La Sombra de Ashfall narra la épica historia de Cecil, quien tras una trágica primera vida, regresa en el tiempo por el oscuro Lord Umbra.
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Capítulo 19
Allí se encontraba Cecil, apoyada en Gareth, quien la sostenía con firmeza. Frente a ellos, el ataúd de cedro del rey Alexander descansaba, y a un lado, un retrato de cuando el rey era joven, sonriendo con tres niños pequeños a su lado: Lysander, Cecil y Gareth. La elección de la pintura era extraña para un funeral de estado, y Cecil no entendía por qué la habían elegido, hasta que el antiguo secretario del rey, un hombre mayor de cabellos plateados, se acercó a ellos.
- Él quería que lo vieran junto a sus tres grandes tesoros el día de su muerte - dijo el secretario, su voz grave pero suave -. No como el monarca serio y estricto, quería que vieran al ser humano, no a la corona que representaba.
Ante esas palabras, la represa de las emociones de Cecil se rompió. No pudo contenerse más y rompió a llorar, los sollozos escapando de su pecho mientras Gareth la abrazaba con más fuerza.
Lysander la observaba desde lejos, su rostro una máscara de contención. Él no podía permitirse el lujo de demostrar su tristeza como ella lo hacía; cuando alguna lágrima escapaba, la limpiaba de inmediato con un gesto disimulado. A su lado, Orlaith parecía molesta por tener que estar en el lugar, sus expresiones de impaciencia y fastidio no pasaron desapercibidas para la multitud. La gente no dejaba de compararla con Cecil, susurrando que ella debería ser su reina, no Orlaith, una mujer extranjera que claramente no amaba a su reino. El funeral, un momento de luto, también se convertía en un escenario para las intrigas y las comparaciones.
La gente continuaba llegando al funeral, sus rostros sombríos reflejando el luto del reino. Uno a uno, se acercaban a Lysander, Cecil, y Gareth, ofreciendo sus respetos y su más sentido pésame. Sin embargo, nadie se acercaba a Orlaith. La situación la fastidiaba más con cada minuto que pasaba. Apenas recibía un saludo de cortesía, y la ignorancia general de su presencia la consumía.
Harta de ser tratada como una simple espectadora, Orlaith soltó un exabrupto en voz alta, rompiendo el solemne silencio del momento.
- ¡Yo soy la Reina, no Cecil! - exclamó, su voz llena de resentimiento -. ¡Yo soy la nuera del Rey! ¡Y me tratan como a una cualquiera! ¡Esto es un insulto a la monarquía, y no lo dejaré pasar por alto!
La repentina explosión de Orlaith congeló a la multitud. Cecil, al escucharla, no dudó un segundo. Con el rostro endurecido por la ira y el dolor, se acercó a la reina.
- ¡Aprenda a comportarse, Majestad! - espetó Cecil, su voz baja pero cargada de una autoridad inquebrantable -. No está en una reunión cualquiera, está en el funeral del rey Alexander. Por lo menos, mantenga la compostura.
La réplica de Cecil golpeó a Orlaith como una bofetada en el rostro. Sus ojos se entrecerraron con una furia descontrolada.
- ¡Cómo te atreves a hablarme así, Kaeldron! ¡Tú, una simple hija de un Duque, a mí, tu Reina! ¡Siempre fuiste una mosca molesta, y ahora te crees con el derecho de sermonearme en mi propio palacio, en el funeral de mi suegro!
- Estoy hablando como la hija de un Ducado que este reino respeta, y como alguien que sí siente el pesar por la muerte del Rey. A diferencia de usted, Majestad, que solo muestra su falta de respeto y su vulgaridad.
- ¡Descarada! ¡Te arrepentirás de estas palabras! - su rostro se contorsionó de rabia, y levantó la mano para abofetear a Cecil
Pero antes de que su mano tocara a Cecil, Lysander, que había observado la escena con creciente alarma, reaccionó con la velocidad del rayo. Se interpuso y detuvo la muñeca de Orlaith en el aire, su agarre firme y sin titubeos.
