Aunque Dolía, Me Quedé

Nunca me había sentido tan cansado emocionalmente. La carga de todo lo que había pasado con Joel me estaba drenando poco a poco, y lo peor era que él parecía seguir su vida sin ninguna dificultad. Había noches en las que me preguntaba si alguna vez había significado algo para él, si en algún momento me había visto como alguien importante en su vida, o si solo había sido alguien más que estuvo de paso.

Ese día en particular fue uno de esos en los que la realidad me golpeó de frente. La semana había sido extrañamente pesada, llena de silencios incómodos y miradas evitadas. No sé si era mi paranoia o si realmente Joel ya no se esforzaba ni siquiera en mantener una máscara de amistad conmigo. Tal vez ya no le importaba ni disimular.

A pesar de todo, yo seguía buscándolo, intentando que al menos me dirigiera una palabra con el mismo tono de antes, con ese matiz de afecto que alguna vez creí percibir en su voz. Pero él estaba tan distante que parecía un extraño.

Lo peor fue cuando lo vi con sus amigas. Con ellas era cálido, sonreía, les hablaba con una familiaridad que conmigo nunca se había permitido. Me di cuenta de que siempre había sido así, pero antes me aferraba a pequeños gestos y detalles para convencerme de que no era así, que había algo especial entre nosotros. Pero ese día lo vi con claridad: no había nada especial. Nunca lo hubo.

Me dolía en el alma darme cuenta de eso. La verdad es que me había pasado tanto tiempo esperando algo de él, algo que quizás nunca estuvo dispuesto a darme, que ahora me sentía perdido. Era como si todo el esfuerzo, todas las veces que me había tragado mis sentimientos para no hacer un drama, todo lo que había hecho por él, simplemente no valieran nada.

Esa tarde, mientras intentaba distraerme con cualquier cosa, mi teléfono vibró. Era un mensaje de Fernanda. “Necesito hablar contigo”. Dudé en responderle. Nuestra relación también había sido complicada, y aunque había estado ahí para mí muchas veces, también había tenido sus traiciones. Pero algo en mi interior me dijo que debía escucharla.

Nos encontramos en el parque de siempre, donde tantas veces habíamos hablado sobre todo y nada. Me miró con expresión seria, y supe que no era una charla cualquiera .

“Mira, sé que no soy la mejor persona para decirte esto, pero tienes que dejar de aferrarte a Joel, ya es hora ”, dijo sin rodeos. Me dolieron sus palabras, pero sabía que tenía razón.

“No estoy aferrado”, respondí a la defensiva.

“Claro que lo estás. Te estás consumiendo por alguien que no te ve de la misma forma. Y déjame decirte algo: no lo va a hacer. No importa cuánto esperes, no va a cambiar. Y tú no puedes seguir en este ciclo”.

Guardé silencio. Lo sabía, claro que lo sabía. Pero admitirlo en voz alta lo hacía más real.

“No es fácil”, murmullé.

“Nunca lo es. Pero necesitas empezar a pensar en ti. Has dado demasiado por alguien que no está dispuesto a hacer lo mismo por ti”.

Esa conversación me dejó pensando. No era la primera vez que alguien me lo decía, pero quizás era la primera vez que estaba listo para escucharlo.

Los días siguientes me propuse distanciarme, aunque fuera un poco. Dejar de buscarlo, de esforzarme por algo que claramente no iba a cambiar. Pero era difícil, porque aunque Joel no me hablara, aunque su actitud fuera fría, yo seguía queriendo su atención, su afecto. Seguía esperando que, de alguna forma, se diera cuenta de todo lo que yo había estado haciendo por él.

Pero, claro, él no se daba cuenta de nada. O, peor aún, sí se daba cuenta, pero simplemente no le importaba.

Fue en esos días de distancia cuando algo curioso pasó. Me di cuenta de que, aunque dolía, también había cierto alivio en no estar pendiente de él. En no estar esperando un mensaje, en no estar analizando cada gesto o palabra suya buscando señales de algo que no existía.

Quizás Fernanda tenía razón. Quizás ya era hora de dejar ir.