En el imperio de Valtheria, la magia era un privilegio reservado a los hombres y una sentencia de muerte para las mujeres. Cathanna D’Allessandre, hija de una de las familias más poderosas del imperio, había crecido bajo el yugo de una sociedad que exigía de ella sumisión, silencio y perfección absoluta. Pero su destino quedó sellado mucho antes de su primer llanto: la sangre de las brujas corría por sus venas, y su sola existencia era la llave que abriría la puerta al regreso de un poder oscuro al que el imperio siempre había temido.
⚔️Primer libro de la saga Coven ⚔️
NovelToon tiene autorización de Cattleya_Ari para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
CAPÍTULO 016
08 del Mes de Kaostrys, Dios de la Tierra
Día del Último Aliento, Ciclo III
Año del Fénix Dorado 113 del Imperio de Valtheria
Cathanna lo miró fijamente por varios segundos, con los ojos entrecerrados, y entonces, en lugar del rostro de su hermano, se encontró con la mirada lasciva de su abuelo, y eso provocó que un grito fuerte saliera de su garganta, la cual no tardó en cerrarse. Se obligó a dirigir ambas manos a su cuello, llena de desesperación, intentando arrancarse las cuerdas que le estaban robando el aire.
Calen se quedó en estado de trance hasta que logró reaccionar. Tomó las manos de Cathanna, queriendo anclarla nuevamente a la realidad, pero solo recibió un fuerte empujón que lo lanzó al suelo junto a la cama. Sus ojos se abrieron aún más cuando vio esas lágrimas rojizas salir por sus párpados cerrados. Bajó la mirada a su pecho, el cual subía y bajaba con una intensidad abrumadora.
Cathanna sentía que moriría si el aire no lograba adentrarse en su cuerpo pronto. El sudor le cubría la frente. Abrió la boca, buscando tragar oxígeno, pero le resultó la tarea más difícil de todas. Conectó su mirada borrosa con los ojos angustiados de Calen, quien seguía en el suelo, perplejo. Quiso arrastrarse hasta él y pedirle que la ayudara. No lo consiguió; su cuerpo estaba paralizado por la desesperación.
El mundo volvió a agitarse con fuerza. Elevó un brazo mientras iba cayendo poco a poco hacia un costado, hasta que todo se volvió completamente negro. Calen maldijo en su cabeza, lleno de miedo, y se puso de pie de manera tambaleante. Alzó a Cathanna en sus brazos y la dejó con cuidado en la cama, para luego salir de la habitación en busca de alguien que pudiera ayudarlo. Al bajar las escaleras, se encontró con Selene dirigiéndose al pasillo donde quedaban las habitaciones de los empleados. Sin decir nada, la agarró del brazo y la arrastró rumbo a su habitación, donde Cathanna seguía inconsciente.
—Pero… ¿¡Qué ha sucedido!? —Selene se cubrió la boca con ambas manos, mirando a Cathanna con los ojos bien abiertos—. Calen, ¿Por qué Cathanna está inconsciente? —Llevó la mirada a él, aterrada.
—Quiero que me ayudes, Selene —pidió, con urgencia—. Estaba asustada por algo y después… se ha desmayado. No sé qué hacer.
Selene se quedó mirándolo por unos segundos, sin entender del todo la situación. Se acercó rápido a Cathanna y puso una mano en su frente, la cual estaba hirviendo demasiado. Le dijo a Calen que fuera por varios paños fríos, y cuando él salió, pasó su mano por todo el cuerpo de Cathanna, cerrando los ojos. Luego los abrió, tensando la mandíbula. Lo bueno era que no había encontrado nada raro en su alma, por lo que rápidamente descartó una posible muerte, pero eso no la hacía sentir tranquila, pues en todo el tiempo que llevaba trabajando en ese castillo, nunca la había visto desmayada.
