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Amor Sin Límites

Amor Sin Límites

Status: Terminada
Genre:CEO / Cambio de Imagen / Mujer despreciada / Amante arrepentido / Completas
Popularitas:35
Nilai: 5
nombre de autor: Edna Garcia

A los cincuenta años, Simone Lins creía que el amor y los sueños habían quedado en el pasado. Pero un reencuentro inesperado con Roger Martins, el hombre que marcó su juventud, despierta sentimientos que el tiempo jamás logró borrar.

Entre secretos, perdón y descubrimientos, Simone renace —y el destino le demuestra que nunca es tarde para amar.
Años después, ya con cincuenta y cinco, vive el mayor milagro de su vida: la maternidad.

Un romance emocionante sobre nuevos comienzos, fe y un amor que trasciende el tiempo — Amor Sin Límites.

NovelToon tiene autorización de Edna Garcia para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 6

El viernes, la sala de reuniones de la empresa estaba abarrotada. Marcelo ocupaba su lugar entre los colegas, cuando el director, un hombre de voz firme y sonrisa ensayada, tomó la palabra.

—Señores, mañana tendremos nuestra fiesta anual —anunció, abriendo los brazos como si ya pudiera sentir el ambiente del evento—. Quiero la presencia de todos ustedes y, por supuesto, de sus familiares. Este año tendremos una novedad: un bingo especial. Cada empleado recibirá una cartilla, así como cada miembro de su familia. El premio será de cincuenta mil reales.

Un murmullo se apoderó de la sala. Todos se miraban, animados. Marcelo recibió su sobre y, al abrirlo, vio tres cartillas: una a su nombre, otra a nombre de Geovana, y otra a nombre de Simone.

Su rostro se endureció. Aquello significaba tener que llevar a las dos a la confraternización. Mi esposa… y mi hija… delante de todos. Pensó, incómodo. Durante años, se había enorgullecido de mantenerlas casi invisibles, escondidas de los colegas. No quería que nadie supiera que detrás de su imagen de ejecutivo había una esposa sencilla y una hija crítica.

Pero la tentación de los cincuenta mil reales lo movía. No comparecer sería renunciar a tres chances de ganar.

Por la noche, en la habitación de hotel donde ya lo esperaba Tamara, Marcelo arrojó el saco sobre el sillón y suspiró, irritado.

—¿Qué pasa ahora? —preguntó Tamara, acomodándose en las sábanas de seda.

—Mañana será un infierno. Tendré que llevar a mi mujer y a mi hija a la fiesta de la empresa. El director exige la presencia de las familias.

Ella arqueó la ceja, irónica.

—Entonces mañana, finalmente, voy a conocer a mi rival. Siempre me dijiste que es fea… si lo es, no tengo por qué sentir celos.

Marcelo rió de lado, con aquella sonrisa cínica.

—Ya verás, no tienes nada que temer, pero por favor no te acerques a mí, no quiero levantar sospechas, mi hija es muy lista.

Aun así, la idea lo incomodaba. Tras un momento de silencio, tomó el celular y llamó a casa.

—¿Simone? —su voz sonaba impaciente—. No vuelvo hoy, pero mañana arréglense, tú y Geovana. A las diez en punto paso por allí para llevarlas a la confraternización de la empresa.

Del otro lado de la línea, Simone guardó silencio por algunos segundos, sorprendida. Él nunca se había preocupado por presentarlas.

—Está bien, Marcelo —respondió, contenida, pero con el corazón acelerado.

Al colgar, me miró, yo estaba cerca.

—Geovana… ¿oíste? Tu padre quiere que vayamos con él.

No pude ocultar la sorpresa.

—¿Él? ¿Llevarnos? —pregunté, desconfiada—. ¿Desde cuándo se enorgullece de nosotras?

Mamá, sin embargo, parecía ver más allá de mis dudas. Un brillo tímido iluminaba sus ojos.

—Quizás sea mi oportunidad de usar la ropa que me diste, hija. No quiero pasar vergüenza delante del jefe y de los amigos de tu padre.

La abracé, sonriendo con ternura. Por primera vez, mamá tenía un motivo para sentirse confiada, y no sería Marcelo, mi padre, quien apagaría esa llama.

La mañana de la fiesta comenzó temprano en nuestra casa. Yo estaba animada, casi como una niña en día de paseo. Tomé mi pequeño maletín de maquillaje y llamé a mamá para sentarse frente al espejo.

—Hoy, madre, vas a brillar —dije, con una sonrisa cómplice.

Ella rió nerviosa, pero obedeció. Apliqué una base suave, realzando su piel clara, pasé un labial rojo discreto que encendió su sonrisa, y finalicé con un delineado delicado que dejó sus ojos castaños aún más expresivos.

Después, solté su cabello e hice un peinado sencillo, pero elegante, prendiendo parte de los mechones y dejando el resto caer en ondas naturales sobre los hombros.

Cuando se miró en el espejo, llevó la mano al rostro, emocionada.

—Geovana… yo no soy esa mujer.

Tomé sus manos.

—Sí lo eres, madre. Siempre lo fuiste. Solo necesitabas un poco de cuidado… y de alguien que creyera en ti.

Ella entonces vistió el vestido verde que habíamos comprado en el centro comercial. Se ajustó al cuerpo a la perfección, realzando su figura. Un par de zapatos nuevos completaba el visual. Yo también me arreglé, optando por una ropa discreta, pero elegante. Cuando nos vimos listas, no conseguimos evitar un abrazo fuerte.

—Estamos hermosas, hija —dijo ella, con lágrimas en los ojos.

Y realmente lo estábamos. Por primera vez, sentí que íbamos a enfrentar el mundo con la frente en alto.

Poco después, oímos la bocina del coche de mi padre. El corazón de mamá se disparó. Caminamos hasta la puerta. Cuando él abrió, quedó estático. Sus ojos se abrieron y por un instante perdió las palabras.

—Vaya… qué cambio… —dijo él, incrédulo—. Nunca imaginé que te vería así tan arreglada y elegante. ¿Cómo conseguiste verte así?

Mamá se sonrojó, bajando los ojos. Pero yo no lo dejé pasar.

—Padre, mi madre siempre fue muy bonita. Solo que tú nunca fuiste capaz de meter la mano en el bolsillo para darle dinero para que se arregle, compre una ropa decente. Necesitó esperar a que yo trabaje para proporcionarle ese cambio.

El silencio fue inmediato. Marcelo desvió la mirada, pero no conseguía dejar de observar a Simone. Por detrás de su semblante serio, era posible percibir la sorpresa… e incluso una punta de arrepentimiento.

Mientras bajábamos las escaleras hacia el coche, vi en su mirada un destello de algo que jamás había notado antes: la constatación de que, a pesar de gastar ríos de dinero con ropa cara y joyas para Tamara, su amante, era Simone quien, de hecho, poseía una belleza verdadera. Una belleza que solo necesitaba ser cuidada para brillar aún más.

Y en aquel instante, por primera vez, Marcelo percibió que había subestimado a su propia esposa.

Ella con seguridad era más bonita que Tamara.

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