LOS CREADORES DEL PASADO (VALERIAN WORLD)

Las Islas de Hierro olían a salitre y metal caliente. En una cámara privada entre los acantilados negros, Jonier Valerian —el ser más erudito y etéreo de los clanes— se encontraba en una situación que ningún libro había podido prepararlo para enfrentar.

Shania había visto a Jonier siempre tan elegante y signo, era por lejos superior a todos esos hombres salvajes que veía siempre, así que en un alboroto emocional decidió que se comería a ese lindo Fénix, aunque sea 3 años menor que ella.

Shania lo tenía arrinconado contra la pared, sus fuertes uñas clavadas en la piedra a cada lado de su cabeza, el calor de su cuerpo casi tan abrasador como su sonrisa.

—Vamos, Fénix —susurró, arrastrando un colmillo por su cuello—. Dicen que los de tu estirpe no sienten deseo... pero ese latido acelerado me dice otra cosa —Shania procedió a morder su lóbulo con suavidad.

Jonier, cuyo conocimiento abarcaba desde alquimia hasta astronomía, pero cero en coqueteos, tragó seco.

—Eso es... fisiológicamente imposible para mi especie —logró articular, aunque su voz sonó tres octavas más aguda de lo usual. Sus mejillas estaban teñidas de rojo carmesí de la vergüenza.

Shania rió, un sonido que hizo vibrar los cristales de sal del techo.

—¿En serio? —Sus manos bajaron a su cinturón—. Déjame comprobarlo. —Sin embargo, sus manos bajaron más abajo de su cinturón y tocando zonas prohibidas.

Los Fénix varones no tienen impulso sexual por diseño de sus dioses, para enfocarse en proteger a sus hermanas. Pero esas manos y esa zona, claro que donde hay acción, hay reacción.

Shania no era fácil de rechazar, especialmente cuando su aliento olía a vino de granada y su sonrisa prometía dolor placentero.

Jonier, en un acto de desesperación intelectual, lanzó una pócima de enfriamiento, literalmente. Shania gritó cuando una capa de escarcha cubrió sus hombros.

—¡¿Qué demonios…, Fénix tonto?! —rugió, alejándose como si lo hubiera picado una serpiente.

Jonier se ajustó las gafas que milagrosamente seguían intactas.

—Te lo dije. No estamos... programados para esto —dijo alisando sus prendas y recobrando la compostura.

Shania, entre indignada y divertida, se cruzó de brazos.

—Bien. Pero si Elian y tu hermana pueden saltarse las reglas de sus especies... —Hizo una pausa dramática poniendo su cabello tras su espalda con coquetería—. ¿Por qué tú no?

Jonier palideció. Esa era una pregunta que no quería contestar. Solo faltaron un par de días para que Shania decida que ya era demasiada paciencia con ese Fénix remilgado.

Eso no se quedaría así, la princesa Dragón no se detuvo y la noche de las linternas que se festejaba en las Islas de hierro. Shania logró su objetivo.

Jonier achispado por la bebida, se encontraba caminando hacia su dormitorio, cuando una figura sensual y voluptuosa saltó sobre él. Los labios de la hermosa pelirroja se apoderaron de sus labios dándole el beso más apasionado del mundo, al menos para el joven Fénix.

Las manos de la princesa Dragón viajaron por zonas prohibidas estimulándolo hasta que no se resistió, fue arrastrado hasta los aposentos de Shania y ahí entendió que los Fénix sí podían tener deseo y ser sexuales.

La luna sobre las Islas de Hierro pintaba de plata los cuerpos entrelazados en la cámara de Shania. Jonier yacía entre las sábanas negras, sus gafas torcidas, su respiración entrecortada, y su mente —tan habituada a los códigos y las fórmulas— en un estado de colapso absoluto. No podía sumar uno más uno.

Shania, satisfecha como un Dragón tras devorar un tesoro, se desperezó a su lado, trazando círculos en su pecho desnudo con una uña mientras lo mira coqueta. ¿Quién diría que ese mocoso esté tan bien dotado?

—Vaya, joven Fénix —murmuró, lamiéndole el cuello— Para alguien sin instinto, eres alguien con mucha imaginación.

Jonier, que había pasado de la negación al éxtasis y luego al pánico existencial, cubrió su rostro con las manos.

—Esto es una aberración fisiológica —declaró, aunque su voz sonó más como un quejido—. Los Fénix varones no... no hacemos esto —pero no completó la frase, se refería a hacerlo con Dragónes que son siempre tan cerrados.

Shania se rió, un sonido que hizo temblar las velas.

—¿Y ese pequeño detalle te detuvo? No…, no te detuvo y es más, temía que de verdad no te detengas nunca—Se inclinó sobre él, su cabello rojo como brasas cayendo sobre su torso—. Admítelo, Jonier Valerian. Hoy descubriste que hasta los seres de luz tienen sombras.

Aunque los Fénix varones no sienten atracción romántica, su biología respondió a los estímulos de Shania, algo que ni los textos ancestrales mencionaban.

Jonier ahora cuestiona si su "neutralidad" era realmente natural... o impuesta por crianza. Pero de algo estaba seguro, en un momento Shania le dijo que ella no podía tener hijos, así como los Fénix varones tampoco podían, eso lo dejó más tranquilo, pero a la vez más desconcertado, en la vida anterior, esto no había pasado ni por sí acaso.

*_*

El estudio del Juez de Almas olía a incienso rancio y tinta seca. Las paredes, forradas con retratos de santos cuyos ojos seguían a quien los mirara, vibraban con la ira contenida de su dueño. El huesudo dedo del Juez golpeó el escritorio por última vez, astillando la madera.

—Maldito Dragón —escupió, observando el reloj de arena donde la última mota de arena caía sin prisa. Seis meses. Seis malditos meses esperando el "regalo" que Elian le había prometido.

Pero ahora sabía algo más valioso: el tal "Yled" era una mujer. Y el Rey Dragón la amaba. Con un gesto, llamó a su Cazador Mayor, un hombre envuelto en vendas manchadas de sangre.

—Preparen el Hierro Maldito —ordenó, pasándole un dibujo de Dely disfrazada como Yled—. Pero no para matarla... no aún.

El Cazador inclinó la cabeza.

—¿Qué quiere que haga, Santísimo? —dijo con una voz que sonaba a choque de metal con lijas.

El Juez sonrió, mostrando dientes amarillos como dagas.

—Que sufran. Primero, le arrancaremos la piel a esa belleza.

—Después... veremos al Dragón rugir —dijo con una morbosidad a flor de piel.