¿A Dónde Pertenezco? No Soy Ella.

La mañana siguiente amaneció con una extraña claridad. El cielo estaba gris, pero la luz se filtraba por la casa como si buscara revelar secretos escondidos en cada esquina.

Olga había convencido a Felipe de ir a dormir a otra habitación, por el tema de las pesadillas, que no quería molestarlo, en el fondo ya no toleraba dormir en la misma cama que ese hombre.

Ella estaba sentada frente al espejo del baño, observaba su reflejo con atención. No el maquillaje, ni el peinado. Observaba los ojos.

¿Quién era la mujer que la miraba desde allí?

- "No soy tú", murmuró Olga, tocando su rostro. "Pero ahora vivo aquí", agregó.

Algo la estremecía cada vez que pronunciaba esa verdad silenciosa. No sabía cómo había ocurrido, ni por qué, pero empezaba a aceptarlo: su alma ya no estaba en el cuerpo de Karina, ahora habitaba el de Olga, y tenía que descubrir qué era lo que había pasado.

Además, el cuerpo, de algún modo, comenzaba a recordarle cosas, como dolencias que no eran suyas. Marcas ocultas que no reconocía, como esa pequeña cicatriz en el tobillo izquierdo; o la quemadura redonda en la parte interna del brazo, como de cigarrillo.

Llegó a la conclusión, que eso no era casual. Felipe sabía causar daño que no dejara huella fácil. Y Olga, la verdadera Olga, lo había soportado en silencio.

Ahora lo entendía todo. Felipe no solo era un mentiroso. Era un depredador. Y el alma de Karina no había llegado allí por accidente, había sido arrastrada por un dolor compartido.

Mientras desayunaba con los niños, observó a Facundo desde el rabillo del ojo. El niño dibujaba en una hoja con crayones. Usaba colores vivos, pero en las figuras, algo no encajaba.

- "¿Eso qué es, mi amor?", preguntó Olga, inclinándose.

Facundo levantó la hoja. Era un dibujo de una mujer en el agua. Su cabello flotaba como algas negras, tenía los ojos abiertos y la boca estirada en un grito.

- "Es la señora triste", respondió. "Viene por las noches, cuando tú ya no estás despierta. Me mira mientras duermo. Me dijo que no diga nada", dijo el pequeño Facundo.

Olga sintió que la sangre se le helaba, no sabía si era miedo o confirmación de sus sospechas.

- "¿Qué, (un silencio) qué señora?", se atrevió a preguntar.

Facundo la miró muy serio.

- "La que está adentro de ti, pero antes estaba en el sótano", respondió Facundo.

Olga se quedó sin aliento. Facundo volvió a su dibujo como si nada. Emma tarareaba una canción infantil.

Los niños sabían. No del todo, no con palabras. Pero sentían esa presencia, esa esencia.

El timbre sonó, sacándola de su aturdimiento. Era Daniel.

Entró sin decir mucho, saludó a los niños, y luego la siguió a la cocina. Tenía una expresión extraña. Como si estuviera atrapado entre dos certezas que no quería enfrentar.

- "Encontré algo", dijo Daniel sin preámbulos. "La policía encontró algunas cosas con sangre, les pareció extraño que estuvieran enterradas en un parque, algunos niños las encontraron jugando; nada concluyente para armar el caso dijeron, pero siento que Felipe ha movido sus influencias en este lugar. Pedí ayuda a unos amigos, para que me dejaran revisar sus pertenencias", expresó Daniel con sensación de angustia.

Sacó una bolsa sellada. Dentro, un pequeño dije de plata en forma de luna.

- "Esto era suyo", dijo Daniel. "Karina lo llevaba siempre, ahora estoy seguro de que vino a este lugar y nunca volvió. Pero, está en este lugar, aunque luce diferente", agregó.

Olga sintió cómo el suelo se abría bajo sus pies.

- "¿Estás diciendo?", preguntó Olga, con incertidumbre absoluta y un sentimiento algo extraño que no logra descifrar.

- "Estoy diciendo que la mujer que murió no era Olga. Era Karina. Y tú…", expresó Daniel, sin dejar de mirarla.

Olga lo miró a los ojos.

- "Soy ella. Lo sé", expresó la supuesta Olga, sin más dudas.

Un silencio abismal los envolvió. No había histeria ni negación. Solo una aceptación compartida, dolorosa.

Daniel se acercó y, con manos temblorosas, le colocó el dije en el cuello.

- "Nunca dejé de buscarte", murmuró Daniel.

Olga sintió el peso del colgante como un ancla. Era real. No una idea, ni un delirio. Todo estaba empezando a unirse. Las piezas del rompecabezas encajaban.

Pero antes de que pudiera hablar, una voz grave los interrumpió desde el pasillo:

- "¿Qué hacen?", preguntó Felipe.

Estaba de pie, inmóvil. Había llegado antes de lo previsto. Observaba el dije con una mirada que no era de sorpresa, sino de reconocimiento.

Daniel dio un paso al frente.

- "Solo vine a ver a mis sobrinos. ¿Hay algún problema?", preguntó Daniel, con una ligera sonrisa, para disimular su enojo.

Felipe entrecerró los ojos, una sensación de que algo no estaba bien y podría complicarse, lo que había salvado ante la afortunada amnesia de su esposa.

- "Depende. ¿También viniste a ver a mi esposa?", inquirió Felipe.

Olga sintió que el aire en la habitación se espesaba. Apretó el dije con fuerza.

- "Soy muchas cosas, Felipe", dijo Daniel con voz firme. "Pero, no busco otras esposas, solo busco a MI esposa", agregó.

Por un segundo, el rostro de Felipe se endureció, y luego, sonrió.

- "Entiendo, todo lo que pasó debe tenerte deprimido. Deberías pasar una temporada con nosotros. Ahora debo ir al médico, hablamos después", dijo Felipe, no permitiría que algo este fuera de control, sabía que su hermano estaba haciendo averiguaciones, tal vez lo mejor era tenerlo muy cerca.

Olga y Daniel se miraron. La batalla apenas comenzaba. Y la verdad estaba a punto de emerger con toda su furia.