Luego de una decepción amorosa Lila viaja a Londres buscando la contención de su padre pero en el camino encuentra algo más que solo amor y contención familia. Una nueva historia da comienzo en medio de toda su crisis sentimental.
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capítulo 20
La habitación estaba en penumbra, iluminada apenas por la ciudad que respiraba al otro lado de la ventana. Lila cerró la puerta tras ellos y se apoyó en ella por un segundo, como si le faltara el aire.
Vladímir no dijo nada. Solo la miraba. Había deseo en su mirada, sí, pero también algo más: respeto, contención. Se acercó con pasos lentos, midiendo cada movimiento, hasta quedar frente a ella. Lila alzó el rostro, sin temor, desafiando con los ojos pero temblando por dentro.
—¿Segura? —preguntó él, acariciando con la yema de los dedos la línea de su mandíbula.
Ella asintió, y su voz salió más suave de lo que esperaba.
—No quiero pensar esta vez… solo sentir.
Vladímir sonrió, casi con ternura, y sin quitarle los ojos de encima, bajó su mano hasta su cintura. La atrajo hacia él y sus labios se encontraron, primero con suavidad, luego con hambre contenida. Sus lenguas se buscaron en una danza íntima, mientras las manos de él recorrían con reverencia la espalda de ella, deslizándose con calma, como si memorizara cada centímetro.
La chaqueta de Lila cayó al suelo. Luego la blusa. Vladímir no arrancaba la ropa, la despojaba de ella con cuidado, como si desenvolver un regalo sagrado. Cada botón que desabrochaba era un suspiro nuevo que escapaba de sus labios. Cuando quedaron desnudos frente a frente, solo el silencio hablaba por ellos, y aún así era ensordecedor.
Él la tomó de la mano y la condujo hasta la cama, sentándola con lentitud. Lila temblaba, y él lo notó. No dijo nada. Se arrodilló frente a ella, besando sus rodillas, sus muslos, su vientre… y luego fue subiendo con besos ligeros hasta llegar a su cuello. Sus cuerpos se encontraron lentamente, piel con piel, calor con calor.
—Voy a enseñarte lo que es hacer el amor con delicadeza —susurró, con la voz ronca por la pasión contenida.
Lila cerró los ojos cuando sintió sus labios recorrer su pecho, su vientre, su interior. Su cuerpo se arqueó buscando más, necesitando más. Él no se apresuró. La exploró como si el tiempo no existiera, como si su única tarea en el mundo fuera llevarla al límite, y luego más allá.
Ella gimió cuando sintió su lengua en los lugares más sensibles, y su respiración se volvió errática. Vladímir la sostuvo con firmeza, marcando el ritmo, guiándola al borde una y otra vez hasta que, entre gemidos entrecortados y espasmos involuntarios, Lila se vino abajo con un grito ahogado, fundiéndose en un mar de placer.
Temblorosa, abrió los ojos. Vladímir estaba sobre ella, besando sus labios.
—Aún no hemos terminado —murmuró con una sonrisa traviesa.
Se posicionó sobre ella, y en el instante previo a la entrega total, sus labios se acercaron a su oído.
—Puede que esto duela un poco… pero seré delicado —prometió.
Lila asintió con los ojos brillantes.
—Confío en ti…
Sintió la presión de su entrada, el primer contacto, y el ardor inevitable que le arrancó un suspiro tenso. Se removió bajo él por la incomodidad, y Vladímir se detuvo de inmediato.
—¿Te lastimo? —preguntó, conteniendo el aliento.
—No… solo… sigue, por favor —pidió ella, mordiendo su labio inferior.
Él obedeció, empujando con lentitud, con cuidado, hasta estar completamente dentro de ella. Permaneció así unos segundos, dándole tiempo para acostumbrarse, mientras sus labios acariciaban su frente, sus párpados, sus mejillas.
—Ya está… —susurró.