Cuando Calen llegó, tomó los paños y comenzó a limpiar la frente de Cathanna con cuidado, bajo la mirada nerviosa del hombre, quien se había sentado al otro lado de la cama, tomando la mano de Cathanna, temiendo que fuera algo grave. Esperaba que Selene dijera algo, pero ella seguía concentrada en limpiar el sudor de Cathanna. Finalizó poniéndole un paño limpio en la frente, y luego comenzó a quitarle el pijama. Calen se alarmó, poniéndose de pie enseguida.
—¿Qué crees que haces, mujer?
—Está acalorada —respondió, viéndolo a los ojos—. Considero prudente que, por esta noche, Cathanna duerma sin pijama.
Calen dudó mientras Selene seguía quitándole el pijama a Cathanna sin prestarle mucha atención. Él se dio la vuelta, pasando una mano detrás de su cabeza, nervioso. No iba a ver a su hermana de esa manera; le parecía algo repulsivo y una falta grave de respeto hacia ella. Agitó la cabeza rápido, mirando los cuadros en las paredes, encontrándolos más interesantes que de costumbre.
Se giró cuando Selene se lo indicó, encontrándose con Cathanna arropada, aun con los ojos cerrados. Selene se encogió de hombros, volviendo su mirada a Cathanna, notando cómo sus pestañas rizadas se movían, como si quisiera abrir los ojos. Se sentó a su lado, despegando un mechón de cabello que había caído sobre el paño en su frente. Calen se acercó despacio y se acomodó a su lado.
—¿Cuándo le dirás? —preguntó Calen, viéndola.
—¿Decir qué cosa? —entrecerró los ojos, confundida.
—No te hagas, Selene. —Negó con la cabeza, riendo—. Te gusta.
Selene se sonrojó, abriendo los ojos otra vez. Llevó un mechón de cabello detrás de su oreja, moviendo la cabeza de un lado al otro. Recorrió el rostro de Cathanna y su corazón saltó de alegría.
—No me gusta nadie más que mi novio —mintió.
—¿Te han dicho que mientes muy mal?
—¿Acaso me estás analizando?
—Lo hago seguido con las personas. —Se encogió de hombros.
—No me gusta tu hermana, Calen. —Volteó los ojos.
—Algo me dice que estás mintiendo.
—Eres un idiota.
—Y tú, una pésima actriz, muñeca preciosa. —Le guiñó un ojo, divertido—. No está mal que te guste Cathanna, es una mujer muy bella. Aunque... —dijo, aclarándose la garganta, bajando un poco la voz— terminará casándose con un hombre pronto. Así que es mejor que la aproveches cuanto antes, porque después no la verás tan seguido.
—No me gusta tu hermana —explicó entre dientes.
—Repítelo hasta que te lo creas.
Selene se levantó de la cama de golpe.
—Me iré a mi habitación —señaló, caminando a la puerta—. Cuida muy bien de tu hermana. Si sucede algo, no dudes en buscarme.
—Buenas noches, Selene.
—Buenas noches, idiota mal hablado.
—¡Es parte de mi encanto!
—Bien, dile a tu encanto que baje la voz. —Salió de la habitación.
Calen se acomodó mejor en la cama, quedando de costado para mirarla. Cathanna respiraba con lentitud, sus labios estaban abultados y su pecho subía y bajaba de manera suave. Él alzó una mano y le acarició la mejilla, cuidadoso, como si tuviera miedo de romperla.
Varias horas habían pasado, y Calen estaba con la vista fija en el techo. Su mente daba vueltas a lo que había pasado, sin lograr entender qué había provocado ese ataque tan extraño en ella. Su respiración se acompasó con la de su hermana, hasta que notó un leve movimiento a su lado. Giró la cabeza, y ahí estaban esos ojos grises, mirándolo como si acabara de despertar de una horrible pesadilla.
—¿Cómo te encuentras? —le preguntó Calen, sentándose en la cama—. Estuviste inconsciente por algunas horas. ¿Estás bien?
—Me siento un poco mareada. —Se tocó la frente, encontrándose con el paño seco—. ¿Qué fue lo que sucedió, Calen?
—¿No recuerdas nada? —La miró confundido.
