Antonella Bernal creyó en las fábulas románticas cuando contrajo matrimonio con Dreiner Ballesteros, su pareja de la universidad. Provenía de una familia humilde de clase media, mientras que él, aunque de antecedentes similares, tenía un ansia desmedida por el éxito. Esta ansia lo impulsó a trabajar sin cesar, lo que permitió que su pequeño negocio floreciera hasta transformarse en una empresa de renombre.
Todo empeoró el día que Paloma Valencia llegó a sus vidas. Heredera de un consorcio hotelero, Paloma era joven, hermosa y llena de confianza. Durante una reunión para firmar un contrato millonario, Dreiner dedicó la velada a elogiarla, dejando a Antonella en un plano secundario. La humillación la atravesó como un cuchillo.
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CAPITULO 7
CAPITULO 7.
NARRA ANTONELLA
Tras dejar la residencia, mi próximo destino era tan significativo como los documentos ocultos. Cienfuegos Asociados, una de las firmas más poderosas del país, estaba situada en el núcleo del distrito financiero. El edificio donde trabajaban parecía un santuario del poder contemporáneo: columnas de mármol blanco erguían su grandeza, candelabros de cristal iluminaban el vestíbulo con una luz suave y medida, y los pisos de madera estaban tan bien pulidos que reflejaban ambición.
Mi vestido negro, ajustado con precisión, realzaba mis curvas con una elegancia austera. Los tacones rojos, brillantes y afilados, cortaban el suelo como navajas. No venía a pedir favores. Venía a tomar el mando.
Las miradas de quienes estaban allí —secretarias, practicantes, jóvenes abogados vestidos de manera formal— se elevaron ligeramente al verme pasar. Algunas mostraban curiosidad, otras eran discretamente analíticas. Nadie se atrevió a detenerme.
La recepcionista me ofreció una sonrisa profesional y me dirigió hacia las puertas dobles de madera oscura.
—El doctor Cienfuegos la está esperando —anunció, dándome paso.
Entré sin dudar.
La oficina reflejaba la personalidad de su propietario: sobria, masculina, impactante. Las paredes eran de madera oscura, con estanterías repletas de libros legales encuadernados en cuero, y al fondo había una escultura moderna de metal. Detrás del escritorio, Camilo Cienfuegos se levantó al verme llegar.
Era justo como me lo habían descrito. Alto, con cabello negro peinado de manera impecable, y ojos azules que no parpadeaban sin razón. Su traje azul marino parecía formar parte de él. Irradiaba autoridad sin necesidad de alzar la voz.
—Señora Bernal —me saludó, dándome un apretón de manos firme y con una voz grave que transmitía confianza—. ¿Cómo puedo asistirla?
Me senté frente a él con la calma de alguien que tiene un plan bien elaborado. Crucé las piernas de manera deliberada y deslicé un sobre de cuero sobre la mesa.
—Necesito algunas cosas de usted, doctor Cienfuegos.
Él asintió, manteniendo el contacto visual.
—Primero: quiero que se encargue de mi divorcio. Pero no quiero que presentemos la solicitud todavía. Solo actuaremos cuando yo lo decida.
Camilo no necesitó tomar apuntes. Su mente ya estaba trabajando.
—Segundo: necesito asegurar ciertos bienes. Es crucial que mi esposo no se entere.
Eso llamó su atención. Se inclinó un poco hacia adelante, medido y alerta.
—¿Algo más?
—Sí. Esto será solo el inicio. Antes de continuar, necesito su promesa de total discreción y lealtad.
Camilo mostró una sonrisa apenas perceptible, como quien recibe un reto intrigante.
—Señora Bernal, mi lealtad está con mis clientes. Siempre opero dentro de la legalidad. Soy un hombre de palabra.
—No busco nada ilegal. Pero sé que lo que es legal también puede ser… influyente.
—¿Tiene algún motivo que facilite el proceso de divorcio?
—Infidelidad —afirmé sin titubear, mi voz aguda como un cuchillo envuelto en terciopelo—. Sin embargo, aún no tengo evidencias.
Camilo movió la cabeza lentamente, captando la gravedad de esa palabra.
—Sé de una persona que puede ser de ayuda. Un detective privado en quien se puede confiar plenamente. Reservado. Efectivo.
—Genial. Estoy dispuesta a pagar lo que haga falta.
Saqué más papeles de mi bolso.
—Aquí tiene un listado de activos que quiero resguardar. Incluye bienes raíces, cuentas bancarias y hasta acciones de la empresa. Si es posible, me gustaría que se formara una nueva empresa en el extranjero.
Camilo examinó los documentos con precisión asombrosa.
—Podemos establecer una entidad privada aquí, en el país. Existen estructuras legales que permiten ocultar la verdadera propiedad. Su nombre no aparecerá en ningún registro público. Solo será visible el gestor legal.
—¿Puede recomendarme a alguien confiable para esa función?
—Conozco a personas que se mantendrán en el anonimato. Reservados. Eficaces. Fieles.
La charla continuó por cerca de una hora. Mientras hablaba, Camilo no solamente escuchaba. Me observaba. Captaba cada matiz en mi voz, cada cambio en mi postura, cada sombra en mi mirada.
Cuando concluyó la reunión, me levanté y ofrecí mi mano. Él la tomó firmemente. Luego, salí con tranquilidad, dejando atrás el rastro de mi perfume. . . y un aviso silencioso.
Camilo se quedó solo en su oficina. Miró cómo la puerta se cerraba tras de mí y guardó silencio durante un prolongado instante.
No fue mi belleza lo que lo sorprendió. Ni siquiera mi determinación. Era algo más.
La rabia reprimida. La serenidad antes del estallido.
Marcó un número en su teléfono personal. Uno que solo utilizaba para situaciones delicadas.
—Gael —dijo cuando la conexión se estableció—. Necesito que indagues sobre una mujer. Antonella Bernal. Quiero saber todo acerca de ella.
No esperó una respuesta. Colgó. Sabía que su contacto se encargaría del asunto sin objeciones.
Camilo Cienfuegos tenía un principio inquebrantable: nunca se dejaba llevar por las apariencias. Incluso los actos más dignos podían surgir de pasiones sombrías. Y antes de poner en juego su nombre. . . se aseguraba de conocer ambas partes de la historia.
