Dalia comenza a trabajar como ama de llaves para un pariente /no pariente lejano de su padre, quien era un pintor famoso de pintura erótica; para ayudarse en sus gastos personales mientras termina la universidad. Pero termina en las manos seductoras y perversas de este pintor, confundiendo sus prioridades en la vida.
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Capítulo 16
Dalia abrió los ojos ante el estridente ruido de su alarma. Con una fatiga que nunca había sentido en su vida, se sentó en la cama; en trance apagó el teléfono mientras el embotamiento en su cabeza le impedía pensar con claridad. Miró el reloj de la mesita de noche. A penas las cinco, era la hora para alistarse y marcharse a tomar el metro o no llegaría a tiempo a las ocho de la mañana.
Pero su cuerpo no se movía, el cansancio la obligaba a permanecer sentada, y la somnolencia, no la dejaba pensar con claridad, aun así, logró levantarse y vestirse de manera mecánica, salió de su habitación para recibir el silencio del pasillo, roto solo por los ronquidos de los gemelos que podían escucharse amortiguados por su habitación cerrada.
Pasó a la cocina, pero esa pesadez no le dejó tomar nada del refrigerador y tampoco tenía apetito, llevaba días sin querer comer. Solo tomó un yogurt bebible y se marchó de la casa. Mientras se apretaba entre la gente en el vagón del metro, el recuerdo de ese día se hacía eco, arrastrándola de nuevo a vivir la sensación de pérdida y rechazo. Se culpaba a sí misma por no mantener más ese secreto, de exteriorizar sus sentimientos.
El traqueteo junto con el murmullo de la gente en ese lugar concurrido, adormecían sus sentidos, quedando atrapada en esa sensación de vacío en su pecho, junto con las palabras de rechazo de Kei.
-¿Qué dijiste?
Habían llegado al departamento ya tarde, y aunque Kei parecía perdido en sus pensamientos, no olvidó besarla, acariciarla. Sin embargo, esta vez había algo diferente en la forma en que la besaba. El roce de los labios de él con los de ella era lento, cargados de intenso deseo pero comedido por algo más, como si saboreara la sensación.
Sus caricias en su espalda eran un mimo delicado, la urgencia de antes se había transformado en atención delicada, y eso solo hacía que la anticipación subiera por su espina dorsal, y que su corazón se hinchara, acelerándose, no por la pasión que desbordarían después, sino por la ternura que crecía en su pecho, por el afecto que crecía más y más por él. La forma en cómo la trataba muchas veces solo le hacían querer más, ansiar que él también tuviera los mismos sentimientos que ella, y sin poderlo evitar, cuando rompieron el beso, finalmente se le escapó:
-Te amo…
-¿Qué dijiste?
Dalia al fin despertó del momento tierno y se quedó petrificada, sintiendo el alma escaparse. Pero ya no podía seguir guardando lo que sentía por él. Lo amaba y esa era la verdad.
-Te amo – repitió, viéndole a los ojos, demostrándole que hablaba en serio – Te amo Kei, te llevo en mi corazón desde que empezamos a salir, no lo pude evitar…
Pero él parecía horrorizado, consternado y la soltó, dándose vuelta, cortando sus palabras, haciéndola sentir que el piso se abría en un enorme agujero a sus pies. Se aguantó las ganas de llorar que afloraban en sus ojos, y trató de abrazar a Kei con la intención de acercarse, de no adivinar cosas, de cerciorarse de su rechazo evidente. Y fiel a sus miedos, él se apartó de nuevo.
Lo vio pasearse por la habitación con inquietud, esperando alguna palabra suya, pero el dolor amenazaba con destruirla, de doblegar su dignidad. Algunas lágrimas cayeron, pero rápidamente se las secó e intentó tragar el enorme nudo formado en su garganta, tratando de encontrar su voz firme para hablar.
-Quiero – su voz tembló, empezando sentirse vulnerable. Tragó saliva – Quiero saber qué piensas…
-¿Qué pienso? – al fin se detuvo y la miró. Parecía incrédulo y asustado – Esto… esto no debió pasar…
Dalia cerró los ojos, sintiendo su dolor resbalarse por sus mejillas. Sonrió con autocrítica. Qué es lo que esperaba. Todo este tiempo intentó vacunarse en su mente sobre el rechazo de Kei, diciéndose a sí misma una y otra vez, que lo que tenían no tenía nombre, pero en el fondo, realmente esperaba que estuviera equivocada. Tristemente, la voz de la razón había ganado.
-Entiendo – respondió con el sollozo contenido – Yo… yo me voy…
-¿Por qué te vas? – se acercó y la sujetó del brazo, aun parecía consternado por todo, perdido.
Dalia sujetó su mano, y en un último intento de aferrarse a la esperanza, le preguntó:
-¿Me amas?
Kei abrió la boca.
-No… no lo sé – suspiró.
-Entonces… – Dalia sintió la expectación renovarse, para verse apagada rápidamente por las palabras de Kei:
-Debemos terminar esto.
Dalia exhaló como si le hubieran propinado un puñetazo en el estómago. Quiso aferrarse a él e implorar, pero se detuvo. No hay nada más molesto, que la insistencia de alguien que no te agrada. Tal vez él sentía atracción a ella, pero no significaba que la quisiera, que pudiera amarla. Asintió como respuesta a sus palabras.
Logró zafarse de Kei fácilmente, ya que él seguía perdido en sus pensamientos o solo era un acto para ya no continuar con la discusión, no lo sabía, pero Dalia se apresuró a la salida. Las lágrimas caían sin dificultad, pero Dalia se obligó a contenerlas.
Hasta que llegó a casa, y gracias a que ya era tarde, se dio el lujo al fin de llorar en su habitación, amortiguando sus sollozos sobre la almohada.
La voz del metro la sacó de su trance y salió del vagón entre empujones. Y a paso lento, siguió su camino hacia las escaleras, para salir del subterráneo. Al salir, vio los anuncios coloridos por todos lados, la gente caminando de un lado a otro, ocupada, y ella en medio, en donde parecía que el tiempo se había detenido para sí misma. Entonces vio una noticia que la hizo sentir miserable. Era sobre esa noche, ya había pasado una semana, pero parecía que era tendencia todavía. Pero lo que la dejaba triste eran las suposiciones sobre ella cuando fue fotografiada siendo la compañera de Kei ese día. Las noticias de espectáculos, adivinaban si era solo una amante más en el repertorio de él, o algo más ante las pinturas que llevaban su cara.
Verlo en la pantalla enorme le hacía recordar que todo lo que vivió con él, fue un sueño y nada más. Se limpió las lágrimas que habían caído ante su miseria y emprendió su camino, solo para toparse con una mujer que estaba muy embarazada.
-Lo siento – se disculpó apenada al notar el estado de la mujer – ¿Está bien? ¿No la herí?
-No, no – la chica sacudió la cabeza – Estoy bien, no fue fuerte el golpe y no tocó mi vientre.
-¿De verdad?
-De verdad, estoy bien. Gracias por su preocupación.
La vio marcharse en dirección del metro. Le preocupó un momento al verla totalmente sola ir a un lugar muy concurrido, pero pronto una alarma en su teléfono la sacó de sus pensamientos. Si no se deba prisa, llegaría tarde.