Cuando comenzó a moverse, lo hizo suave, envolvente, pero no tardó mucho en que el placer lo dominara. Sus movimientos se volvieron más rítmicos, más intensos. Lila lo rodeó con las piernas, dejándose llevar, gimiendo su nombre una y otra vez. El deseo había encendido una llama que ninguno de los dos quería apagar.
Los gemidos llenaron la habitación, se entremezclaron en una melodía de deseo y entrega. Los cuerpos chocaban, se buscaban, se fundían en un vaivén frenético hasta que ambos alcanzaron el clímax, jadeando, estremeciéndose, derrumbándose.
Vladímir cayó a su lado, aún respirando con dificultad. La atrajo a su pecho y besó su frente con una dulzura inesperada.
—Promete que recordarás esto mañana —susurró.
Lila, con la cabeza sobre su pecho, sonrió y respondió en voz baja.
—Lo prometo…
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La mañana llegó con luz tenue filtrándose por las cortinas. Lila abrió los ojos sintiendo un fuerte dolor en la parte baja del vientre. Se movió con cautela, intentando incorporarse, pero sus piernas se negaban a obedecer.
—Auch… —murmuró.
Deslizó las piernas fuera de la cama y trató de ponerse de pie, pero a medio camino el mundo pareció inclinarse. La sensación era extraña, como si el suelo se moviera bajo ella.
—Esto no puede ser normal… —dijo entre dientes, tambaleándose hacia el baño.
Pero antes de llegar, sus pies dejaron de tocar el suelo. Lila soltó un pequeño grito y al levantar la vista se encontró con los ojos azules de Vladímir.
—¿Qué haces? —preguntó, sorprendida.
—Ayudarte… —respondió él con una sonrisa ladeada—. Creo que me excedí anoche.
Ella, completamente sonrojada, cubrió su rostro con las manos.
—No me mires… me avergüenzas.
La risa ronca de Vladímir resonó en el silencio de la habitación.
—Vamos, princesa… —dijo divertido.
Ella descubrió el rostro, y en cuanto lo hizo, Vladímir se inclinó y le robó un beso fugaz.
—Buenos días, princesa —repitió con ternura mientras la bajaba con suavidad en el baño—. Voy a pedir el desayuno. Te dejo tranquila.
Lila asintió, sin saber qué decir, aún atónita por su gesto. Cuando él salió, se volvió de inmediato hacia el espejo… y entonces lo notó. Su reflejo la mostraba claramente desnuda. Su trasero completamente expuesto.
—¡Dios mío! —exclamó, cubriéndose de nuevo el rostro.
Desde el otro lado, la risa de Vladímir volvió a escucharse.
—¡Cierra la puerta! —gritó ella, divertida y mortificada.
Unos minutos después, ya duchada y envuelta en una bata, Lila salió del baño. Vladímir estaba sentado en la cama, con una bandeja de desayuno esperando.
—Huevos, café y pan recién hecho —dijo con una sonrisa encantadora.
—Eres un desastre... pero adorable —respondió ella, sentándose junto a él.
—Y tú caminas como si hubieras hecho diez horas de ejercicio —dijo con una risa burlona.
Lila lo golpeó suavemente con una almohada y ambos se rieron.
—Fue tu culpa, animal —dijo ella, fingiendo indignación.
—Tal vez… —admitió él, acercándose para besarla en la mejilla—. Pero valió la pena, ¿no?
Lila lo miró fijamente, y con una sonrisa más suave, asintió.
—Sí… valió la pena.
***
Ese desayuno fue distinto. Entre bromas, silencios significativos y miradas que lo decían todo, se fue formando algo más que una simple aventura. Había complicidad. Había una promesa no dicha. Y mientras el sol terminaba de subir, bañando la habitación en luz dorada, ambos supieron —aunque no lo dijeran— que algo había cambiado entre ellos para siempre.
Que fastidio cuando dices algo y no cumplen, yo me largaba de ahí 🙄🙄
dos hermanos y ahora con quién. dioooooos que dilema