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ALAS DE SANGRE

ALAS DE SANGRE

Status: En proceso
Genre:Elección equivocada / Traiciones y engaños / Poli amor / Atracción entre enemigos / Venganza de la protagonista / Enemistad nacional y odio familiar
Popularitas:1.4k
Nilai: 5
nombre de autor: Yoselin Soto

Nabí es el producto de un amor prohibido, marcada por la tragedia desde su más tierna infancia. Huérfana a los tres años tras la muerte de su padre, el vacío que dejó en su vida la lleva a un mutismo total. Crece en un orfanato, donde encuentra consuelo en un niño sin nombre, rechazado por los demás, con quien comparte su dolor y soledad.

Cuando finalmente es adoptada por la familia de su madre, los mismos que la despreciaban, su vida se convierte en un verdadero infierno. Con cada año que pasa, el odio hacia ella crece, y Nabí se aferra a su silencio como única defensa.

A sus dieciocho años, todo cambia cuando un joven de veintitrés años, hijo del mafioso más poderoso de Europa, se obsesiona con ella. Lo que comienza como una atracción peligrosa se transforma en una espiral de violencia y sangre que arrastra a Nabí hacia un mundo oscuro y despiadado, donde deberá luchar no solo por su libertad, sino también por descubrir quién es realmente.

NovelToon tiene autorización de Yoselin Soto para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

CAPÍTULO 19: RAÍCES DEL DESTINO

...Daemon...

La luz se colaba por las cortinas, una molestia para mis párpados hinchados. Un dolor sordo me martilleaba la cabeza. Sentí el peso de un brazo sobre mi abdomen, una figura cálida pegada a mi costado. Sonreí de inmediato, un atisbo de paz en la resaca. Nabí. Pensé que era ella, su cabello oscuro, su piel suave. Acerqué mi rostro, dispuesto a perderme en su aroma.

Pero entonces lo vi. El cabello. No era el ébano de Nabí, sino un rubio oscuro y desordenado. Mis ojos se abrieron de golpe. Me aparté de inmediato, como si me hubieran quemado, mi cuerpo chocando contra el borde de la cama con un golpe.

El movimiento brusco despertó a la mole a mi lado. Damián se movió, soltando un gruñido. Una sonrisa somnolienta se extendió por su rostro, pero se le borró al instante cuando me vio. Sus ojos se abrieron de golpe, como platos. Se levantó de la cama con una rapidez sorprendente para un tipo de su tamaño y su evidente resaca.

—¿Qué haces aquí?

—¡No! —repliqué, la irritación superando el dolor de cabeza—. ¿Qué haces tú aquí? ¡Es mi jodida habitación, cabrón!

Ambos estábamos sin camisa, el torso descubierto. Damián miró a su alrededor, con los ojos entrecerrados, como si esperara que la habitación cambiara y le diera una explicación.

—No tengo ni puta idea —murmuró, su mirada errática—. Lo último que recuerdo es ese bar de mierda en Padua y un par de cervezas… ¿Cómo llegué a tu casa?

No esperé una respuesta. Salí disparado de la habitación, la náusea y la confusión batiéndose con una nueva preocupación. ¿Dónde estaba Nabí? Entré abruptamente en su habitación. La cama estaba tendida perfectamente, inmaculada. Las ventanas del balcón estaban abiertas, las cortinas danzaban de un lado a otro por la brisa fresca de la mañana. No había rastro de ella. Se me apretó el pecho.

Damián, con el torso al aire, había logrado agarrar su camisa y me seguía a trompicones por el pasillo. Bajamos las escaleras. El olor a café recién hecho llegó a mis fosas nasales provenía de la cocina.

Entré abruptamente, seguido por Damián. La escena ante mis ojos me hizo dudar de mi propia sobriedad. La mesa de la cocina estaba siendo servida con el desayuno. Y sentado allí, bebiendo café, estaba Park. Vestido con una pijama de seda, su cabello desordenado, sin gafas. Se veía completamente diferente, desarmado, casi… normal.

—¿Qué haces vestido así, Park? —solté, el tono de mi voz denotando mi incredulidad.

Park se levantó de la mesa, su reacción instintiva fue una reverencia rápida, a pesar de su atuendo.

—Buenos días, señor. Yo…

Pero antes de que pudiera explicarse, la mano de Nabí agarró suavemente su brazo. Ella me miró, y con un gesto sutil, una clara señal, le indicó a Park que no me diera explicaciones.

