Noveno libro de saga colores.
El reino se tambalea con la llegada de la nueva reina proveniente de una tierra desconocida, Sir Levi, ayudante del rey, emprenderá un viaje para hacer un trato con el gobernante, Eudora, la aspirante espía, insistirá en acompañarle, una tentación a la que el sir no podrá resistirse.
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22. Entre los salvajes
...LEVI:...
Desperté por el horrible frío que estaba congelando mi cuerpo.
Mis brazos dolían, mi cuerpo colgaba atado de manos, de la muralla, muy por encima del suelo, a unos tres metros.
Observé a todas partes.
Eudora estaba colgando también, mi padre, Albert, Dilan, Osmar, Marlon.
Ella estaba inconsciente, me preocupé al verla con el rostro inclinado hacia adelante.
— ¡Eudora! — Grité, jadeando — ¡Eudora! — Había sangre en su labio.
Albert elevó su rostro, parecía aturdido.
No había más de mi flota, el resto de los hombres ¿Dónde rayos estaban? ¿Estaban muertos? No, esto era mi culpa, yo era responsable de guiar una flota sanos y salvos, todo para terminar así.
Cerré mis ojos por unos segundos.
No, no podía perder así, este no sería mi fin.
Yo era el ayudante del rey, de mí dependía el reino.
Alguien soltó una carcajada y elevé mi rostro hasta donde pude.
El rey se asomaba desde la muralla.
— ¡El rey Adrian envió a un maldito salvaje a espiar, a tratar de persuadir que no hiciera el trato, atacando a mi gente y liberando a otro salvaje, solo para arruinar mis planes! — Gruñó, observando hacia nosotros — ¡Con más razón daré mi golpe contra Floris, Freya garantizará mi victoria!
— ¡Perderás esa lucha! — Grité, lanzando una mirada fulminante — ¡Ésta maldita fortaleza no es nada, no tienes un imperio, solo eres un maldito chacal en este lugar, tu gente merma con cada día, cuentas con un ejército que no es tuyo, cuando se den cuenta de lo que es éste lugar en realidad, te van a dar la espalda! — Mi voz hizo eco en las montañas.
— ¡Las riquezas compran todo, hacen que la gente pierda su honor, haciéndose indiferentes a lo que está bien o mal!
— ¡No le importa su pueblo!
— ¡La gente que me sirve y es útil es la que prevalece, esos niños y mujeres morirán pronto, me conviene que haya menos bocas que alimentar!
— ¡Los verdaderos salvajes son ustedes, siempre lo supe!
— ¡Solo porque vistes y hablas como un civilizado no quiere decir que lo seas, eres un maldito salvaje, una escoria y espero que mueras en manos de tu gente, así sentirás la traición! — Gritó el rey, haciendo una señal.
Cortaron las cuerdas.
Caímos al suelo.
Solté un gruñido a golpear contra la nieve.
— ¡Cuidado con las trampas! — Rió el príncipe a carcajadas.
Se marcharon confiados.
Me levanté con cuidado.
Mi padre se aproximó, con sus manos atadas, empezó a morder la soga en mis muñecas.
Liberó la soga en unos pocos minutos.
Lo ayudé, desatando la cuerda de la suya.
Ayudé a Albert a desatarse, él ayudó a los tres hombres restantes.
Corrí hacia Eudora, desaté las cuerdas y sus muñecas y la sostuve.
— Eudora, despierta — Palpé sus mejillas, toqué su cuello, tenía pulso — Eudora — Toqué su rostro — Por favor, despierta — La abracé contra mi pecho, estaba fría.
— ¡Todos nuestros hombres experimentados y reducidos a esto por culpa de unos miserables! — Gruñó Dilan, golpeando el suelo con su puño — Esto no es justo, maldita sea, se supone que nuestros hombres eran los mejores.
— Nos tomaron por sorpresa — Dijo Albert, manteniendo la calma.
— ¿Y todo para qué? — Siseó Marlon — ¿Para liberar un salvaje? — Señaló a mi padre.
