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Caminos que se Cruzan...

Caminos que se Cruzan...

Status: Terminada
Genre:Yuri / Amor a primera vista / Maestro-estudiante / Colegial dulce amor / Completas
Popularitas:1.1k
Nilai: 5
nombre de autor: Maria Kemps

Nunca pensé que mi vida empezaría a desmoronarse por una simple sonrisa.
Una sonrisa joven, llena de confianza, que me desarmó sin el menor esfuerzo. Solo era una tarde común, una clase cualquiera. Yo, con mis libros, mis papeles, mi matrimonio de fachada y la máscara que llevo años usando para sobrevivir en el papel que el mundo me impuso.
Pero cuando ella entró al salón, con ese aire despreocupado y esa voz dulce llamando a mi hija por su nombre… todo dentro de mí tembló.
Ella era solo la mejor amiga de mi hija. La chica que almorzaba en mi casa, que reía fuerte en la sala, que compartía historias de la universidad en la terraza mientras yo fingía no escuchar. Pero en ese instante, cuando nuestras miradas se cruzaron en el pasillo de la universidad, algo cambió.
Ella me miró como si ya supiera más de mí que lo que yo misma me atrevía a admitir.
Soy profesora. Estoy casada. Y no he salido del clóset.
Ella es mi alumna.
Y es todo aquello que he ocultado ser durante toda mi vida.

NovelToon tiene autorización de Maria Kemps para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 18

Siguiente Capítulo — “Cuando la Marea Baja”

El escándalo aún no se había enfriado. Pero aquella mañana, al llegar a la facultad, algo era diferente. En la pizarra del aula de Elisa, escrito con tiza azul, se leía discretamente:

“Toda forma de amor es válida. Profesora, estamos con usted.”

No había firma. Pero había un silencio respetuoso. Por primera vez en días, nadie cuchicheaba en los pasillos. Las miradas aún llegaban, pero más bajas, menos afiladas. Como si alguien, finalmente, hubiera cortado el hilo del odio.

Elisa, con los ojos húmedos, borró la pizarra con un nudo en la garganta. Júlia, que esperaba fuera, le tomó la mano en silencio.

A la hora del almuerzo, Sofía se sentó sola en la cafetería —ya esperaba otro día de aislamiento— cuando una figura conocida apareció ante ella: Lívia, del último año, líder del grupo feminista de la facultad.

— ¿Puedo? — preguntó, señalando la silla.

Sofía asintió, sorprendida.

— Escuché lo que dijiste en el baño. — Lívia miró a Sofía con respeto. — Muy valiente.

Sofía se encogió de hombros, desconfiada.

— Solo estaba harta de oír mierda.

— Justo. Pero... quería decirte que no estás sola. Estamos organizando una mesa redonda sobre machismo, moralidad selectiva y el derecho de las mujeres a amar a quien quieran. Quería invitarte a ti, a tu madre… y a Júlia también, si se animan.

Sofía abrió los ojos como platos.

— Esto va a causar aún más revuelo…

— Obvio. Pero esta vez, a favor de ustedes. — Lívia sonrió. — Es hora de que cambie la marea, ¿no?

Aquella noche, Sofía les contó la novedad a Elisa y Júlia. Las dos se miraron. Había miedo, claro. Pero había algo más fuerte: esperanza.

Elisa tomó la mano de Júlia, luego la de su hija.

— Si vamos a vivir este amor... que sea con la cabeza alta.

Sofía sonrió, emocionada.

Y aquella noche, por primera vez en semanas, cenaron sin esconderse. Con las ventanas abiertas. Las luces encendidas. Como quien decide que, a pesar del mundo, va a seguir viviendo.

La mesa redonda se programó para el final de la tarde, en el auditorio de la facultad. El tema: "Moralidad selectiva, afectos prohibidos y los límites de la libertad femenina."

Lívia abrió el evento con un micrófono en la mano y una mirada firme.

— Hoy, no estamos aquí para juzgar. Estamos aquí para escuchar. Y para recordar que la libertad, cuando no es para todos, no es libertad — dijo, antes de llamar a Elisa al escenario.

La profesora subió lentamente, con las manos sudando frío. Júlia estaba en la primera fila, con la mirada fija en ella. Sofía, sentada a su lado, le apretaba la mano con fuerza.

— Nunca quise ser símbolo de nada — comenzó Elisa, con voz temblorosa. — Solo quería vivir. Después de un matrimonio de años, marcado por el silencio, la agresión y la culpa, finalmente encontré el amor. Sucedió que fue con alguien que ya formaba parte de mi vida... y sí, ella es alumna de la facultad. Pero adulta. Independiente. Y nuestra relación comenzó fuera de estos muros.

Hizo una pausa. La sala estaba en absoluto silencio.

— Júlia no es mi alumna directa. No evalué trabajos suyos. No participé en ninguno de sus tribunales. Y nuestra historia comenzó cuando ella ya estaba en el último semestre. Faltan tres meses para su graduación.

Miró al público. Respiró hondo.

— Ella no es una niña indefensa. Es una mujer. Inteligente, libre. Y yo soy solo alguien que, después de años de dolor, se permitió amar de nuevo.

Lívia volvió al escenario. Antes de llamar a Júlia, miró a todos.

— Los juicios morales son siempre selectivos. Si fuera un profesor hombre y una alumna mujer, tal vez muchos ni parpadearían. Pero como es una mujer... y otra mujer... ¿esto se convierte en un escándalo?

Los aplausos comenzaron lentamente, hasta llenar el auditorio.

Después de eso, la facultad no tuvo elección.

A la semana siguiente, se convocó un juicio interno —una especie de investigación académica— para decidir si Elisa había cometido alguna infracción ética.

En la sala, estaban tres representantes del consejo académico, la directora Camila, Elisa y su abogada.

Camila abrió la reunión con un tono neutro.

— Estamos aquí para evaluar si hubo una violación del código de conducta de la institución. La denuncia sugiere una relación de poder entre profesora y alumna, y posible favoritismo.

La abogada de Elisa se adelantó.

— Elisa inició su contrato como profesora a tiempo parcial hace seis meses. Júlia ya estaba cursando el último año y no tuvo ninguna asignatura bajo la responsabilidad de mi cliente. No hubo notas asignadas. No hubo tutoría de trabajos. No hay conflicto directo.

Uno de los miembros del consejo carraspeó.

— ¿Y en cuanto a la cuestión moral? ¿El impacto institucional?

Elisa respondió ella misma:

— La moral no puede ser más importante que la verdad. Si la verdad no causa daño, entonces el resto es solo prejuicio disfrazado de regla.

Después de tres horas de argumentos, debates y tensión, salió el veredicto.

No hubo violación de conducta. Elisa permanecería en su puesto.

Camila la llamó aparte, después.

— Solo espero que el mundo aprenda a lidiar con esto. Ustedes merecen más paz.

Elisa sonrió, con los ojos llorosos.

Al salir de la sala, Júlia la esperaba con Sofía.

Las tres se abrazaron allí mismo, en el pasillo. Sin miedo. Sin vergüenza.

Y aquel día, toda la facultad lo supo: ellas habían vencido.

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