Fruncí el ceño ante el acto de Nabí. ¿Qué demonios...? Mi asistente, mi mano derecha, siendo silenciado por ella. El escenario era absurdo. Justo en ese instante, Dafne, la cocinera, entró por la puerta de la despensa, llevando una bandeja humeante con tostadas recién hechas. La dejó en la mesa con un pequeño golpe.

Luego, se aclaró la garganta, una señal inequívoca de que venía un sermón. Y vaya si vino.

—"Le pedí al señor Park que pasara la noche en la mansión ¡ya que llegaron a las dos de la mañana! Además de eso lo alimenté. Daemon, ¿cómo es posible que siendo tu asistente no estés al pendiente de que coma todas sus comidas a la hora? ¡Harás que se enferme!" —se detuvo un instante, como si estuviera recitando un guion, luego aclaró su garganta de nuevo— La señorita Nabí me ordenó a que se lo dijera —añadió, casi en un susurro cómplice, para luego enderezarse y hacer una reverencia formal—. Buenos días, señor.

Miré a Nabí. Su expresión era de clara molestia, sus ojos desafiándome a decir algo. Estaba claro que la idea de ver a Park desatendido, o a mí comportándome como un idiota borracho, le había sentado fatal. Suspiré. No tenía sentido discutir. No con Nabí. Me puse las manos en la cintura.

—Bien... —dije, en un tono más calmado de lo que mi cabeza me permitía. La verdad era que no tenía ganas de pelear, y menos aún de justificar mis mierdas de la noche anterior.

...----------------...

...Nabí...

La fragancia del café y de la comida recién hecha por Dafne llenaba el aire, un contraste bienvenido después del hedor a alcohol de la madrugada. Park ya estaba sentado a la mesa, su habitual pose rígida suavizada por la pijama y el cabello aún ligeramente revuelto.

Me acerqué a él, sirviendo algunas guarniciones adicionales en su plato: huevos revueltos, algo de tocino crujiente y unas rebanadas de aguacate. Se lo entregué, y él me dedicó un breve asentimiento de agradecimiento antes de empezar a desayunar con una concentración casi militar. Parecía que el rugido de su estómago anoche no había sido una casualidad.

Justo entonces, las voces de Daemon y su amigo Damián resonaron desde el pasillo. Ambos entraron en la cocina, ahora limpios, el olor a jabón y colonia fresca reemplazando la peste de anoche. Damián vestía una de las camisas de Daemon, ligeramente ajustada en los hombros, y unos pantalones de chándal que claramente no eran suyos. Parecía haber saqueado el armario de Daemon.

Me puse de pie junto a Dafne, que ya traía una sopera humeante. Era un caldo de pollo claro, con fideos y verduras.

—Es para la resaca —dijo Dafne—. Fue idea de la señorita Nabí.

Una vez que cada uno tuvo su tazón de sopa, me senté de nuevo al lado de Daemon. Él me miró, sus ojos, aunque todavía con un rastro de cansancio, brillaban con una intensidad familiar. Su mano, cálida y fuerte, se deslizó bajo la mesa, encontrando mi muslo. Lo acarició suavemente, un toque íntimo que me hizo sentir un cosquilleo. Luego, su mano subió por mi brazo, hasta mi cuello, y antes de que pudiera anticiparlo, sus labios se posaron sobre mi piel, justo debajo de la oreja. Un beso genuino, profundo, que me hizo estremecer.

El desayuno fluía con una tranquilidad inusual. El aroma del café y la sopa curativa llenaba la cocina. Hasta que la voz de Damián estalló, rompiendo la paz como un trueno.

—¡Ya recordé! —exclamó, sus ojos brillantes de una revelación repentina. Me miró, una sonrisa amplia extendiéndose por su rostro—. Eres la novia de Daemon.

El sonido metálico de una cuchara golpeando el tazón resonó en la habitación. Daemon se atragantó con la sopa, tosiendo violentamente. Sus ojos se abrieron de par en par, fijos en Damián.

—¿Qué? —espetó, su voz cargada de incredulidad y un peligroso filo— ¿Quién te dijo eso?

Damián lo miró con total inocencia, como si estuviera comentando el clima—: Tú mismo lo dijiste anoche. —luego, para nuestro asombro, remedó a Daemon borracho con una perfección hilarante, su voz grave y arrastrada, agitando la mano con torpeza como lo había hecho él—. "Es mi mujer. Mi Nabí."

La imitación fue tan precisa, tan ridículamente idéntica, que Park, Dafne y yo no pudimos contenernos. Una carcajada compartida llenó la cocina. La sorpresa, la diversión y la pura vergüenza pintaron el rostro de Daemon. Era claro, por la forma en que sus ojos parpadearon y su mandíbula se tensó, que no recordaba absolutamente nada de lo que había dicho. Su expresión, una mezcla de confusión y horror, fue aún más graciosa que la imitación de Damián. La máscara de su control habitual se había resquebrajado por completo.

