Serena estaba temblando en el altar, avergonzada y agobiada por las miradas y los susurros ¿que era aquella situación en la que la novia llegaba antes que él novio? Acaso se había arrepentido, no lo más probable era que estuviera borracho encamado con alguna de sus amantes, pensó Serena, porque sabía bien sobre la vida que llevaba su prometido. Pero entonces las puertas de la iglesia se abrieron con gran alboroto, los ojos de Serena dorados como rayos de luz cálida, se abrieron y temblaron al ver aquella escena. Quién entraba, no era su promedio, era su cuñado, alguien que no veía hacía muchos años, pero con tan solo verlo, Serena sabía que algo no estaba bien. Él, con una presencia arrolladora y dominante se paro frente a ella, empapado en sangre, extendió su mano y sonrió de manera casi retorcida. Que inicie la ceremonia. Anuncio, dejando a todos los presentes perplejos especialmente a Serena.
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Capitulo 15
Serena regresó segura al anexo. Habían pasado un par de semanas desde que comenzara con aquella rutina de doble vida, y hasta entonces había logrado mantenerla sin contratiempos. Había preparado varias excusas por si alguien llegaba a descubrir su ausencia, pero, afortunadamente, no había tenido necesidad de usarlas.
Durante esos días, Shakan se había convertido en una compañía constante. Cada tarde, al terminar sus labores en la posada, él la acompañaba hasta la calle principal. Aunque aún se conocían poco, entre ambos habían surgido preguntas inevitables, las más naturales: dónde vivían y cómo eran sus familias.
Serena respondió con evasivas; dijo que vivía más allá del pueblo, pero enmudeció cuando la conversación giró hacia su familia. No pudo inventar nada. Shakan, sin embargo, no insistió.
—Está bien —dijo con naturalidad—. Si no quieres hablar de eso, no lo hagas.
El alivio de Serena fue inmediato. Agradeció en silencio aquella comprensión inesperada. La calma y la falta de presión que transmitía Shakan le daban una sensación de seguridad que pocas veces había sentido.
Él, en cambio, respondió sin reservas.
—Mi familia y mi hogar son las calles —dijo encogiéndose de hombros, como quien afirma algo inevitable.
Las palabras le dolieron a Serena. No supo qué decir, solo deseó que algún día esa realidad cambiara para él, si así lo quería.
Aquella tarde, mientras caminaban juntos al caer la noche, se desviaron de su ruta habitual sin darse cuenta. Los pasos los llevaron cerca de los callejones más oscuros y perversos del pueblo. Desde allí llegaban carcajadas roncas, gritos y conversaciones turbias de hombres que se movían en ambientes poco legales. Serena sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
Shakan señaló con un gesto uno de los callejones.
—Nunca te acerques sola a estos lugares —advirtió con voz grave.
Serena asintió algo nerviosa, mientras se aferraba a sus propias manos.
Al avanzar un poco más, se toparon con un alboroto frente a una casa de apuestas. Dos hombres discutían acaloradamente, rodeados por un pequeño grupo de curiosos. Uno de ellos, con la voz pastosa por el alcohol, gritaba mientras agitaba el puño:
—¡Debes pagarme! ¡Te lo dije, lo advertí! ¡Esa guerra se perdería! ¡Dame mi dinero y me iré antes de que este lugar sea arrasado!
El otro, con el rostro enrojecido, lo empujó con furia.
—¿De qué hablas? ¡La guerra apenas comienza! Un tropiezo no es la caída de un reino. Estoy seguro de que el príncipe sabrá guiar al ejército.
Serena frunció el ceño, desconcertada.
—¿De qué hablan? ¿Guerra? —pensó en silencio. Hasta ese momento no tenía la menor idea de lo que estaba ocurriendo más allá de las murallas del Condado.
Tratando de disimular su sorpresa, soltó con un tono trivial.
—¿No estarán borrachos? Seguro dicen tonterías.
Shakan, sin apartar la vista de la escena, respondió con seriedad.
— Sí están borrachos pero no son tonterías. Las noticias dicen que un batallón del ejército de conquista cayó hace unos días. La gente está nerviosa.
Las palabras hicieron que Serena se detuviera en seco. Lo miró con una expresión extraña, incapaz de ocultar su desconcierto.