Él se levantó, decidiendo si debía atacar.
Apreté mi mandíbula.
— Recuperaremos el barco — Dije, cargando a Eudora.
— ¿Cómo? La costa está rodeada por una muralla — Gruñó Dilan — Son Miles de kilómetros.
— Conozco un atajo.
Esperaba que siguiera allí, la cueva que usó el hombre que me vendió para salir a la playa.
— No confiamos en ti — Dijo Osmar — Por tu culpa perdimos la flota.
— Sí, fue mi culpa, pero debemos seguir.
— Eso es muy considerado de tu parte — Gruñó con sarcasmo, Marlon.
— No esperes consideración, es un salvaje disfrazado de aristócrata.
— Hice esto por el reino.
— No, tu fidelidad está con los salvajes — Gruñó Osmar, señalando despectivamente hacia mi padre — Ya veo porque tanto misterio, nos arriesgamos por un maldito salvaje.
— Éste reino es una farsa, los salvajes son dueños de estas tierra, la gente de la muralla es el enemigo — Dijo Albert, tratando de aligerar la situación — Iban a usar al salvaje como guía en sus expediciones, van a aprovechar las alianzas con el rey Archibald para ganar fuerza y así atacar a Floris.
— Terminamos sin nada, debimos esperar hasta hoy y así marcharnos como si el sir hubiese aceptado al trato, esto no hubiese pasado si él no se hubiese puesto creativo rescatando a este salvaje, por su culpa murieron la mayoría de nuestros hombres, lo perdimos todo por nada — Me señaló y apreté mi mandíbula.
— Tal vez, me confíe, pensé que ellos eran débiles, nos engañaron al hacernos creer eso, me equivoqué, asumiré las consecuencias de esto.
— No puedes reparar las vidas que se perdieron.
— No, no puedo, debo llegar a la costa antes del anochecer, hay que recuperar el barco y zarpar a Floris, es lo correcto, rendirse ahora sería abandonar al reino, al rey y a las familias que dejaron atrás, a la familia del resto de los caballeros y hombres que perdieron la vida.
Se observaron y solo asintieron con la cabeza.
Desvié mi mirada a Eudora, inconsciente en mis brazos.
Podía perderlo todo, menos ella.
— ¿Cómo vamos a saber dónde están las trampas? — Preguntó Albert, observando a su alrededor.
Mi padre se aproximó a mí.
— Merlla — Señaló hacia las montañas, agitando la mano.
Sacudí mi cabeza, negando.
— No puedo irme.
¿Cómo le explicaba?
Si no sabía que era un barco, tampoco conocía las normas dictadas por el mundo, no podría comprender lo que era ser el ayudante de un rey.
Mi padre era inteligente, era un cazador y el líder de nuestra extinta tribu, podía sobrevivir en el hielo sin problemas, defenderse de otros salvajes, conocía métodos de sanación, pero era complicado que entendiera algo que me costó años en aprender.
Él me evaluó detenidamente, confundido.
— Ellos no pueden sobrevivir — Hice señas, observando a Eudora — Debo ir con ellos, llevarlos a la costa — Observé en dirección al mar.
Siguió mi mirada.
Había duda en su expresión.
"¿Por qué lo haces?" podía leer esa pregunta.
Dejé salir una larga respiración.
— No hay nada — Sacudí mi cabeza — No nos queda nada. Solo nosotros dos.
— Quesac y Merlla — Hizo un gesto con la mano, señalándose y señalando hacia mí.
— Acompáñame — Señalé a la costa — Quesac.
Se quedó pensativo.
— El frío nos hará movernos lento, hay que avanzar — Dijo Albert, preocupado.
Yo solo tenía mi camisa rota, el resto tampoco tenía abrigos para el frío.
— Lo mejor es caminar agachados — Dijo Dilan — Pegados al suelo.
— El sir está cargando a Eudora ¿Cómo le hará? — Espetó Marlon.
