La historia de los Moretti es una de pasión, drama y romance. Alessandro Moretti, el patriarca de la familia, siempre ha sido conocido por su carisma y su capacidad para atraer a las mujeres. Sin embargo, su verdadero karma no fue encontrar a una fiera indomable, sino tener dos hijos que heredaron sus genes promiscuos y su belleza innata.
Emilio Moretti, el hijo mayor de Alessandro, es el actual CEO de la compañía automotriz Moretti. A pesar de su éxito y su atractivo, Emilio ha estado huyendo de las relaciones estables y los compromisos serios con mujeres. Al igual que su padre, disfruta de aprovechar cada oportunidad que se le presenta de disfrutar de una guapa mujer.
Pero todo cambia cuando conoce a una colombiana llamada Susana. Susana es una mujer indiferente, rebelde e ingobernable que atrapa a Emilio con su personalidad única. A pesar de sus intentos de resistir, Emilio se encuentra cada vez más atraído por Susana y su forma de ser.
¿Podrá Emilio atrapar a la bella caleña?.
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Abuelo cupido...
Leonardo Moretti, el inconfundible abuelo del engreído CEO italiano, estaba al tanto de lo ocurrido entre su nueva amiga colombiana y su descortés nieto. Había enviado un investigador privado para que no les perdiera el rastro y pensó que ya era momento de desempolvar sus trucos de cupido redimido y darles un empujoncito al par de orgullosos que deseaba ver convertidos en pareja.
Se acercaba una gran fiesta: la Fiesta de las Máscaras, celebrada en Milán año tras año con fines benéficos. Se realizaban exuberantes donativos y subastas imperdibles, todo en favor de los más desfavorecidos. Aunque, como era de esperarse, muchos empresarios aprovechaban la maravillosa gala para obtener beneficios propios. Nada raro en el mundo del poder y la ambición.
El evento reunía a los más importantes de Milán y toda Italia: empresarios reconocidos, magnates, ladrones de cuello blanco, modelos, actrices, cantantes y lo más destacado de la farándula. Un evento al que, evidentemente, solo asistían quienes tenían un puesto de poder o llevaban apellidos sinónimo de dinero y estatus.
Leonardo sabía perfectamente que la diseñadora gráfica y asesora financiera no pertenecía a ninguno de esos círculos. Por lo tanto, Susana no podría acceder a un evento de tan vasta magnitud. Y justo ahí era donde él entraba en acción. Sería el hada madrina de la plebeya. Financiaría desde la lencería hasta la exclusiva invitación, algo que para un hombre con su poder y apellido no representaba ninguna dificultad.
Contaría con la ayuda de su adorada bisnieta, la irreverente Analía Moretti, quien amaba hacer de asesora de moda y disfrutaba especialmente fastidiar a su querido hermano mayor.
Una gala como esa tenía un código de vestimenta muy exigente, por lo tanto, Susana debía estar a la altura de las circunstancias. Una mujer con economía limitada y sin un apellido de renombre estaba descalificada desde el inicio para siquiera acercarse a las puertas del lujoso hotel que se engalanaba para el evento.
Pero el audaz y astuto abuelo Leonardo tenía todo meticulosamente planeado: desde cómo lograr que la caleña aceptara la invitación y deseara asistir, hasta qué auto la llevaría, con quién bailaría el primer baile de la noche y dónde terminaría esa inolvidable velada.
La Fiesta de las Máscaras era la oportunidad que muchos solteros y solteras de la élite italiana aprovechaban para emparentar o establecer matrimonios estratégicos. También era el escenario perfecto para que amantes prohibidos dieran rienda suelta a su pasión.
Las máscaras enigmáticas que todos llevaban despertaban deseos, curiosidad y bajas pasiones. Varias parejas célebres del espectáculo y el poder habían surgido tras una fiesta como esta, así como muchos matrimonios se habían roto por infidelidades surgidas en medio de la euforia del licor, los perfumes cautivadores y las miradas indiscretas a través de las máscaras.
El plan estaba en marcha. Aunque Leonardo tenía claro que a su bisnieto lo enloquecería ver a Susana en un evento de ese calibre, también sabía que aflorarían sus prejuicios hacia ella y su creencia de que solo era una oportunista. Sin embargo, confiaba plenamente en que la rebelde colombiana no se dejaría opacar y mucho menos pisotear.
La investigación dedicada que había hecho sobre ella le confirmaba por qué la consideraba la horma del zapato de su escurridizo nieto. Así que, una vez decidido, no quitaría el dedo del renglón hasta ver a la avasalladora colombiana domando al engreído Emilio. Él haría su parte de cupido y dejaría que ellos hicieran la suya, pues aunque deseara verlos juntos, sabía que al final, las decisiones eran únicamente de ellos.
Como parte de su dulce y travieso plan, Leonardo haría un regalo velado a su nieto: una suite presidencial con sábanas de seda egipcia y un balcón con vista privilegiada, a la que solo los poderosos con tarjetas negras ilimitadas podían acceder. Todo estaba perfectamente calculado en su mente. Solo esperaba que su plan fuera infalible...