Cathanna se removió incómoda. Tragó saliva al sentir la garganta demasiado seca. Recordaba muy bien el sonido de la puerta de su habitación siendo abierta, la mirada de su abuelo, el tirón de su cabello, y luego, nada; su mente se había quedado en blanco.
Alzó la mirada despacio, encontrándose con los ojos de Calen, que la observaban con una mezcla de preocupación y desconcierto. Negó con la cabeza, desviando la mirada hacia la puerta, consternada. No se sentía cómoda como para hablar de lo que había sucedido. Amaba mucho a Calen, y le tenía confianza, pero no quería decirle lo que su abuelo le había hecho sin sentir remordimiento.
—Llegaste a mi habitación histérica, dijiste que había alguien tocando la puerta —conversó Calen—. ¿No lo recuerdas?
—Yo… —Las palabras no querían salir. Se obligó a agitar la cabeza rápido—. Ciertamente… creo que tuve un mal día.
—De acuerdo. —Calen suspiró pesado—. Venga, ya duerme.
—Ya debería volver a mi habitación. —Intentó ponerse de pie, pero Calen la sujetó del brazo, anclándola en la cama—. ¿Qué pasa?
—Quédate conmigo —susurró, con un tono suave—. El sol todavía no sale… así que duerme un poco más, ¿sí, hermana?
Cathanna asintió y se recostó en la cama, mirando el techo. Sus ojos se humedecieron al instante; agradeció que nada brotara de ellos. Ninguno de los dos dijo nada durante los siguientes minutos, pero no era un silencio incómodo. Era de esos que decían más que las palabras.
Cathanna giró un poco y notó que su hermano también miraba al techo, con la mandíbula tensa y un brazo en la frente. Sonrió apenas, antes de volver la vista hacia arriba. Sentía una extraña opresión en el pecho, pero trató de pensar en otra cosa para no concentrarse en eso.
—¿Cuándo me hablarás sobre ella? —Cathanna rompió el silencio.
—¿Sobre quién? —Se apoyó en sus codos, levantando el dorso.
—Tu novia. —Lo observó, sonriendo—. ¿Cuándo lo harás?
Calen curvó una ceja y se dejó caer sobre la cama, cerrando los ojos con fuerza. No pudo evitar que el recuerdo de ella llegara a su mente: sus labios rojos, su nariz respingada, su cabello lacio de un rosado profundo, y esos ojos… esos dos colores tan imposiblemente bellos.
Se pasó ambas manos por el rostro, visiblemente irritado. No podía negar que esa mujer le encantaba demasiado, pero al mismo tiempo la consideraba tan estúpida por no saber decidir.
—Es muy complejo —dijo al fin, mirándola con una leve sonrisa—. Ella… nos conocimos hace poco, un año más o menos, el día del regreso a la academia. Cuando la vi… quedé completamente enamorado. No sé si eso del amor a primera vista existe, pero lo sentí. Aunque, si soy sincero, podría decir que fue un amor a primer golpe.
—¿A primer golpe? —curioseó, tratando de no reír.
—Al parecer no se dio cuenta de que estaba delante de ella y me empujó directo al lago que estaba cerca. Iba a enojarme, pero cuando nuestros ojos se cruzaron… dioses, todo eso quedó en olvido.
—¿Cuál es su nombre?
—Deletenaia —pronunció despacio, como si se tratara de un deleite imposible de olvidar—. Me parece el nombre más hermoso sobre la tierra. —Sonrió, pasándose otra vez las manos por el rostro. Le resultaba extraño hablar de sus sentimientos, pero en ese momento creyó que era lo correcto—. Aunque claro… tiene novio, y dice que no puede dejarlo porque “lo aprecia”, pero luego me dice que me quiere, y me confunde demasiado. No sé qué hacer para que ella me elija a mí.
Cathanna torció los labios.
—¿La quieres mucho?
—La amo. Mucho.
—Pero tú… —Ladeó la cabeza, sentándose en la cama, cubriendo su cuerpo con la sábana—. Te he visto haciendo eso con Katrione. ¿Cómo puedes decir que la amas, cuando hay otra mujer en tu cama?
—Es complejo, Cathanna. —Arrugó la nariz y se relamió los labios.
