Matrimonio de conveniencia: Engañarme durante tres meses
Aitana Reyes creyó que el amor de su vida sería su refugio, pero terminó siendo su tormenta. Casada con Ezra Montiel, un empresario millonario y emocionalmente ausente, su matrimonio no fue más que un contrato frío, sellado por intereses familiares y promesas rotas. Durante tres largos meses, Aitana vivió entre desprecios, infidelidades y silencios que gritaban más que cualquier palabra.
Ahora, el juego ha cambiado. Aitana no está dispuesta a seguir siendo la víctima. Con un vestido rojo, una mirada desafiante y una nueva fuerza en el corazón, se enfrenta a su esposo, a su amante, y a todo aquel que se atreva a subestimarla. Entre la humillación, el deseo, la venganza y un pasado que regresa con nombre propio —Elías—, comienza una guerra emocional donde cada movimiento puede destruir... o liberar.
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Capítulo 5 - Parte 3: La lencería, el veneno y la máscara
Capítulo 5 - Parte 3: La lencería, el veneno y la máscara
El motor del auto rugía mientras Aitana conducía por la ciudad con una mezcla de adrenalina y dolor atravesándole el pecho. Subió el volumen de la música, cantaba sin pensar, intentando ahogar el nudo que le oprimía el alma. No sabía exactamente a dónde iba, solo sabía que necesitaba hacer algo, moverse, liberarse de esa mujer rota que Ezra había ignorado durante tanto tiempo.
Se detuvo frente a una boutique elegante. Había encargado una lencería días antes, por impulso. Algo atrevido, algo que nunca se hubiera imaginado usando… pero ahora le parecía justo lo que necesitaba.
Al entrar, una vendedora de rostro amable la recibió con una sonrisa profesional.
—Señora Montiel, su pedido está listo. ¿Gusta pasar a probarse o desea llevárselo?
—Me lo probaré —respondió Aitana, con una sonrisa tranquila, casi serena.
—Perfecto. Son dos mil dólares, ¿efectivo o tarjeta?
Aitana dudó solo un segundo, luego sacó la tarjeta que Ezra le había dado por obligación de Don Armando. Pagar con ella, en ese momento, fue casi un acto de rebelión. La notificación seguramente llegaría directo a su celular.
Justo cuando la transacción se completaba, una voz muy conocida interrumpió la escena como un zarpazo:
—¡Ay, qué mala suerte! —bufó una mujer con tono irritante y familiar.
Aitana se congeló. Esa voz la había escuchado una y mil veces en su cabeza, mezclada con los gemidos que habían retumbado en el teléfono aquella noche. Lara.
Respiró profundo. No se giró de inmediato, solo tensó la mandíbula mientras la escuchaba hablar con la vendedora.
—No deseo nada más. Compré tanto que no me cabe ni en el closet —dijo Lara, dejando caer sus bolsas sobre el mostrador—. Es que mi prometido me consiente demasiado…
Aitana alzó la vista. Fingió no conocerla. Lara también fingió. Ese juego hipócrita donde ambas sabían perfectamente quién era la otra, pero ninguna lo diría. Era una batalla de máscaras… aún sin declararse.
—¿Desea algo más, señora Montiel? —preguntó la vendedora a Aitana, que seguía con los pensamientos cruzando a mil por hora.
Ella suspiró, sin quitarle la mirada a Lara.
—Sí… —dijo con voz firme—. Quiero todo de mi talla.
—¿Talla XL, querida? —interrumpió Lara con una sonrisa venenosa—. Aquí no vendemos ropa para mujeres como tú. Quizá en la tienda del frente encuentres algo más… adecuado.
Aitana no respondió. Caminó con seguridad hasta el perchero donde colgaba una lencería rojo encendido. La tomó, sin romper el contacto visual.
—Me voy a probar esta —dijo, casi en un susurro afilado.
Lara se rió con desprecio. Pero cuando Aitana salió del probador, incluso la vendedora quedó boquiabierta.
El rojo ardiente delineaba sus curvas con poder. No solo se veía sensual. Se veía invencible. Y cuando se miró al espejo, no se vio como la esposa sufrida. Se vio como una mujer que renacía… desde la furia.
Lara, al verla, cambió su expresión por una mezcla de incredulidad y rabia. Aitana lo notó.
—Me llevaré este. A mi esposo le encanta variar —dijo con una sonrisa pícara—. Tenemos una vida muy activa en la cama, ya sabes, él es tan apasionado. Esta noche será inolvidable. Este será el primero que usaré con él.
La sonrisa de Lara desapareció por completo.
—¿Estás operada? —disparó con veneno, como una última defensa.
—¿Yo? ¡Para nada, linda! Todo esto es natural. Y por eso Ezra está tan ardiente todo el tiempo —respondió con teatralidad, alzando una ceja—. Aunque ahora que te veo… deberías comer más. Pareces a punto de desvanecerte. Si te pusieras una de estas prendas, te colgaría como sábana al viento.
La risa de Aitana fue como una bofetada silenciosa.
Entró al probador de nuevo, pero en su interior estaba temblando… no de miedo, sino de rabia. “Esto es solo el principio”, se dijo. No iba a llorar. Ya había llorado suficiente.
Ahora, le tocaba a ella… y lo haría con inteligencia, con elegancia… y con fuego.