— Tendrán que esperar a que despierte.
— Oh, mierda, las cosas se ponen peores — Dijo Marlon, al ver un grupo de salvajes en las colinas, estaban observando hacia nosotros.
— ¿El salvaje no puede decir que nos dejen en paz? — Preguntó Dilan, inmóvil.
— No, no todos los salvajes son amigos, las tribus y grupos pelean entre sí, nuestra tribu está destruida, no tenemos aliados — Observé hacia el grupo de salvajes.
— Estamos muertos — Jadeó Albert, llevándose una mano a la frente.
— La ventaja es que estamos entre las trampas y no se atreverán a cruzar — Dijo Marlon — ¿O si?
— Mejor preocúpate de que no sea un grupo pequeño.
Mi padre se quedó alerta y luego señaló, gruñendo.
Nos quedamos observando.
La primera fila tenía arcos.
— ¡Al suelo! — Grité cuando dispararon.
Nos agachamos, abracé a Eudora contra mi cuerpo.
Las flechas se encajaron en los orificios de las murallas.
— ¿Nos están ayudando? — Preguntó Albert, al notar que de ahí salían las flechas que las trampas activaban.
— No lo creo, corran.
— Si corremos, las demás trampas que siguen activadas nos van a derribar.
— ¡Corran hacia ellos, luego nos debíamos, rápido, antes de que se aproximen! — Grité.
Empezamos a correr hacia los salvajes.
Ellos corrieron hacia nosotros.
Parecía una batalla.
Pero, era una unida.
Cuando estuvimos lejos del campo de trampas, nos desviamos.
Los salvajes no se esperaban eso, aún así empezaron a seguirnos.
Mi padre lideraba la huida, tomando rapidez.
Las colinas se alargaban, la nieve impedía ir rápido.
Con Eudora en mis brazos no podía moverme bien.
Mi padre desapareció al llegar al borde de la colina, los demás le siguieron.
Observé hacia abajo.
Había un barranco.
Quesac se echó a rodar por él, mis hombres no dudaron en seguirle.
Me lancé, arrastrando mi cuerpo por la nieve.
Llegué abajo y seguimos corriendo, mi padre se desvió hacia unas piedras enormes.
Todos le siguieron.
Entré, él se agachó detrás de una de las piedras.
Lo imitamos.
Observé con cuidado por el borde.
Los salvajes se lanzaron por el barranco, gruñendo con furia, siendo más ágiles que nosotros.
Llegaron a la planicie.
Conté un total de diez salvajes, no eran muchos, pero con armas eran difíciles de vencer.
Me escondí, escuchaba los gruñidos y sus palabras cortas.
Sabían que estábamos escondidos en las rocas, planeaban rodearnos.
Quesac se mantuvo evaluando la situación, buscando un lugar por el que escapar.
La nieve podría ayudar, pero nos tomaría demasiado tiempo ocultarnos bajo ella.
Sentía los pasos de los salvajes cerca.
Nos tensamos, una salvaje apareció frente a nosotros.
Tenía un traje de cuero de búfalo, piel de lobo cubriéndole el cuerpo, una cabeza de lobo sobre la cabeza.
Apuntó su lanza hacia nosotros.
— Mermed.
Saltó por las rocas, no para atacarnos.
Corrimos lejos de las rocas.
Observé detrás de mí.
La mujer atacó a varios de los salvajes, utilizando su lanza para atravesar sus cabezas.
Logramos alejarnos por el momento, hallando más dunas de hielo y montañas lejanas.
Nos estuvimos a descansar, sentándonos en la nieve.
— Esa salvaje... ¿Por qué atacó a esos otros? — Preguntó Albert, con duda.
— Debe ser de otra tribu, tal vez los atacó por venganza — Dije, jadeando, agotado — La lucha entre tribus, grupos y clanes es normal.
Mi padre susurró una plegaria.
— De la que nos libramos — Suspiró Dilan.
