Ginevra es rechazada por su padre tras la muerte de su madre al darla a luz. Un año después, el hombre vuelve a casarse y tiene otra niña, la cual es la luz de sus ojos, mientras que Ginevra queda olvidada en las sombras, despreciada escuchando “las mujeres no sirven para la mafia”.
Al crecer, la joven pone los ojos donde no debe: en el mejor amigo de su padre, un hombre frío, calculador y ambicioso, que solo juega con ella y le quita lo más preciado que posee una mujer, para luego humillarla, comprometiéndose con su media hermana, esa misma noche, el padre nombra a su hija pequeña la heredera del imperio criminal familiar.
Destrozada y traicionada, ella decide irse por dos años para sanar y demostrarles a todos que no se necesita ser hombre para liderar una mafia. Pero en su camino conocerá a cuatro hombres dispuestos a hacer arder el mundo solo por ella, aunque ella ya no quiere amor, solo venganza, pasión y poder.
¿Está lista la mafia para arrodillarse ante una mujer?
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Comenzado a volar.
Día a día su entrenamiento comienza: sus pasos se dirigen cada mañana a la universidad para especializarse en su carrera; cuando el sol comienza a caer, sus puños impactan un saco de cuero pesado, dejando que el sudor recorra su frente y gotee al suelo.
También toma diferentes armas y dispara: cada bala da en el blanco, incluso si está en movimiento. Ya por las noches, todo lo que ha sufrido regresa y descarga ese sufrimiento entre gritos de dolor que le arrugan el corazón al hombre que la cuida. Por más consejos que recibe, la herida en su alma sigue abierta; recuerda su ingenuidad y más lágrimas se desbordan de sus preciosos ojos. Dobla sus rodillas y golpea el suelo cuando ninguna vista la observa.
Los primeros seis meses son iguales: no deja de sentir la presión en su pecho, tampoco cesan las palabras en su cabeza; las pesadillas se apoderan de su descanso, hasta que un día, sin darse cuenta, ya no hay lágrimas. Suelta una maldición, golpea y se ríe... De a poco, su corazón se endurece; no hay sentimientos allí: ni la roca es tan dura como su órgano vital.
Meses más tarde, una Ginevra muy segura entra a la mansión que comparte con Rogelio. Tira su cartera a un lado y sonríe mientras deja reposar su cuerpo en el sofá.
—Estoy agotada —dice, levantando los pies.
El hombre sonríe, se acerca y, como ya es costumbre, masajea sus pies.
—Eso pasa cuando te vuelves tan buena que eres indispensable... —murmura Rogelio, presionando los lugares precisos en sus plantas para hacerla sentir mejor.
—Y bien, ¿qué toca hoy...? —ella arquea una ceja y él le devuelve una gran sonrisa.
—A ver... Ya sabes de finanzas, sabes entrar a un sistema de seguridad, también has mejorado tus movimientos de pelea y disparas mejor que yo —suelta una risa orgullosa, pero...
—Sigues odiando a los hombres, pequeña... —suspira profundamente y voltea los ojos.
—No a todos, a ti te amo, papá... —él asiente, mostrando los dientes; cada vez que la escucha decirle así, se lo cree.
—Lo sé, pero yo no cuento porque no me ves como un hombre. Necesito que entiendas.
Ella se cruza de brazos y baja los pies.
—De acuerdo, estoy lista. Dime qué sigue —la decisión en sus ojos es extraordinaria, y eso a él le hincha el pecho.
—Eres hermosa, mi niña, y necesitas saber usar eso... Pero no como otras mujeres lo hacen, no, no... —mueve el dedo de un lado a otro—. No se trata de mostrar más piel ni de reírte de cualquier tontería que digan. La seducción verdadera no se encuentra en el escote, sino en el misterio; no en el perfume, sino en el silencio exacto.
Saca un mando de su bolsillo y comienza a mostrar imágenes de diferentes mujeres.
—Quiero que uses tu belleza como un violinista usa su arco: con precisión, con arte. Haz que tu mirada sea un acertijo, que tus palabras sean un laberinto en el que él se pierda sin querer volver —ella se pierde en sus palabras y en cada imagen y vídeo que observa—. No te regales entera al primer cumplido; deja siempre una puerta entreabierta.
Ginevra mueve la cabeza en señal de afirmación. Varias mujeres comienzan a hacer lo que ella debe aprender, y sonríe solo de imaginarse con tanta habilidad.
—Cuando entres en una habitación, no busques ser la más vistosa, sino la más difícil de descifrar. Habla poco y escucha mucho: la curiosidad es un veneno delicioso.
Día a día, las clases de seducción se repiten. Mientras baila o aprende algún movimiento nuevo, recuerda cada consejo.
—Hazlo creer que te ha descubierto, que él ha ganado. Y cuando piense que te posee, que ya te entiende, déjalo con un beso en la mejilla y una pregunta en el alma.
Mientras estudia, configura algún sistema o mueve sus caderas al ritmo de una melodía, recuerda cada palabra de su mentor y padre, porque eso es Rogelio: «El arte de seducir no consiste en rogar miradas, sino en sembrar obsesiones. Que te recuerde en el aroma del café, en la última página de un libro, en el sueño que se rompe al amanecer».
Los meses se vuelven un año y luego año y medio, y así, entre armas, números, libros y clases de sensualidad, va forjando su nuevo carácter. Gota a gota, rompe sus inhibiciones y sus prejuicios.
«Las otras mujeres gritan, tú susurra. Ellas conquistan con el cuerpo; tú, con el enigma.
Porque la verdadera seducción no es hacer que te deseen esta noche. Es lograr que no puedan dejar de pensarte nunca más».
Su cuerpo ahora está más dotado, más voluminoso; su ropa es la adecuada para conquistar, pero no lo hace. Su objetivo es uno solo, y las distracciones no entran allí.
—Tu cuerpo es un templo. Tú decides a quién dejas entrar; no te hace más ni menos —le dice Rogelio para finalizar, al verla feliz entrando con otro certificado en la mano.
—Papá, mira lo que tengo aquí... Gracias, esto es gracias a ti. —Rogelio niega y sonríe orgulloso.
—No, mi niña... Este logro es todo tuyo. Yo solo he guiado tu camino.
Ella lo abraza, colgándose de su cuello. Él la gira y besa su cabeza; sus ojos le brillan de emoción al ver a su pequeña desplegar sus alas, lista para cumplir su objetivo. Por fin, cada uno pagará su dolor. Ya no debe preocuparse porque la lastimen: su corazón ahora está blindado.