Esta novela nos habla un poco sobre el romance juvenil y ese gran amor que nunca fue, una chica con grandes sueños y mucho amor pero entregado al hombre incorrecto.
NovelToon tiene autorización de 𝑱𝒆𝒂𝒏_𝒃𝒐𝒐𝒌𝒔 para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
CAPITULO XVIII
Esa misma noche le escribí mis sentimientos en una carta, porque era esa la única manera que yo encontraba para demostrar todo lo que sentía. Con lápiz y papel hacía magia, y esa vez, con ayuda de los hermosos poemas de Mario Benedetti, le escribí la carta más larga que había hecho en mi vida, explicándole mis sentimientos y diciéndole las mil razones por las que no quería perderlo.
Al día siguiente, solo desperté mentalizada en aprobar todos los exámenes, nada más. Aunque no sabía qué iba a pasar con Josh, mi único objetivo era ese: aprobar todo y de la mejor manera.
Llegué a la universidad, metí la carta en el desayuno que le iba a dar a Josh y lo guardé para esperar a dárselo. No me saludó y me ignoraba de todas las formas posibles. Evitaba estar cerca de mí, y eso dolía de una manera demasiado horrible. Y lo peor fue verlo riendo con Carla como si yo no existiera. Me estaba matando.
—Pero dáselo de una vez —dijo Sara.
—Yo no voy a ir allá —no quería acercarme a donde estaba Carla, porque si me rechazaba en frente de ella iba a ser peor.
Pasé media mañana así, desesperada y con ansiedad por no poder darle un simple desayuno. Lloré de frustración y miedo, porque no sabía cómo iba a ser su trato, si me trataría mal y ni me lo aceptaría. Eso me aterraba.
—A ver, cálmate y respira. No pasa nada, solo ve y dáselo —me dijo Sara, intentando consolarme.
Y eso hice. Respiré y me acerqué a él con el desayuno en las manos, y solamente se lo extendí.
—No quiero, gracias —dijo, forzando una sonrisa. Y sí, eso dolió.
—Agárralo —dije, sin dejarle otra opción.
Se lo di y me fui, y solo me quedó llorar. La persona que yo más amaba me estaba rompiendo el corazón con su total indiferencia, y no sabía qué estaba pasando.
—No llores, mi vida. Relájate.
Me relajé y presenté los últimos exámenes sin pensar en nada más. Tenía que aprobar todo, y esto no lo iba a evitar.
Terminamos y salí de la uni con Mary y Sara. Íbamos caminando y solo escuché:
—Jen, ven acá.
Era él, que venía detrás. Por un momento, su voz me paralizó, pero no quería pararme porque sabía que no iba a terminar bien. Pero si no lo hacía, iba a ser peor. Me detuve y las chicas siguieron caminando.
—Mira, la verdad no sé cómo empezar esta conversación, pero ya estoy cansado de tantas cosas. Esto no nos está llevando a nada a ninguno de los dos, y lo mejor es que lo dejemos hasta aquí.
No dije nada, no tenía nada que protestar, y él solo siguió caminando y me dejó ahí.
—¿Qué te dijo? —preguntaron las chicas.
—Nada —dije con una falsa sonrisa.
Luego les conté normal, como si no hubiera pasado nada. El único consuelo que rondaba por mi cabeza era: "Seguirán siendo amigos".
Todo el camino estuve tragando unas cuantas lágrimas que querían salir, pero la verdad no me dolía. Sentía una indiferencia tan grande que era como si no sintiera nada.
Llegué a mi casa e hice millones de cosas para no pensar en absolutamente nada. Estuve todo el rato alegre y normal, sin dolor. Hasta que llegó la fría y solitaria noche...
Me recosté en mi cama y, viendo al techo, empezaron a salir lágrimas unas tras otras.
—¿Por qué yo, Diosito? —preguntaba.
¿Qué hice para merecer esto?
Seguía llorando sin parar, cada vez más fuerte, y comencé a sentir esa sensación que llevaba tiempo sin aparecer: ansiedad.
Mi respiración era rápida y agitada. Estaba ahogada de tanto llorar, dolor en el pecho y esa sensación de presión. El dolor de cabeza inaguantable era horrible.
Mi respiración cada vez se cortaba más y me desesperaba. Sabía que tenía que calmarme y respirar, porque si no sería peor. Pero no encontraba forma.
—Respira, Jen —me decía a mí misma entre palabras ahogadas. La sensación es horrible y no se la deseo a nadie. Sientes que te vas a morir...
Intenté tomar bocanadas de aire, cortadas por los sollozos, pero el oxígeno estaba volviendo a mí. No paraba de llorar, pero al menos estaba intentando respirar.
Por mi cabeza pasaban cada momento juntos, desde el día uno. Cada abrazo, cada consuelo, cada chiste. Era especial para mí, y estaba perdiendo eso. La persona que yo más amaba, mi mejor amigo y confidente, lo estaba perdiendo.
—Me prometiste que no dejarías de ser mi amigo —le escribí entre lágrimas.
No respondió. Momentos más tarde, me quedé dormida de tanto llorar. Estaba destrozada.
Llegó el día siguiente, y lo primero que hago es verme al espejo. Estaba hinchada y agotada, pero hoy tenía que acompañar a mi madre a hacer las compras y ver unas cosas sobre mi fiesta de cumpleaños.
Lavé mi cara, cepillé mis dientes, me duché y vestí. Me vi al espejo y solo forcé una sonrisa, sonrisa que tendría que forzar todo el día.
Compramos muchas cosas, y ver las cosas de mi cumpleaños despertaba mi niña interior. Y adivinen, le escribí:
—Mira lo que compré —le escribí y envié una foto.
—Está bonito —respondió él, sin más.
—¿Te gusta? —solo quería sacar conversación.
—Está bonito —al parecer, él no.
No insistí más y volvimos a casa. En el camino, volvieron a salir lágrimas, como si no hubiera llorado suficiente ya.
Y así fueron pasando los días, un día más doloroso que el otro. Me enteré, gracias a Sara, que había botado mi carta y que nunca la leyó. Así que ahí se fue mi única oportunidad de que se arreglaran las cosas. También dijo que "no podía ser mi amigo si alguna vez me amó" o algo así. La verdad, me dio igual. Ya le agarré indiferencia, pero eso no quiere decir que no quiero que me vuelva a hablar, y lo intentaré de todas las formas posibles hasta lograrlo. Todos estos años de amistad no se podían perder por esto... O eso pensaba yo.