En esta vida parece que el mundo te protege, pero... eres la única que no sabe lo que pasó en la vida anterior, podrás perdonar o será muy tarde para hacerlo.
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Cap. 16 Tú…, lagarto lascivo
Elian tomó su rostro entre las manos, ignorando el calor que quemaba sus palmas.
—Yo era un niño también. Intenté detenerlo. —Su voz se quebró—. Por eso mi padre me encerró. Y cuando escapé... ya era demasiado tarde —Dely lo miró, y por primera vez, vio al niño asustado tras el Rey Dragón.
—Samia, tu madre, nos maldijo con sus últimas palabras: "Vivirán lo suficiente para verla arder". —Sus dedos temblaron—. Por eso te busqué. Por eso no puedo dejarte sola —susurró casi como un lamento de dos vidas.
Dely se agitó ante la revelación, quería reclamar, protestar, saber cuándo a que se refería con eso de arder, sin embargo, Elián la abrazó.
—Escúchame, te contaré todo con detalle, después, pero por ahora necesito que estés a salvo, ¿de acuerdo? —dijo bajando la cabeza y dándole un suave peso en los labios. El beso de Elian no fue una pregunta, sino una declaración de guerra contra el destino. Dely intentó resistirse, pero sus manos, en lugar de empujarlo, se aferraron a su túnica como si fuera el último borde de un precipicio.
—Elian…, no debemos —susurró ella cuando el beso terminó dejándola jadeante y nublada de sensaciones que solo el Rey Dragón la hace sentir.
—No puedes huir de esto —murmuró él contra sus labios, saboreando el miedo y la curiosidad que ardían en ella.
—No puedes escapar de mí —dijo con voz cargada de lujuria y una pasión que había contenido desde que la vio.
Elian la llevó a la cama sin prisa, deslizando sus manos por su espalda desnuda, dejando marcas rojas que no dolían, sino que hacían arder.
Los besos de Elian recorría su piel como promesas de devoción absoluta, mientras su piel sentía la pasión de la piel ajena, todo parecía ser perfecto, como si estuvieran hechos para amarse, para sentir el máximo placer juntos.
Besó cada rincón de su cuerpo, en ello una promesa de devoción inquebrantable. Mordía suavemente sus hombros y cuello. La preciosa Fénix jadeaba entre besos, más aún con esas manos que recorrían su cuerpo sin detenerse, tocando cada rincón sensible como si conociera de antemano sus sensaciones.
Un gemido salió de sus labios animando a su amante a seguir. Elian besó sus senos sin dejar un rincón, ella respondió con más pasión de la que esperaba.
—Elian…, mi Dragón, no juegues conmigo, no me tomes si no me vas a amar solo a mí —ella susurraba entre jadeos desbordados.
El Rey Dragón entró en su amada con suavidad, sin ser brusco, extasiado por sentir el calor de su suave cuerpo. La había añorado tanto que sentía que eran siglos y ahora, ella voluntariamente se estaba entregando a él, sin mentiras, si miedos, sin dolor.
Dely, entre jadeos y gemidos, descubrió que su fuego no le hacía daño a él. Al contrario: las llamas que brotaban de sus venas se enroscaban en sus brazos como serpientes doradas.
—Los míos solo amamos una vez —confesó Elian, enterrando el rostro en su cuello—. Y tú eras mía antes de que nacieras —gruñó con posesividad, solo para ella, todo lo que tenía era solo para Dely.
Dely quiso protestar, pero un mordisco en el hombro la hizo arquearse contra él, sus pequeñas manos se posaron en el amplio pecho de ese Dragón formidable que estaba loco por ella, que la poseía con fuerza y entonces lo sintió: una cicatriz en el pecho de Elian, en forma de huella de mano pequeña y femenina.
Cuando finalmente se unieron, las velas estallaron en llamas azules y el lecho bajo ellos floreció y se carbonizó al instante.
Fuera, una tormenta se desató, como si los dioses antiguos rugieran su aprobación. El Rey Dragón aún no podía manejar el clima, pero este respondía a sus emociones.
Al amanecer, con los cuerpos aún entrelazados, Elian trazó círculos en el vientre de Dely.
—Cuando esto termine —susurró—, te llevaré a las Islas del Amanecer. Donde los Dragónes y Fénix nacieron del mismo volcán.
Ella no respondió. Sabía que "cuando esto termine" podía significar "si sobrevivimos".
—Cuando esto termine, deberás ser responsable de mí, no creas que porque eres un rey Dragón degenerado, me vas a tomar y después dejar, si no te aplastaré como a un lagarto mentiroso —dijo ella dándole golpecitos en el pecho, aún furiosa con ella misma por estar loca por el enemigo jurado de su vida.
—Elian la abrazó aún más mientras sonreía, claro que eso va a pasar. Solo espera que todo salga como había pasado en su vida pasada.
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El salón de los contratos olía a cera derretida y tinta de hueso. Serafín Valerian, con su túnica de lino blanco manchada de ceniza ritual, presidía la mesa donde los líderes de los clanes menores firmaban el Pacto de Hierro.
—Cada firma se sellará con sangre —anunció, pasando un puñal ceremonial—. El que traicione, morirá por su propia mano.
Uno a uno, los representantes cortaron sus palmas y estamparon su marca en el pergamino. Incluso los Lobos Lunares, conocidos por su desconfianza, juraron lealtad.
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Mientras tanto, en las costas negras de las Islas de Hierro, Jonier observaba a Shania mientras esta interrogaba a un espía del Juez. El hombre estaba ensangrentado, casi muerto, mientras era torturara do de mil formas.
—¿Cuántos barcos? —preguntó ella, clavando su daga en la mesa entre los dedos del hombre.
—D-Doce... —tartamudeó el espía.
Shania sonrió y le arrancó la lengua de un tirón. Una mueca de desprecio se puso en sus lindos labios mientras mira al hombre.
—Miente. Nuestros vigías cuentan veinte. —Se limpió las manos en el hombro de Jonier—. Prepárate, Fénix. La marea trae muerte.
Jonier, impasible, anotó todo en su libro de estrategias. Sabía que Shania disfrutaba del terror que inspiraba, pero también que era su mejor arma.
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El Entrenamiento Secreto de Dely. En los patios interiores del castillo, Elian y Dely practicaban bajo la lluvia. Elian como un general experimentado, entrena a su pichoncita con mano dura, sin piedad, esto es primordial para su supervivencia.
—Concéntrate —ordenó él, esquivando una ráfaga de fuego dorado—. El Juez no te dará segundas oportunidades.
Dely, con el cabello pegado al rostro por el agua, gruñó:
—¡No necesito que me lo recuerdes! —estaba furiosa, lleva entrenando horas durante días, y aún parecía una novata, lejos a lo legendaria que había sido su madre.
Pero entonces algo cambió. Sus llamas se volvieron rojas como el mismo infierno, evaporando la lluvia antes de tocarla. Elian contuvo el aliento. Ese era el fuego sagrado de los Fénix ancestrales. Fuego que solo las reinas más antiguas del clan Fénix podrían tener.