— Parece ser la misma salvaje que vimos cerca de la muralla — Albert seguía sopesando el tema — ¿Y esos otros salvajes? ¿Por qué atacaron las trampas?
— Tal vez querían entrar, están harto de esos malditos de las murallas, tanto como nosotros.
— Son caníbales, se comen a los salvajes — Dijo Eudora y me sorprendí, estaba despierta
— Eudora.
Se incorporó un poco, tocandose la cabeza.
— ¿Estás bien? — Toqué su mejilla.
Ella me evaluó.
— Levi.
— ¿Cuándo despertaste?
— Hace unos segundos... ¿Dónde estamos? — Observó a su alrededor.
— Afuera de las murallas, fuimos echados a morir aquí.
— Suerte que te perdiste el ataque que acabamos de recibir — Comentó Albert.
— ¿Dónde están los demás? — Eudora observó que solo habíamos cinco hombres.
— Muertos — Susurré.
— Traté de evitar el ataque, pero los lobos obedecen a los hombres del rey — Dijo, con lágrimas en los ojos.
— No llores, esto no es tu culpa, es mía.
— No... Hicimos lo correcto, esa gente es horrible — Jadeó, temblando — No se alimentan de lobos, si no de salvajes que capturan o caen en las trampas.
Albert sintió náuseas y arqueadas.
— Lo siento... La carne que comimos...
— Era de lobo, estoy seguro de eso — Dije, calmado — Conozco la carne humana y se como luce.
— Gracias al cielo — Suspiró él — Eso significa que tú si comiste.
Me tensé, todos se estremecieron.
— Debemos seguir, el frío hará de las suyas en ustedes.
Nos levantamos.
Eudora iba a levantarse.
— No, yo te llevaré.
— Estoy bien, bájame.
— No, no quiero que te debilites — Insistí.
Me observó detenidamente.
— ¿Por qué actúas como si te importara?
— Me importas, Eudora.
Se aferró a mis hombros.
Me levanté.
Caminé, recordando donde debía estar la cueva.
Marchamos, el frío empezó a hacer de las suyas.
Mis hombres no dejaron de toser.
Me estaba congelando, Eudora también temblaba.
Mi padre, adaptado al frío, también empezaba temblar.
Llevó mucho tiempo encerrado, sus ropas estaban desgastadas, su tolerancia al hielo se había perdido por el encierro.
— No volveré a pisar Polemia en lo que resta de mi vida — Juró Dilan.
— Solo tenemos que llegar a la playa, estoy seguro de que estamos cerca.
Unos gruñidos nos hicieron observar hacia atrás.
Los salvajes restantes corrieron hacia nosotros.
— Mierda, otra vez no.
Empezamos a correr.
— ¡Bajame, no puedes correr bien! — Gritó Eudora.
— No voy a dejar que te atrapen, se lo que le hacen a las mujeres de otras tribus, te harán lo mismo a ti.
— ¿Le harían algo a la salvaje? — Preguntó Albert.
Los cinco salvajes que quedaban se aproximaron más.
Nos rodearon y amenazaron con sus lanzas, gruñendo, amenazando, moviéndose de un lado a otro.
Mi padre también gruñó, retando.
Los salvajes se enfurecieron más al comprender que nos defendía.
Eudora bajó de mí.
Las puntas afiladas estaban cerca de nosotros.
La salvaje volvió, corriendo rápidamente, saltando para seguir con su misión.
Atacó a los salvajes.
Dos la rodearon.
Con tres podíamos.
Los cinco nos acercamos, tomé la lanza, Albert golpeó a uno en el rostro.
Dilan y Osmar también atacaron.
Los salvajes no se detuvieron, volvieron a levantarse, gruñendo.
Los amenacé con la lanza.
Decidieron huir después de terminar desarmados.
La salvaje gruñía ante los que la sometían, lograron darle con la lanza en el costado.
— Hay que ayudarla — Dijo Albert.
— No, debemos aprovechar de huir.
— Tenemos que ayudarla — Gruñó Eudora.