A la hora indicada, Susana ya estaba en la entrada del hotel esperando a que su engreído jefe la recogiera para emprender el viaje de regreso a Milán.
—Si antes de venir no quería viajar con él, ahora mucho menos —se decía a sí misma mientras miraba el reloj, deseando que el tiempo pasara rápido.
Algo había cambiado. Aún sentía en sus labios el calor de los suaves, pero apasionados labios de su jefe. Sus manos aún conservaban esa chispa eléctrica que sintió al tocarlo durante aquel baile en Colombia, y que ahora, tras el reciente encuentro, se había intensificado.
Emilio llegó sonriente, acompañado de la bella rubia Vanessa Bellini, su reaparecida amiga de infancia, quien caminaba a su lado con gracia y elegancia, consciente de que despertaba envidias al ir con semejante espécimen masculino.
Ya casi llegando a la entrada del prestigioso hotel en Siena, donde habían estado alojados por ocho largos —o cortos— días, divisó a la caleña rebelde que lo tenía hecho un lío. Una mujer que lo desbordaba de deseo, que ni el agua helada ni las sesiones de autocomplacencia lograban calmar.
El sol matutino de la Toscana fue la oportunidad ideal para que Susana usara un outfit fresco y relajado, muy acorde a su estilo despreocupado y extrovertido. Llevaba su larga cabellera rizada color azabache en un semirrecogido que caía en cascada por su espalda. Un maquillaje sencillo que resaltaba su frescura natural. Una camiseta de hombros caídos, con detalles femeninos que delineaban su busto, combinada con un short de tiro alto que destacaba su trasero tonificado y dejaba ver unas piernas relucientes, gracias a las cremas perladas de la revista Yambal —el lujo más grande que su presupuesto y su disciplina para ahorrar le permitían.
En sus pies, unas sencillas sandalias bajas color dorado completaban su look.
A Emilio casi se le cae la mandíbula al escanearla de arriba abajo. Se veía tan bella... tan ella. Y sí, le recordaba a esa mujer que bailaba al compás de la salsa en la sucursal del cielo.
El gesto no pasó desapercibido por la intuitiva y observadora Vanessa Bellini, quien lo miró de reojo con una sonrisa pícara.
—No me digas que es ella... la dueña de tus marañas mentales —comentó con una ceja arqueada.
Emilio no respondió, pero su mirada fija en Susana lo delató.
Vanessa solo sonrió, divertida, mientras pensaba: Moretti está enamorado.
Emilio retomó el control de las emociones que solo verla despertaban en él. Se despidió de Vanessa con una sonrisa amable y la promesa de un reencuentro en Milán.
Volvió a endurecer el gesto, recuperando esa máscara de frialdad que tan bien sabía usar y caminó con aparente indiferencia hacia Susana, sosteniendo en una mano las llaves de su lujoso Aston Martin, que ya lo esperaba encendido frente al hotel.
—Suba, Montero. Aún estamos a tiempo para no llegar tarde a mi junta administrativa —dijo con tono seco, sin siquiera mirarla directamente.
Ella lo observó con esa mirada serena pero firme que siempre lograba descolocarlo. Sin emitir palabra, abrió la puerta del auto y subió con calma, como si cada uno de sus movimientos fuera un acto calculado de dignidad.
Emilio hizo lo mismo. Se colocó el cinturón de seguridad, ajustó los espejos sin necesidad, como queriendo evitar mirarla, y puso el auto en marcha. El silencio se volvió denso, tenso, casi asfixiante. Pero él no podía evitar mirarla de reojo. Observó por milésima vez su rostro, deteniéndose esta vez en sus labios.
"Susi… qué bien sabe tu boquita. Si tan solo... tan solo..."
—¡Tan solo nada, Emilio! Ella es tu empleada. Una mujer a la que ni siquiera conoces del todo y que probablemente jamás encaje en tu mundo —se reprendió mentalmente, apretando el volante con fuerza.
"Mira esas piernas tan lindas. Se ven tan suaves, tan perfectas… ¡Por Dios, cómo huele! Aunque no use perfumes franceses, sino esos baratos splash de frutas… me encanta su aroma."
—Basta, Emilio. Tu falta de sexo ya te está haciendo delirar —se recriminó su intrusa conciencia.
"Eso es. Necesito sexo. Hoy mismo me ligo a una chica en el club, y así me quito estas malditas ganas de adueñarme del cuerpazo de la parlanchina."
Mientras tanto, Susana iba encantada contemplando el paisaje veraniego que ofrecía Siena. Con su móvil en mano, tomó varias fotos de las callejuelas, de los viñedos a lo lejos, ignorante del cúmulo de pensamientos que desataba en su jefe...
interesa el empresario arrogante, Emilio va a dar todo en esa fiesta que espero y sea ya rl inicio de una nueva relación /Kiss//Pray/