Calen resopló.
—Puedes decírmelo. Somos hermanos, no te juzgaré.
Calen reconocía que haberse metido con Katrione había sido un error enorme, pero no podía evitarlo; no cuando la mujer que amaba lo había rechazado tantas veces por seguir detrás de un hombre que no la valoraba. Le dolía profundamente que, a pesar de decir que lo quería, ella siguiera permitiendo que otro la tocara. Por eso él hacía lo mismo, porque en su mediocre mentalidad creía que así estarían a mano.
—Es complejo.
—Eso ya me lo has dicho, Calen.
—Puede que tu hermano sea un imbécil a veces. —Se frotó el rostro con ambas manos, presionándose los ojos—. Deletenaia me hace sentir que puedo ser una mejor persona, pero cuando la veo con él es como si me arrancaran algo. Y entonces hago estupideces… como follar con Katrione. Me convenzo de que no me importa lo que ella haga con su novio, que puedo seguir adelante sin ella, pero… es mentira. Siempre termino arrastrándome por Deletenaia, solo para que esté conmigo.
Cathanna asintió despacio, esperando que continuara.
—Podría darle todo lo que quiera sin problema —musitó, soltando una respiración pesada—. No me importaría gastarme todo mi dinero en ella. Podría… podría comprarle un maldito castillo si quisiera. Pero Deletenaia… dice que no todo es dinero. —Alzó la mirada, con un gesto confuso—¿Si no es dinero, entonces qué es? No la entiendo.
—¿Le has demostrado amor? —Entrecerró los ojos.
—Siempre. A ella le gusta...
—No me refiero a ese tipo de amor —interrumpió, mirándolo con atención—. Me refiero al verdadero amor, Calen. Al bonito.
Calen la observó sin entender del todo, parpadeando un par de veces, como si buscara en su mente alguna respuesta que encajara.
—¿Y cuál es la diferencia? —preguntó a la defensiva.
—El amor verdadero es entender —afirmó Cathanna con un tono bajo—. Es ese que se queda al lado de la persona que quiere sin pedir nada a cambio. Es ese que no fuerza las cosas para que salga perfecto, Calen. Ese que no te hace dudar de nada. —Se encogió de hombros, pasándose el cabello tras la oreja—. Pienso que tú no la amas. Parece que… la necesitas. Y necesitar no es lo mismo que amar. Pareces aferrado a que ella deje al otro solo porque te duele el ego de no tenerla.
—Hablas como si supieras lo que es amar de verdad —susurró.
—No necesito amar para saber lo que significa. El amor no tiene que doler demasiado, y si duele al punto de hacerte sentir que no vales nada, no es amor. Debe ser otra cosa… pero no amor. —Entrecerró los ojos, bajando la mirada hacia sus manos, que jugueteaban con el borde de la sábana. —El amor es un sentimiento bastante hermoso, Calen. No una necesidad enfermiza de tener algo.
Calen se mordió el labio inferior, asintiendo con la cabeza.
—¿Tienes miedo? —le preguntó a Cathanna—. ¿De amar?
—¿Por qué me preguntas eso? —examinó, confundida.
—Por… por nada. —Negó, levantándose—. Iré por comida.
—¿No está muy temprano para querer comer algo?
—Nunca es demasiado temprano para llenar el estómago.
Calen salió, cerrando la puerta tras de sí, y Cathanna comenzó a ponerse el pijama, notando de inmediato ese líquido rojizo en su cuello. Frunció el ceño, pero le restó importancia y terminó de vestirse.
Mientras se acomodaba en la cama, no pudo evitar pensar en el amor, y entonces llegó a su mente el recuerdo de Selene: su hermosa sonrisa de conejo, su olor… todo de ella. Se mordió el labio inferior. No quería seguir ocultando lo mucho que le gustaba, pero tenía miedo de lo que pudiera pasar si alguien se enteraba de que se había enamorado de una mujer de esa manera tan intensa, que hasta la asustaba mucho.