—¿Guerra…? —murmuró, con los labios entreabiertos—. ¿El reino está en guerra ahora mismo?
—Así es —afirmó Shakan. Y luego, con su tono burlón habitual, ladeó una sonrisa—. Serena, ¿acaso has estado viviendo debajo de una piedra para no enterarte de la campaña de conquista?
El corazón de Serena dio un vuelco. Se crispó, consciente de que su ingenua pregunta había dejado al descubierto la inconsistencia de su historia inventada. Bajó la mirada, tratando de recomponerse.
—Oh… no, no. Simplemente… lo había olvidado —musitó con torpeza, avergonzada.
Shakan la miró fijamente con sus intensos ojos verdes. Permaneció en silencio unos segundos, como si buscara en ella algo más de lo que estaba diciendo. Finalmente, desvió la vista y soltó con voz firme:
—Sigamos. Cada instante que pasamos aquí este lugar se vuelve más peligroso.
Serena asintió en silencio y ambos apresuraron el paso, alejándose de los ecos turbios de los callejones.
A miles de kilómetros de ahí,
Khazan lanzó con furia todo lo que estaba sobre la mesa de estrategia instalada en su carpa, más allá de los límites de Nurdian. Los mapas cayeron al suelo, las piezas de madera que representaban a sus escuadrones rodaron en desorden, y la pluma con la que había marcado rutas de avance se quebró contra el suelo de tierra.
El príncipe apretaba la mandíbula con tanta fuerza que se mordía los labios hasta hacerlos sangrar. La frustración lo consumía. Había fallado. Su plan, minuciosamente calculado, se había convertido en un desastre. Por su error, cientos de hombres habían caído en combate: algunos habían perdido la vida, otros estaban heridos de forma irreparable, y muchos habían quedado incapacitados, sin esperanza de volver a empuñar una espada.
La amargura le ardía en la garganta. Había subestimado a aquel pueblo rebelde, los Valdyr, un simple asentamiento sin título de reino, pero con una organización militar que nada tenía que envidiar a los ejércitos de cualquier corona. ¿Esos salvajes, como...como pudieron estar tan organizados?— se reprochaba en silencio. Si no lograba vencerlos, su conquista quedaría estancada en ese punto muerto.
Mientras meditaba en su rabia, un caballero se detuvo frente a la entrada de la carpa, golpeando suavemente la armadura en señal de respeto.
—Mi príncipe… hay algo que debo informarle.
Khazan giró bruscamente, todavía con la respiración agitada.
—Habla. —su voz fue seca, cortante.
—Ha llegado un nuevo escuadrón. Han estado entrenando más de un año bajo supervisión directa de sus instructores. Esperan su inspección.
El príncipe respiró hondo. Intentó calmar el temblor de su mano derecha, que aún quería arrasar con todo lo que se encontrara a su paso. Finalmente, asintió.
—Muy bien. Que se formen.
Khazan salió de la carpa, la brisa fría de la llanura golpeó su rostro ardiente de ira. Los caballos resoplaban cerca, y el estandarte de su linaje ondeaba sobre las picas clavadas en la tierra. El nuevo escuadrón estaba ya formado, en filas rectas, con sus lanzas firmes y el acero reluciendo bajo el sol.
El príncipe recorrió con la mirada al grupo, no parecía muy alentador lo que veía en es en ese nuevo escuadrón. Todo parecía rutinario, hasta que sus ojos se detuvieron en una figura distinta.
Un joven.
Resaltaba entre los demás, no solo por su porte erguido y seguro, sino por la piel oscura que contrastaba con la de sus compañeros. No necesitaba hablar para atraer las miradas, su mera presencia imponía.
Khazan lo observó con detenimiento, hasta que el muchacho alzó el rostro y lo miró directamente. La sangre del príncipe se heló.
Aquellos ojos… un violeta oscuro, profundo, insondable. No reflejaban emoción alguna, como un lago sin viento, imposible de descifrar. No había temor, ni fervor, ni siquiera respeto. Era una mirada fría, perturbadora, que parecía desnudarlo y al mismo tiempo no otorgar valor a nada.
El príncipe desvió la vista por un instante, sintiendo un escalofrío recorrerle la espalda.
—¿Qué clase de criatura es este muchacho?—pensó.