Dueña De Tu Sombra

El vapor llenaba el baño. Ben se apoyó contra la pared de azulejos, dejando que el agua caliente golpeara su espalda como si pudiera limpiar lo que ya había hecho. Pero no había agua suficiente para borrar esa noche.

En el sótano de una cabaña apartada, bajo órdenes de su padre, había torturado a un hombre hasta hacerle confesar. No sabía su nombre. Solo sabía que, de algún modo, estuvo involucrado en la muerte de su madre. Fue su prueba de fuego.

Ben dudó. Recordó las palabras de su madre cuando aún vivía:

“Prométeme que serás diferente. Que no vas a vivir con odio.”

Pero cuando escuchó el nombre de su madre en los labios ensangrentados de ese desconocido, algo dentro de él se rompió. El chico noble desapareció, y solo quedó el heredero del infierno.

Ahora, bajo la ducha, Ben respiraba con dificultad. No lloraba, pero el nudo en su pecho dolía más que cualquier lágrima. Cerró el agua, se secó rápido y salió del baño. Pasó por su habitación sin encender las luces. Se sirvió un vaso de whisky, aunque no solía beber.

“No soy como él… no soy como él.”

Pero cada día lo dudaba más.

Al otro lado de la ciudad, en un barrio tranquilo pero modesto, la casa de los hermanos de Alice vibraba con vida.

Era una casa amplia, con paredes de colores cálidos y aroma a comida casera. En la cocina, Axel —uno de los trillizos mayores— terminaba de preparar la cena. Aunque tenía treinta años, su energía era la de un joven eterno. Se encargaba de la casa con cariño, asegurándose de que todo estuviera listo para cuando Alice llegara del colegio.

Alice ya estaba sentada en el comedor, moviendo el arroz con tenedor mientras veía las noticias. Vestía ropa cómoda: jeans y una sudadera negra. Su largo cabello negro azulado caía en capas brillantes sobre su espalda. Sus ojos miel, cálidos y observadores, se clavaron en la pantalla cuando apareció la imagen de un chico en traje oscuro.

La presentadora habló con voz solemne:

“Hoy fue confirmada la sucesión de Ben, hijo del magnate Benito, como nuevo líder del Grupo Anval. Con tan solo dieciocho años, ha asumido oficialmente el mando.”

Alice inclinó la cabeza, interesada.

La cámara lo mostró descendiendo de un auto negro, rodeado de periodistas. Caminaba con una calma extraña, como si nada pudiera tocarlo. Su expresión era seria, fría, casi distante. Pero en su mirada había algo que le llamó la atención.

—¿Quién es él? —murmuró.

Axel se acercó con un plato y sonrió al ver a su hermana tan concentrada.

—¿Te gusta el chico de la tele? —bromeó, dejando la comida frente a ella.

Alice lo miró de reojo, con una leve sonrisa.

—No es eso… es solo que… se ve como alguien que esconde mucho.

Axel se rió con suavidad y revolvió su cabello.

—Bueno, eso lo dirás tú, pequeña bruja. Pero aquí el único que te puede esconder cosas soy yo.

—O Alex y Alan —bromeó ella, sin saber cuánto decía sin querer.

Los trillizos eran su mundo. Desde que sus padres murieron, ellos —junto a Benjamín y Valentín— habían construido ese hogar con esfuerzo. Alice no tenía que preocuparse por nada más que estudiar, crecer y ser feliz. Y aunque no lo sabía, dos de sus hermanos (Alan y Alex) pertenecían a una organización mafiosa que habían mantenido oculta para protegerla.

—¿Dónde están Benja y Valentín? —preguntó, cambiando de canal.

—Benjamín tuvo un ensayo en el estudio.Y Val está con unos amigos en el boliche —respondió Axel, recogiendo vasos.

Alice asintió y volvió la mirada a la tele. La imagen de Ben volvió a aparecer. Esta vez lo enfocaron de perfil, subiendo a un ascensor, con un leve reflejo de melancolía en su rostro. Algo en esa escena la hizo suspirar.

—Se ve… solo —dijo en voz baja.

Axel, al oírla, detuvo un segundo sus pasos. La miró desde la cocina con ternura. No dijo nada. Sabía que Alice tenía una sensibilidad especial. A veces veía más de lo que los demás notaban.

—¿Quieres helado de chocolate? —preguntó él, rompiendo el momento.

—¡Sí! —respondió ella con una sonrisa, dejando el control a un lado.

Esa noche, mientras Ben caía en su cama sin poder dormir, lleno de pensamientos oscuros y heridas que ni él entendía, Alice dormía plácidamente abrazando su almohada, sin saber que acababa de ver por primera vez al chico que cambiaría su vida para siempre.

Y él… sin saber que alguien, en algún rincón de esa ciudad, lo había mirado con ternura.