Respiró profundamente justo cuando la puerta se abrió. Calen entró con comida en los brazos. Cathanna apretó los labios con fuerza cuando él le ofreció pan. Lo tomó con una mano temblorosa y, tras varios segundos de duda, se llevó un trozo muy pequeño a la boca. Así continuó, comiendo a pedacitos, mientras Calen devoraba la comida si nunca hubiera probado bocado. Eso la hizo reír en demasía.
Luego de varios minutos, se levantó y abandonó la habitación con la excusa de que quería tomar aire. Calen protestó al principio, pero luego la dejó ir. Subió las escaleras hasta llegar a la torre de astronomía y, al hacerlo, el aroma de Selene la envolvió. La buscó con la mirada y la encontró frente a la baranda, con los brazos apoyados en ella.
Cathanna caminó despacio hasta colocarse a su lado, nerviosa, mirando al frente. Ninguna dijo nada durante minutos, pero Selene la observaba de reojo, sintiendo su pecho contraerse con fuerza.
—Señorita Cathanna —murmuró Selene sin apartar la vista del frente—. ¿Cómo se encuentra? Su hermano me ha informado que se encontraba inconsciente hace unas horas. —La miró de reojo, entrecerrando los ojos—. Espero que no haya sido nada grave.
—Estoy mejor, Selene —respondió con un hilo de voz, casi tartamudeando—. Solo fue… cansancio, sospecho. Nada alarmante.
Selene asintió despacio, sonriendo.
—Me alegra oírlo. No me habría gustado saber que algo le ocurrió.
El corazón de Cathanna se apretó.
—¿Por qué? —preguntó sin pensarlo.
—El castillo no tendría la misma luz. —Selene bajó la mirada hacia sus manos apoyadas en la baranda—. Sería una lástima, señorita.
—Por supuesto. —Tragó con fuerza, mirándola.
Selene sonrió, y Cathanna sintió las mejillas arderle con fuerza. Jugó con la baranda, intentando decir algo más, pero las palabras se le habían quedado atoradas en la garganta. Cerró los ojos, bastante nerviosa. Selene era, definitivamente, la mujer más hermosa de todas.
Cuando volvió a abrirlos, notó que ella la estaba mirando, y así permanecieron por varios segundos, hasta que Selene desvió la vista hacia el cielo, encantada con las estrellas. Elevó un brazo y señaló una. Cathanna, frunciendo el ceño, se obligó a mirarla. Era la estrella Dalia, la que representaba el amor fiel, la paciencia y la tranquilidad.
—Esa es la más brillante —dijo Selene, sin dejar de sonreír.
—La estrella Dalia —pronunció Cathanna, con los ojos ligeramente entrecerrados—. Dicen que solo se muestra con claridad cuando dos almas que deben encontrarse están bajo el mismo cielo.
—¿Crees que es real? —Se giró, apoyando la espalda en la baranda.
—No soy de supersticiones. —Cathanna se encogió de hombros.
—Algunas supersticiones pueden ser reales.
—¿Cómo cuáles?
—Los gatos se asocian con la muerte —respondió Selene, ladeando la cabeza con una sonrisa pequeña—. Es muy real, señorita. Donde hay un gato negro, hay muerte. No porque sean de mala suerte, sino porque son los encargados de llevarse las vidas que ya cumplieron su ciclo en este mundo. Es hermoso, en realidad. No matan, solo guían.
—Tú hablas de la muerte como si fuera arte —murmuró Cathanna, con una calidez extraña naciendo en su pecho.
—Quizá lo sea, señorita —musitó Selene, poniéndose frente a ella con los brazos cruzados sobre su pecho—. Si lo piensa bien, no hay muerte sin vida. Son dos amantes que no pueden existir el uno sin el otro. Es como una relación tóxica que no puede dejar de ser tóxica.
—Eso suena… inquietantemente romántico —bromeó.
—Toda relación entre opuestos lo es —dijo, sincera.
—Entonces…—Se aclaró la garganta, recorriendo su rostro con paciencia—. ¿Ese dicho que dice que los opuestos se atraen es real?
