Reencarne En Una Jodida Villana.

Luego de que la marquesa fuera expulsada del palacio, el marqués escuchó atentamente las palabras de la Emperatriz.

—Marqués, por la futura relación que tendremos con el casamiento de nuestros hijos y la amistad que compartimos con su hermano, mi esposo y yo hemos decidido ayudarlo. Mi hermana nos ha contado que los negocios no le están yendo muy bien en Alfea, y queríamos proponerle establecerse en Málaga. Pero, viendo el comportamiento de su esposa, esa invitación solo se extendería a usted. Lamento decirle esto, pero por lo que vi, esa mujer no le brinda nada bueno. Y, por lo que me cuenta mi hermana y a juzgar por cómo lo trata la señorita Camila, se nota que usted es un buen hombre. Le daremos tiempo para pensarlo, pero espero que pronto tome una sabia decisión.

El marqués comprendió que la Emperatriz no pretendía faltarle el respeto, por lo que solo agradeció su oferta. Luego de discutir sobre el compromiso de los jóvenes, se marchó junto a su hermano y su cuñada. Camila se quedó, pues la Emperatriz le pidió hablar en privado sobre el compromiso y los detalles del mismo.

Una vez conversaron, acordaron que al día siguiente debería presentarse temprano para que la modista tomara sus medidas y ella eligiera su vestido. Camila salió algo aturdida de la oficina, ya que la Emperatriz parecía más feliz que ella con todo este asunto.

Mientras se dirigía a la salida, de pronto sintió que alguien la jalaba del brazo y la arrinconaba contra una pared. Manuel dijo:

—¿A dónde creés que vas? ¿Planeabas irte sin despedirte de mí?

Mientras hablaba, acercaba su rostro al de ella, invadiendo su espacio personal y provocando un temblor en su cuerpo.

—¿Daniel, qué hacés? Nos pueden ver…

—A mí no me importa…

Camila lo alejó de ella y, frunciendo el ceño, respondió:

—Pues a mí sí. No está bien visto.

Claramente eso tampoco le importaba a ella; solo buscaba una excusa para que él se alejara y no sentirse tan nerviosa.

Daniel tomó su mano y la guió hasta su oficina casi a rastras. Una vez dentro, cerró la puerta y la arrinconó nuevamente contra ella. Sin darle tiempo a refutar, la besó.

Oriana, aún desorientada, se dejó llevar por el beso hasta que recobró el sentido y se separó lentamente.

—Espera… mmm… ¿qué haces?

Daniel sonrió coqueto.

—¿Qué parece que hago? Estoy besando a mi novia.

Oriana se sonrojó al escucharlo y, al ver que se volvía a inclinar, se escurrió entre sus brazos y se apartó. Recuperó la postura y dijo:

—¿Novia? ¿Y cuándo acepté tal cosa?

Daniel sonrió y la abrazó por la espalda, susurrándole al oído:

—Estamos organizando nuestro compromiso, y ¿dudas que seas mi novia? Además, anoche creo haberte dejado claro que en esta vida no dejaría que te me volvieras a escapar.

—Lo hiciste… pero aún no te he contestado.

Daniel se inclinó para besar su cuello y susurró:

—No hace falta, tu cuerpo ya lo hace por ti. La forma en que tiemblas... cómo contienes la respiración para ocultar tu nerviosismo... delata tus sentimientos por mí.

Oriana se separó de él y, tomando asiento en uno de los sillones de la oficina, dijo:

—¿Yo? ¿Nerviosa? Ja, no me hagas reír. Solo me incomoda lo descarado que eres. Esta faceta tuya me tiene de lo más desconcertada.

Daniel sonrió y, sentándose junto a ella, respondió:

—Y eso que aún no has visto nada. —Se inclinó de nuevo—. Dejá de jugar, Oriana. Dame una oportunidad de demostrarte todo lo que siento por ti.

Ella miró sus hermosos ojos azules y dijo:

—Aún estoy enojada contigo.

—Castigame, golpeame si querés… pero decime que me vas a dar una oportunidad para amarte.

Oriana sonrió por sus palabras y, colocando los brazos alrededor de su cuello, murmuró:

—Me llegás a lastimar, y soy capaz de matarte.

Daniel sonrió radiante y se inclinó, pero ella lo detuvo.

—Hablo en serio. Yo no doy segundas oportunidades. No voy a negarte que también me gustás, y que en el pasado sentí algo por ti, pero... eras alguien poco confiable.

—Lo sé, pero quiero que sepas que no voy a decepcionarte. Te esperé mucho tiempo. No voy a desaprovechar esta oportunidad.

—Voy a creerte… solo no me lastimes.

—Nunca.

Daniel se inclinó y, por fin, besó sus labios, demostrándole todo lo que sentía por ella. Al sentir los cálidos labios de Camila, se separó lentamente y dijo:

—Te amo, Oriana.

Ella sonrió, y él agregó:

—No estás obligada a contestarme. Solo dejame decirte lo que siento. En el pasado me guardé todo, y cuando morimos me reproché muchas veces no haberte dicho cuánto te amaba.

—Gracias —dijo ella, acariciando su mejilla—. Dame tiempo.

—Todo el que quieras.

De pronto, las puertas de la oficina se abrieron y Camila se separó bruscamente de Manuel. Él miró mal a la persona en la puerta por no tocar antes de entrar, y Luis, algo avergonzado, dijo:

—Yo… lo siento. Creo que haré mi trabajo luego.

Camila se levantó del sillón y dijo:

—Tranquilo, alteza. Yo ya me iba…

—No, tú te quedás. Aún no pasamos mucho tiempo juntos. Primo, ve…

—Manuel, por favor. Dejá que el príncipe haga su trabajo aquí. Nosotros vamos a otra parte…

—Pero… no voy a poder besarte…

—Cof… cof… tranquilos, yo iré a otro lado.

Oriana miró mal a Daniel y dijo:

—No hace falta. Justo estábamos por ir a la sala de música.

—En ese caso, ¿les molestaría si los acompaño? Estoy buscando algo con qué distraerme.

—No…

—Sí, no hay problema. Vamos.

Luis sonrió por la actitud de su primo, y Manuel solo lo miró mal por haber interrumpido su momento a solas con Camila. Pronto, los tres salieron de la oficina y se dirigieron al salón de música...