Al mismo instante, Gareth se colocó instintivamente frente a Cecil, protegiéndola con su propio cuerpo. Y, para sorpresa de muchos, varios guardias reales, que habían presenciado la escandalosa conducta de Orlaith, no dudaron en formar un semicírculo protector alrededor de Cecil. Era evidente para todos que Orlaith, a pesar de su título, no era nadie en ese reino, su autoridad desvaneciéndose ante el apoyo tácito a Cecil.
Lysander, harto de la situación, su paciencia agotada, miró a Orlaith con una frialdad gélida.
- ¡Basta, Orlaith! ¡Te mando a encerrar en tus aposentos! ¡Ahora mismo!
- ¡Me las pagarán! ¡Todos ustedes! ¡Mi padre se enterará de esto! ¡Destruirá este reino! ¡Haré que se arrepientan de haberme humillado!
Pero sus amenazas cayeron en oídos sordos. Nadie en la multitud parecía interesado en sus palabras. Una vez que los guardias la escoltaron lejos, arrastrándola, Lysander se volvió hacia los presentes.
- Mis más sinceras disculpas por el comportamiento de la Reina. Les aseguro que será debidamente atendida.
Los guardias reales regresaron a sus posiciones, y la tensa atmósfera comenzó a disiparse. A pesar de la distancia que ahora existía entre ellos, Cecil miró el cuadro del rey Alexander con los tres niños. Las lágrimas se habían secado, pero el dolor permanecía. Se giró hacia Lysander, y con una voz que, aunque suave, resonó con sinceridad.
- Majestad, mi más sentido pésame por la pérdida de su padre.
- Mi más profundo pésame, Lysander. El Rey Alexander fue un gran hombre – menciona Gareth.
Los tres, Cecil, Gareth y Lysander, se pararon juntos frente al ataúd. Los tres niños del cuadro, inocentes y felices en la pintura, ahora se veían imponentes en la realidad, a pesar del dolor y la complejidad que sus rostros mostraban. Una tregua forzada, un momento de duelo compartido en medio de la tormenta.
El velorio del rey Alexander continuó, sorprendentemente, sin más incidentes. La humillación pública de Orlaith y la inusual muestra de unidad entre Lysander, Cecil y Gareth parecieron disuadir cualquier otro arrebato. La gente, aunque todavía murmuraba sobre el escándalo, se enfocó en despedir a su querido monarca. Lysander, sombrío y pensativo, mantuvo una distancia respetuosa, aunque sus ojos buscaban a Cecil de vez en cuando. Ella, por su parte, permaneció al lado de Gareth, cuya presencia era un consuelo inquebrantable.
A medida que el día llegaba a su fin y los últimos dolientes se retiraban, la procesión funeraria se preparaba para el entierro. El ataúd del rey Alexander fue llevado con solemnidad a la cripta real, donde sus ancestros esperaban. Cecil y Gareth, junto a sus familias, se mantuvieron cerca, ofreciendo su apoyo silencioso. Lysander, lideraba la procesión, su rostro una máscara de realeza y dolor contenido.
Con el último ritual completado y la cripta sellada, la realeza y la alta nobleza regresaron al palacio. El ambiente, aunque aún teñido de luto, comenzaba a cambiar. La ausencia del rey Alexander era palpable, no solo como una pérdida personal, sino como el fin de una era.
La percepción del reino sobre la monarquía había sido irrevocablemente alterada. La gente había visto a su reina consorte comportarse de forma vulgar e irrespetuosa, contrastando drásticamente con la dignidad y el pesar genuino de Cecil. Lysander, aunque había intentado mantener el control, había sido testigo de su propia humillación y de la creciente popularidad de Cecil. El afecto del rey Alexander por Cecil y Gareth, expuesto de forma tan pública a través del cuadro y las palabras del secretario, solo sirvió para cimentar su posición en el corazón del pueblo.
Amo esta historia!! y Garret es todo lo q esta bien! 🤭