El desayuno terminó con una tensión subyacente. Necesitaba un respiro, una vuelta a la normalidad. Fui a mi habitación y me cambié rápidamente. Opté por algo cómodo y sencillo: una falda larga de lino y una blusa ligera. Hoy, como cada domingo, iríamos a visitar al Padre Abel y a la Hermana Ana en la iglesia. Era mi pequeño ritual de paz.

Mientras terminaba de arreglarme, Dafne entró en mi habitación. Llevaba puesto un vestido floral, elegante pero discreto, que definitivamente no era un uniforme de sirvienta. Suspiré aliviada; no me gustaba que fuera solo mi empleada bajo las órdenes de Daemon.

Tomamos una cesta con frutas frescas y algunos aperitivos para llevar. Al llegar a la entrada principal, nos detuvimos en seco. Un enorme muro se había cruzado en nuestra salida: Daemon. Estaba allí, bloqueando el paso.

—¿A dónde creen que van? —su voz era un gruñido.

Fruncí el ceño. Esto no era lo que necesitaba ahora. Dafne, siempre rápida, respondió por mí con su habitual desparpajo:

—La señorita quiere ir a la iglesia, y como no quería ir sola me pidió acompañarla.

Daemon me miró, y su ceño se frunció, un espejo de mi propia molestia.

—¿Ah, sí? —inquirió, su tono lleno de una curiosidad teñida de reproche—. ¿Por qué no me lo pediste a mí? ¿Por qué prefieres ir con Dafne que conmigo?

Mis manos se movieron con rapidez, formando las palabras—: ¿De cuándo acá eres un hombre de religión católica?

Daemon me miró fijamente, con una expresión de desconcierto. No comprendió mis señas. Suspiré. Discutir con él sobre algo tan obvio me parecía una pérdida de tiempo. Pasé por su lado, acercándome a la puerta, indicándole al chófer que abriera.

—Iré contigo —dijo Daemon, su voz ahora más firme, una declaración más que una pregunta—. Espérame.

Negué con la cabeza sin siquiera mirarlo. No iba a esperar. Ya había perdido suficiente tiempo esta mañana.

El chófer abrió la puerta, y me subí al auto. Apenas me había acomodado cuando escuché los pasos pesados de Daemon bajando las escaleras del recibidor. Su voz, ahora más cerca, me llegó, pero la ignoré. No quería más discusiones. El auto comenzó a moverse, el motor ronroneando suavemente.

Escuché el golpe seco de la puerta al cerrarse frente a él. Daemon, claramente molesto, se acercó a la ventanilla, su rostro tenso por el enfado.

—Nabí, las cosas no son como tú digas —dijo, su voz grave—. Debiste decirme que ibas a salir para yo prepararme.

Mantuve mi mirada fija al frente, observando el camino que se abría ante nosotros. ¿Por qué debía darle explicaciones de cada cosa que hacía, cuando él no hacía lo mismo conmigo? No le había exigido explicaciones por haber llegado tan tarde, tan ebrio a la mansión. Y no solo eso, el perfume barato de otras mujeres aún se cruzaba por mis fosas nasales, un hedor a golfas que me ponía de mal humor. Ese olor, junto a su hipocresía, me hacía hervir la sangre.

Antes de que el chófer subiera la ventanilla oscura del auto, giré mi cabeza y lo miré fijamente a los ojos. Con la boca, articulé cada sílaba en voz muda, lenta, pero con una claridad que quería que le quemara: HI-PÓ-CRI-TA.

Su expresión cambió drásticamente. El enojo se disipó, reemplazado por una sorpresa aturdida, luego por un entendimiento helado. Sonreí, una victoria amarga, porque esta vez, había captado cada una de mis palabras sin necesidad de señas. El auto avanzó, y a través del retrovisor, lo vi. Seguía de pie en el piso rocoso, una figura inmovilizada por mis últimas palabras.

A mi lado, Dafne soltó una carcajada suave.

—Admiro sus agallas para enfrentar al señor Lombardi —dijo, con una sonrisa que me contagió un poco de su ánimo.

El auto se detuvo justo frente a la iglesia, las puertas de madera pesada ya estaban abiertas de par en par. Desde afuera, se escuchaba el murmullo de las oraciones y el tenue aroma a incienso. La iglesia estaba repleta, llena de gente que buscaba consuelo o fe.

