Pesadilla De Amor

Patrick ajustó el retrovisor del auto alquilado por quinta vez en menos de una hora. No porque estuviera mal, sino por la ansiedad que lo carcomía por dentro. Sus nudillos golpeaban suavemente el volante, una y otra vez, marcando un ritmo enfermizo que solo él escuchaba. El auto estaba estacionado entre los arbustos de un sendero rural que subía por una pequeña colina. Desde allí, tenía una vista parcial de la plaza principal del pueblo. Lo justo y necesario.

Llevaba semanas merodeando, mezclándose entre los rostros anónimos del lugar, observando sin ser visto. Había aprendido sus horarios, sus rutinas. Sabía a qué hora Luna salía a caminar, cuándo iba al mercado, cómo su cabello se soltaba cada vez que reía. La veía desde lejos, oculta entre ramas, sombras y barro. El sol brillaba distinto cuando ella sonreía. Pero esa luz no era para él. No ahora. Y eso le quemaba el pecho.

—Ahí estás, Luna... —murmuró, entre dientes, al verla salir de la tienda de comestibles, con una bolsa en cada mano y el paso ligero, como si la vida ya no pesara sobre sus hombros—.Ay Lunita !! Qué rápido olvidás, ¿eh? Qué rápido te olvidás de todo lo que vivimos…

La rabia le trepó por la garganta como bilis. ¿Era eso lo que le había dado? ¿Libertad? ¿Felicidad? ¿Un nuevo comienzo? Todo lo que ella había construido ahora era una ofensa personal. Un insulto a cada promesa que ella misma le había hecho.Simplemente ella no podía.

Se inclinó un poco más para observar mejor. Tomás apareció segundos después. Le tocó suavemente el hombro, como si tuviera algún derecho sobre ella. Luna se giró con una sonrisa que Patrick no recordaba haber visto desde hacía años. Una risa limpia, sin miedo. Esa mirada que una vez le había pertenecido, ahora estaba dirigida a otro.

—¿Quién te creés que sos? —susurró Patrick, con el labio inferior temblándole de furia y golpeando ferozmente el volante —. ¿Pensás que podés borrarme? ¿Reescribir la historia como si yo no existiera?

Tomás la ayudó con las bolsas. El gesto fue natural, sin esfuerzo. Caminaban juntos como si compartieran años de intimidad, como si él entendiera sus silencios, como si pudiera protegerla mejor de lo que Patrick lo había hecho jamás.

El aire en el auto se volvió denso, irrespirable. Patrick abrió la ventanilla y encendió un cigarrillo con manos temblorosas. Tragó el humo como quien intenta llenar un vacío que no deja de crecer.

En su mente, todo tenía sentido. Luna había perdido el rumbo. Se había dejado envenenar por las voces de afuera, por los débiles que no entendían lo que era el amor de verdad. Ese amor que te consume, que te exige, que duele a veces, sí, pero que es puro, total. Él la había amado como nadie. La había moldeado con sus manos, con su cuerpo, con su voz. ¿Y ahora? ¿Ahora ella se atrevía a renacer sin su permiso?

Dobló el papel arrugado que llevaba en el bolsillo. Una foto vieja de los dos. Luna con los ojos brillando, abrazándolo por detrás, sonriendo con una inocencia que ahora le parecía lejana. Patrick se quedó mirándola largo rato. Un nudo se formó en su garganta, mezcla de nostalgia, orgullo... y rabia.

—Todo lo que sos ahora, lo hiciste porque yo te formé, Luna —dijo en voz alta—. Yo te enseñé a sobrevivir. Yo te di un propósito. Y ahora estás con ese estúpido que no sabe lo que valés…

Dejó el cigarrillo medio consumido en el cenicero del auto. Salió con paso lento, decidido. Caminó hasta el borde del bosque, donde sabía que Tomás solía pasar en su camioneta. Aún no era momento de actuar, pero sí de dejar pequeñas señales. Marcas invisibles que solo ella sabría reconocer. Una bufanda vieja, una pulsera que ella había perdido hacía meses y que él había guardado. La dejó en la baranda de madera del puente, donde sabía que ella caminaba por las mañanas. Solo para ver si reaccionaba. Solo para recordarle que él seguía ahí.

Esa noche, mientras la luna se alzaba sobre los tejados, Patrick volvió a su escondite. Una vieja cabaña abandonada en el límite del bosque, desde donde podía ver casi todo sin ser visto. Se sentó en el suelo, apoyado contra la pared y sacó su celular prepago.Comenzó a escribir:

“Luna,

¿Te acordás de cómo empezó todo?

Yo sí. Vos con esa risa que iluminaba hasta mis días más oscuros. Vos, que me prometiste que íbamos a estar juntos para siempre.

¿Dónde quedó ese para siempre? ¿En qué rincón lo escondiste?

Estoy acá. Esperando. Viéndote reír con otro, como si yo no importara.

Pero importo, Luna. Vos y yo somos parte de algo más grande. Algo que nadie puede romper. Vas a volver donde perteneces…”

Mando el mensaje. Estaba listo. Empezaría a acercarse. No de golpe. No todavía. Pero se aseguraría de que Luna supiera que él estaba cerca respirando en la nuca . Que su pasado no podía ser enterrado tan fácilmente.

Al día siguiente, la vio otra vez. Esta vez en el mercado, hablando con la florista. Tomás apareció minutos después, le puso un brazo en la espalda con confianza, y ella se inclinó para susurrarle algo al oído.

Patrick apretó los dientes. Sus uñas se clavaron en la palma de la mano. Cada gesto, cada sonrisa, cada risa compartida entre ellos, lo consumía por dentro.

—Eso no es amor —murmuró, entre dientes—. Eso es una mentira que se creen mientras están seguros. Vamos a ver si sonríen cuando la verdad golpee la puerta.

La verdad. Él. Patrick.

Ella lo había elegido una vez. Volvería a hacerlo. Solo necesitaba recordarle quién era en realidad.

Y pronto, muy pronto, lo haría.