Esther renace en un mundo mágico, donde antes era una villana condenada, pero cambiará su destino... a su manera...
El mundo mágico también incluye las novelas
1) Cambiaré tu historia
2) Una nueva vida para Lilith
3) La identidad secreta del duque
4) Revancha de época
5) Una asistente de otra vida
6) Ariadne una reencarnada diferente
7) Ahora soy una maga sanadora
8) La duquesa odia los clichés
9) Freya, renacida para luchar
10) Volver a vivir
11) Reviví para salvarte
12) Mi Héroe Malvado
13) Hazel elige ser feliz
14) Negocios con el destino
15) Las memorias de Arely
16) La Legión de las sombras y el Reesplandor del Chi
17) Quiero el divorcio
18) Una princesa sin fronteras
19) La noche inolvidable de la marquesa
** Todas novelas independientes **
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Secuestro 3
Cuando llegaron al lugar indicado, Arturo cerró los ojos por un instante, conteniendo la furia que rugía en su pecho. Cuando los abrió, el cambio era evidente: sus pupilas parecían brasas encendidas, y de la parte trasera de sus manos comenzaron a surgir llamas, como si su piel misma ardiera desde dentro.
El crepitar del fuego llamó la atención de los mercenarios dentro del escondite. Unos segundos después, las puertas se abrieron de golpe y varios hombres armados salieron a enfrentar lo que fuera que se aproximaba.
—¡Es él! —gritó uno, el pánico quebrándole la voz.
En ese momento, sus guardias —que habían esperado la señal— aprovecharon la distracción. Mientras los hombres corrían a enfrentarse con Arturo, ellos se infiltraron en el interior, derribaron a los que custodiaban y liberaron a Esther.
Ella, con las muñecas enrojecidas por las sogas y la respiración entrecortada, apenas podía creer lo que veía. Cuando Arturo la distinguió a lo lejos, siendo conducida hacia un lugar seguro, sus labios dejaron escapar un suspiro profundo, casi de alivio.
Solo entonces, cuando confirmó que estaba fuera de peligro, dejó caer la máscara de contención.
El fuego se expandió de sus manos hacia el suelo, arrastrándose como una lengua ardiente que crecía y rodeaba a los mercenarios.
—Ahora sí… —murmuró, la voz ronca, oscura—, pagarán lo que hicieron.
El grito de los hombres resonó en la noche cuando las llamas los alcanzaron. Arturo avanzó un paso tras otro, envuelto en un resplandor anaranjado, como un juez que dictaba sentencia en nombre de su propia rabia.
El fuego rugía alrededor, los hombres gritaban, pero para Esther todo quedó reducido a un murmullo distante, como si el mundo mismo se hubiera silenciado. Sus ojos solo podían fijarse en él: en Arturo, de pie, con las manos envueltas en llamas, el rostro endurecido por la furia.
No le importaron las llamas, ni el calor sofocante, ni la visión aterradora de los mercenarios retorciéndose entre el fuego. Con un sollozo que le desgarró el pecho, corrió hacia él.
—¡Arturo! —su voz quebrada se abrió paso entre el crepitar de las llamas.
Él apenas alcanzó a girar la cabeza cuando sintió su cuerpo chocar contra el suyo. Esther lo abrazó con una fuerza desesperada, como si al aferrarse a él pudiera borrar todo lo ocurrido, como si en ese instante nada más existiera.
Las lágrimas mojaban su pecho mientras ella sollozaba amargamente, hundida en la certeza de que lo había perdido y recuperado en cuestión de horas.
Arturo, sorprendido, permaneció inmóvil unos segundos, todavía con el fuego ardiendo en sus manos. Y, sin embargo, al sentir la fragilidad de Esther temblando contra él, algo dentro de su furia comenzó a extinguirse. El calor de las llamas se redujo, se apagó poco a poco, hasta quedar solo el humo y el olor a ceniza.
Su suspiro fue largo, cargado de alivio y de una culpa silenciosa. La rodeó con los brazos, protegiéndola como si jurara en silencio que nadie volvería a ponerle un dedo encima.
Ella lloraba, pero en su llanto había también un extraño alivio: lo había visto en su faceta más temida, y aun así, lo abrazaba con todo su ser.