Dafne y yo entramos juntas, nuestro paso resonando suavemente sobre el suelo de piedra. Algunas miradas se posaron en nosotras, una curiosidad fugaz que rápidamente nos ignoró. Encontramos dos asientos libres al final, casi escondidos, y nos deslizamos en ellos justo cuando la ceremonia comenzaba. La voz del Padre Abel llenó el espacio, una melodía conocida que me traía paz.

En un momento dado, dos personas pasaron entre los asientos, con canastas para recolectar la ofrenda. Con un gesto suave, dejé caer algunas monedas en la bolsa. Dafne, a mi lado, colocó discretamente unos billetes. Mis ojos siguieron a la mujer que llevaba la ofrenda, observándola avanzar por el pasillo central.

De repente, la mujer se detuvo abruptamente. Mi mirada se elevó. Una sombra alta y oscura se recortaba contra la luz de la entrada, atrayendo la atención de varias personas. Era él. Daemon. Permanecía de pie en la puerta del templo, sus gafas negras ocultando sus ojos mientras observaba el lugar.

La quietud de la ceremonia se tensó. Entonces, con un movimiento lento y deliberado, sacó un paquete de billetes. No eran unos cuantos. Era un fajo enorme, que debía contener al menos quinientos mil euros, una cantidad obscena. Sin una pizca de reverencia, los tiró, sin más, en la bolsa de la ofrenda que la mujer aún sostenía.

Murmullos nerviosos recorrieron los rincones del templo, rompiendo la solemnidad de la ceremonia. La mujer de la ofrenda, completamente atontada por la aparición de Daemon, siguió su camino con los ojos desorbitados, su mente probablemente tratando de procesar lo que acababa de pasar.

Volteé los ojos, sintiendo un nudo de frustración en el estómago. Miré a Daemon, y, por supuesto, él ya me estaba mirando. No podía ir a ningún lugar en paz. Me seguía como una sombra.

...----------------...

...Daemon...

Me mantuve de pie junto a la puerta, las gafas oscuras cubriendo mis ojos. La ceremonia estaba llegando a su fin. Las miradas de algunas mujeres se cruzaban con las mías, llenas de la habitual curiosidad, de esa familiar hambre que siempre proyectaban. Las ignoré. Eran ruido, nada más.

Poco a poco, el templo comenzó a vaciarse. Vi a Nabí y a Dafne desaparecer por una puerta lateral, seguramente dirigiéndose hacia la parte traseral. No las seguí de inmediato. En cambio, me dirigí hacia los primeros asientos, sintiendo la quietud que empezaba a invadir el lugar. Me senté y observé la figura de Jesucristo sacrificado en la pared, detrás del altar. Las velas encendidas en los candelabros parpadeaban, dándole al espacio un aire de antigüedad. El olor a incienso, que en otras circunstancias me hubiera parecido cargante, aquí era extrañamente relajante.

Justo en ese momento, sentí que alguien se sentaba a mi lado. No necesité voltear. La conocía. Sabía de quién se trataba.

—Hace tiempo que no venías —dijo la voz femenina y anciana, suave pero con un dejo de reproche.

—Sabes que soy una persona muy ocupada hoy en día —respondí, mi voz áspera, intentando mantener la distancia.

Su aliento resopló, una mezcla de burla y sarcasmo—: Tu carácter sigue siendo áspero y arrogante.

Fue en ese momento que me giré a mirarla. Sus ojos, aunque velados por los años, mantenían una chispa que reconocía.

—Es algo que nunca he podido cambiar en mí, nana —dije, la palabra saliendo con facilidad.

Ella asintió lentamente. Nuestras miradas se cruzaron, un puente tendido a través del tiempo. Habían pasado varios años desde la última vez que la veía tan de cerca. Habían salido más arrugas en su rostro, surcos profundos que contaban historias silenciosas. Su cabello, antes grisáceo, ahora era casi completamente blanco, una corona de plata.

—La última vez que me dijiste "nana" eras un niño, ahora eres todo un hombre.

Sonreí levemente—: La última vez fue el día que me fui con Leonardo, ¿verdad?

Ella asintió—: Fue el día que decidiste irte con esa familia.

—Ahora que lo recuerdo, nunca estuviste de acuerdo.

—En esos últimos años que estuve en el orfanato tenía la esperanza de que volvieras.

Su voz se quebró un poco en la última palabra. La miré. ¿Esperanza? Yo nunca pensé que volvería a ese lugar, al que nunca me sentí parte realmente. Para mí, el orfanato había sido un purgatorio, un lugar de supervivencia fría y anónima. No había amor, solo la obligación. Al menos dentro de la familia Lombardi, pude tener el poder y la atención que ahí nunca tuve.

