ángel. Miré a Liz y estaba durmiendo en la cama al lado.

Ella dormía profundamente con el semblante tranquilo.

Me senté en el sillón y me quedé observándola dormir, me quedé velando su sueño. No consigo estar lejos de esta mujer.

Ya eran las dos y cuarenta de la mañana, ella se revolvió en la cama, encendió la lámpara y se levantó, fue en dirección al baño y ni siquiera me vio sentado aquí en el rincón.

Ella volvió al cuarto.

— Ahhh, qué susto Gael, ¿qué estás haciendo aquí?

— Viéndote dormir, no consigo estar lejos de ti.

— Ve a tu cuarto Gael, vas a despertar a Dedé.

— Solo si tú vienes conmigo a NUESTRO cuarto, si no me voy a quedar bien aquí.

— Gael, por favor...

— Me voy a quedar aquí en el sillón entonces.

— Gael, no lo hagas más difícil.

No respondí y me acomodé en el sillón. Ella se acostó en la cama jalando la cobija con rabia.

Se dio la vuelta para un lado y después para el otro.

— Imposible dormir contigo ahí mirándome, vamos al cuarto.

Intenté disimular mi sonrisa de victoria.

Ella salió caminando delante de mí pateando el piso, estaba vistiendo una camiseta mía.

Se acostó en la cama de espaldas encogiéndose y cubriéndose hasta la cabeza.

La abracé fuerte y no dije más nada.