—Depende —reconoció con calma—. A veces los opuestos se atraen porque se reconocen. No son tan distintos como creen. Otras veces solo se atraen para destruirse. Como si el universo los empujara a encontrarse, aunque el final ya esté escrito para que no estén juntos.
—¿Cuál sería la lógica de eso? —Ladeó la cabeza, confusa.
—La vida no siempre sigue a la lógica, señorita. A veces solo es así, porque tiene que de ser de esa manera. —Su voz bajó de volumen.
—Eso es trágico. —Hizo una gesto de melancolía.
—Muchas veces se encuentra belleza en lo trágico, señorita Cathanna —murmuró con suavidad, conteniendo el impulso de tocar su rostro apagado—. No todo lo que parece malo lo es en realidad. Todo depende de cómo lo veamos… nosotras, las personas. Todos.
—Quizá tengas razón, Selene. —Trató de sonreír.
—¿Quiere dar una vuelta por el jardín? —propuso Selene.
Cathanna asintió despacio y ambas salieron de la torre sin pronunciar palabra alguna, solo escuchando el ruido de sus pies contra el suelo. Mientras caminaban, Cathanna la miraba de reojo: su rostro, su cabello envuelto en un pañuelo azul, sus labios pintados de escarlata. Sentía un impulso feroz de besarla. Era extraño; antes, la idea de besar a una mujer le parecía impura, casi prohibida. Pero en ese momento, habría dado cualquier cosa por unir sus labios con los de Selene.
Al llegar al jardín, se internaron entre los arbustos y las flores, que brillaban con un resplandor hipnotizante que trataba de tragarse la oscuridad. Cathanna sonrió sin darse cuenta. Selene la observó, y su corazón latió con una intensidad casi inhumana, como si todo dentro de ella respondiera a ese gesto mínimo… y a lo que podría significar.
—¿Cuál es su flor favorita? —preguntó Selene, rompiendo el silencio con una voz suave, casi temerosa.
Cathanna se detuvo un momento, abrazándose a sí misma, como si así pudiera protegerse del frío. Sus ojos recorrieron las flores que brillaban como si fueran pequeños fragmentos de una noche estrellada, hasta que se fijó en una en particular: una flor azul y violeta, de tallo azabache, que brillaba con más intensidad que las demás.
Existían infinitas leyendas sobre esas flores. Decían que eran veneradas por los dioses, las primeras en brotar sobre la tierra cuando todo era aún vacío. Se decían también que podían devolver la vida a quienes estuvieran al borde de la muerte.
Aquella flor se había convertido en su favorita desde que descubrió que de ella provenía su inaudito color de cabello. Su madre había tomado remedios hechos con sus pétalos azulados durante el embarazo, y así, sin quererlo, la flor había dejado su marca en Cathanna antes incluso de que naciera.
—¿La Clarindyna es su favorita? —La voz de Selene llenó el espacio, sacando a Cathanna de sus pensamientos.
—Sí —susurró ella, apartando la mirada de las flores—. De todas, es la que más destaca. Además, se parece a mi cabello.
—Azules… como las estrellas muertas —dijo Selene, sonriendo.
—Nunca supe descifrar qué significaba eso. —Cathanna se posicionó delante de ella—. “Azules como las estrellas muertas”.
Selene le miró el cabello detenidamente, con una sonrisa tierna. Estaba segura de que era como los restos de una estrella que había ardido demasiado. Un azul profundo, con reflejos espectrales que la paralizaban. Era una combinación tan exquisita que le parecía imposible que algún humano pudiera poseerla, pero ella lo tenía así: el cabello de Cathanna era tan azul como las estrellas muertas.
—Cuando vea cómo una estrella muere, cómo su luz se desgarra en colores imposibles, entenderá por qué lo digo, señorita Cathanna. —Selene se hizo a un lado, continuando la caminata.
—¿Siempre hablas en acertijos? —Se apresuró a alcanzarla.
—Solo cuando la situación lo amerita.
—¿Y esta situación lo está ameritando?
—Podría decir que sí, señorita Cathanna.
Cathanna levantó una ceja, chasqueando la lengua.