Madelein una madre soltera que está pasando por la separación y mucho dolor
Alan D’Agostino carga en su sangre una maldición: ser el único híbrido nacido de una antigua familia de vampiros. Una profecía lo marcó desde el nacimiento —cuando encontrara a su tuacantante, su alma predestinada, se convertiría en un vampiro completo. Y ya la encontró… pero ella lo rechazó. Lo llamó monstruo. Y entonces, el reloj comenzó a correr.
Herido, debilitado y casi al borde de la muerte, Alan llega por azar —o destino— a la casa de Madeleine, una mujer con cicatrices invisibles, y su hija Valentina, demasiado perceptiva para su edad. Lo que parecía un encuentro accidental se transforma en una conexión profunda y peligrosa. En medio del dolor y la ternura, Alan comienza a experimentar algo que jamás imaginó: el deseo de quedarse, aún sabiendo que su mundo no le permite amar como humano.
Cada latido lo arrastra hacia una verdad que no quiere aceptar…
¿Y si su destino son ellas?
¿Madelein podrá dejar
NovelToon tiene autorización de Romina Lourdes Escobar Villamar para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capítulo 16
Cuando llegaron, Alan estaba en la cama, pálido y débil.
—Alan, ¿qué pasó? ¿Por qué estás así? Háblame, sé que me escuchas —dijo la niña con preocupación.
—Nada, niña, solo… intenté irme, pero no pude —respondió Alan con voz débil.
—Pero dijiste que no te irías, romperás tu promesa.
—No, no lo haré. Ahora déjame en paz.
—Te voy a castigar —la niña bromeó intentando animarlo.
De pronto, un grito:
—¡Mamá, Alan está sangrando!
Pasos apresurados llenaron la casa.
—¿Qué pasó? ¿Qué le hiciste? —preguntó Madeleine entrando apresurada.
—Nada, mami, te lo juro. Llegué y lo encontré así —respondió la niña nerviosa.
—Ve al baño rápido, tráeme las vendas. Los medicamentos están en las fundas que traje. Ve, corre, mi niña.
—Oh, Dios, Alan, ¿qué trataste de hacer? —exclamó Madeleine mientras limpiaba y curaba las heridas.
—Toma, mami, ya vengo —dijo la niña antes de salir.
—Bien, comencemos con esta —dijo Madeleine mientras aplicaba el tratamiento.
—Eres una buena niña, ve a hacer tu tarea. Cuando termine, vienes a verlo otra vez, ¿sí?
—Está bien, no te demores, quiero contarte mi día.
—Está bien —respondió la niña.
minutos después Valentina entro en la habitación y saco sus cuadernos ...
-dijisyes que no te irías murmuró
—Lo sé, lo prometí —dijo Alan—, pero tú me ataste con que querías que fuera tu papá.
—No, te equivocas —respondió Valentina—. Dije “si quieres”. Si tu corazón no lo desea, eso no te ata. Por eso, cuando haces un pacto, tienes que elegir las palabras adecuadas. ¿Acaso no lo sabes?
—Está bien, niña lista —dijo Alan—. ¿Qué estás haciendo?
—Haré una copia, tengo que mejorar mi letra.
—Mmm, está bien. ¿Y me contarás tu día? —añadió con una sonrisa.te e escuchado todos estos días no podía despertar Pero hoy lo logré .
—Hoy me peleé con alguien. Dijeron cosas de mamá que no me gustaron. Seguro que cuando se entere me va a regañar o pegar, jum.
—Ooo, ya veo —respondió Alan.
Valentina lo miró fija y, con cierta seriedad, preguntó:
—Dime algo, Alan. ¿Quién vino hoy? ¿Acaso una mujer estuvo en mi casa mirando fijamente?
—Por supuesto que no —negó Alan—. ¿Cómo podría venir alguien aquí?
—Veamos... Si me dices la verdad no haré nada, ni le diré a mamá.
—Ya te dije que no vino nadie.
—Jum, con qué esas tenemos. Puedo ser una niña, pero en algunas cosas soy muy madura, y no me vas a engañar así, y menos si tengo que proteger a mi mamá. Ahora mismo estás mintiendo.
—Haz tu copia y no me preguntes cosas —respondió Alan, molesto.
—Te lo advertí, Lucien —dijo Valentina mirando al escolta.
—Dígame, niña —respondió Lucien con calma.
—¿Quién vino hoy?
—¿Pero cómo has hecho eso? Él solo me obedece a mí —dijo Alan, sorprendido.
—Y ahora a mí, así que no me hagas preguntárselo a él.
De repente, Lucien gimió:
—Amo... por favor, ayúdeme, no me gusta esta sensación.
—Maldita mocosa —gruñó la madre de Alan —, ¿cómo te atreves a hablarle así a mi hijo, un príncipe? No tendré piedad de ti.
—¡Ahh, Lucien, ayúdame! —gritó Valentina
—Lo siento, majestad —respondió Lucien con firmeza—. Por favor, no toque a la niña o me veré en la obligación de no velar por la seguridad de mi amo. No puedo permitirlo.