Lo hice, y agarré poder gracias a los Lombardi. Era una transacción fría, calculada, pero me dio lo que quería. Gracias a eso, pude encontrar a Nabí. Todo se reducía a eso, ¿no? La monja Ana me había acompañado y criado mientras estuve dentro de ese jodido orfanato, sí. Gracias a ella, pude sobrevivir después de haber aparecido un invierno, congelado, frente a esas mismas puertas por las que salí. Había cierta chispa de agradecimiento en mi pecho al verla, un reconocimiento silencioso por lo que hizo, por mantenerme vivo. Pero esa mierda nunca he podido, ni podré, decírsela en voz alta. No así. No de esta manera.

—No iba a volver, nana. Lo que fue, fue. Mi único objetivo al salir de ahí fue encontrarla a ella —dije, mi voz más dura de lo que pretendía. Mis ojos se desviaron hacia la puerta por la que Nabí había desaparecido.

La monja Ana suspiró, un sonido que denotaba preocupación—: Esa chica... la vi. Es especial. Pero tú, Daemon, eres el heredero de Leonardo Lombardi. Posees un poder descomunal. Me preocupa que ella salga lastimada por tu culpa. Ese mundo en el que vives es peligroso.

Sus palabras me golpearon. ¿Lastimada por mí? La miré, mis ojos fijos en los suyos. No le di una respuesta inmediata. El peligro era real, sí, pero el poder también lo era. Sería difícil mantenerla escondida bajo los ojos de los altos mandos de los Lombardi, al no ser noble y de familia poderosa, podrían descartarla como un simple plástico. Pensar en ello me revolvió el estómago. No iba a permitir que nadie la tocara.

Si tenía que quemar al mundo entero por ella, lo haría. Sin dudar.

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Eudy Brito
Capítulo muy intenso.. Dante apareció nuevamente en la vida de Nabi... Cada capítulo más emocionante
Yara Noguera
me atrapó tanto suspenso.....baje las escaleras con nabi...qué nervios!!!!
Eudy Brito
Ojalá que no sea una trampa 😞😞... Y bueno Dafne es esa amiga loca e incondicional que en algún momento todos tenemos, debió parecer un tomate 🍅🍅.. Aunque es cierto,por qué Nabi no recuerda a Daemon y a la monja??
Eudy Brito
Daemon Sor. Ana se refiere al mundo que te rodea
Eudy Brito
Daemon dejó muy en claro que no se comprometería con ninguna otra mujer. La única mujer para él se llama Nabi
Eudy Brito
Una zorra que se le quería colar en la cama a Daemon y más enemigos que enfrentar.. Aunque yo creo que Nabi es hija de Volkov que sucederá si eso es así??? Cada capítulo más emocionante
Alex-72
Nunca había imaginado que alguien describiera tanto como yo ✨🤩
Yoss: Muchas gracias, disfruta la lectura, la escribo con el corazón.❤️
total 1 replies
Eudy Brito
Nabi, Daimon no te dejará ir por nada del mundo
Eudy Brito
Adoro como la cuida y protege. Aunque sea tosco
Eudy Brito
Nabi ha pasado por mucho y merece ser realmente feliz
Eudy Brito
Nabi a ese loco que tienes a tu lado lo conociste en el orfanato y por alguna razón lo olvidaste. Dentro de todo te salvó
Eudy Brito
Hay Nabi, me parece que diste en el blanco cuando le escogiste el nombre a Daemon, es el demonio en persona, y por tí hará que arda el fuego del infierno por defenderte y hacerte justicia. Empezando por ese par de viejos desgraciados que han hecho de tu vida un martirio
Eudy Brito
Pobre Nabi, está atrapada entre el odio de su propia familia y la obsesión de Daemon
Eudy Brito
Le salió competencia a Daemon uyy
Eudy Brito
No debió abrir la puerta 🤦🏽‍♀️🤦🏽‍♀️🤦🏽‍♀️ por lo leído a Dante le gusta su sobrina
Eudy Brito
Desgraciada, mal agradecida. Daemon apúrate en encontrarla antes de que le hagan más daño a Nabi
Eudy Brito
Ojalá que llegue alguien y la salvé 😢😢😢😢
Eudy Brito
Ahora sí se preocupa su tío ¿ dónde estaba?? Cuando no le importó como la humillaron y sacaron a la calle?? Que hipócrita
Eudy Brito
Que nervios 😱😲😲
Jefrii
una historia para no dejar de leer!! es impresionante por lo que tiene que pasar Nabi!.
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