Cuando Seraphine se muda buscando paz, jamás imagina que su nuevo vecino es Gabriel Méndez, el arquitecto que le rompió el corazón hace tres años… y que nunca le explicó por qué.
Ahora él vive con un niño de seis años que lo llama “papá”.
Un niño dulce, risueño… e imposible de ignorar.
A veces, el amor necesita romperse para volver a construirse más fuerte.
NovelToon tiene autorización de Yazz García para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
El niño fantasma
...CAPÍTULO 2...
......................
...SERAPHINE DÍAZ ...
Si hay algo que siempre he sabido de mí, es que soy valiente.
O eso creía hasta que me mudé aquí.
Porque aparentemente, este edificio de Pinterest minimalista no solo viene con buenas reseñas y un pasillo lleno de tinta seca que yo provoqué… sino también con un niño fantasma.
Sí.
Lo dije.
U N N I Ñ O F A N T A S M A.
La primera vez que lo escuché, estaba tratando de sacar las manchas de tinta del piso con todo mi arsenal profesional: jabón, cloro, lágrimas y arrepentimiento.
Me agaché, empecé a fregar y…
toc toc toc
Tres golpecitos suaves detrás de mí.
Me paralicé como si alguien hubiera apretado el botón de pausa en mi vida.
—¿…Hola? —susurré.
Silencio.
Luego un sonido como de pisaditas pequeñas corriendo por el pasillo.
Pisaditas rápidas.
Pisaditas de niño.
Mi corazón se salió de mi cuerpo y fue directo a buscar otro dueño.
—Padre nuestro que estás en el cielo… —recité con voz temblorosa— santificado sea tu noooooooombre, venga a nosotros tu rei…— ¿Cuál era la parte después? —… no me acuerdo… ¡pero protégenos a todos! ¡Amén!
Miré a mi alrededor y no había nada. Solo estaba el pasillo silencioso, limpio, normal… y yo, temblando como gelatina.
......................
Yo intenté ignorar la situación. Lo juro.
Me repetí mil veces que era la tubería, el viento, la imaginación, la culpa por casi matar a Gabriel…
Pero NO.
Porque la segunda aparición fantasmagórica ocurrió camino al buzón.
Salgo de mi apartamento fingiendo valentía, sosteniendo las llaves como si fueran un arma ninja.
Camino por el pasillo.
Todo está normal.
Hasta que escucho:
—shhhh… shhhh…
Como si un niño arrastrara algo por el piso.
Me paralizo.
—No, no, no, no, no —susurro mientras retrocedo lentamente—. Yo pago arriendo, merezco paz, tranquilidad, cero fantasmas…
Y ahí aparece él.
Gabriel.
Con ropa casual, café en mano, barba arreglada, cabello despeinado de forma dolorosamente atractiva. Huele a perfume caro y a adulto funcional.
Salimos al pasillo al mismo tiempo.
Nos miramos mal.
Yo frunzo el ceño.
Él frunce el ceño.
Yo entrecierro los ojos.
Él también.
Yo hago un gesto extraño con la boca.
Él levanta una ceja como diciendo ¿qué demonios estás haciendo?
Hacemos un duelo de mímicas absurdo.
Parecemos dos loros enojados imitando expresiones humanas.
—No me mires así —le digo.
—No te estoy mirando “así” —responde él, dirigiéndose al ascensor.
—Sí lo estás. Es tu cara de “qué desastre eres”.
—Esa es mi cara normal.
—Peor me lo pones.
Él resopla, me ignora y se va hacia el estacionamiento.
Yo me quedo con el corazón latiendo fuerte… porque detrás de mí escucho otra vez:
toc toc toc
—¡NO! —grito y salgo corriendo al ascensor como si me persiguiera “La Monja”.
El de seguridad me miró raro.
Y con razón.
......................
Para la tercera aparición, yo ya estaba al borde de mudarme otra vez o bendecir todo el edificio. Estaba en mi cama, intentando dormir un rato, así fueran las seis y media de la tarde, cuando escuché otra vez pasitos pequeños, rápidos.
Justo afuera de mi puerta.
Mi alma salió de mi cuerpo y se sentó a mi lado para ver qué hacía.
Me tapé con la sábana porque todos sabemos que las sábanas son barreras anti-entidades paranormales.
—Dios mío… Dios mío… ¿por qué? —susurré, agarrando mi celular.
Solo pensé en una persona que podría comprender mi dolor:
Mi hermano.
William.
El más fastidioso, insoportable, bromista, pesado y perfecto hermano mayor del mundo.
Lo llamé.
—¿Qué quieres, Sera? —respondió con voz de adormilado.
—Ven a mi apartamento.
—¿Qué?
—VEN.
—¿Ahora?
—¡A-HO-RA! —dije con voz de exorcismo.
Llegó veinte minutos después, despeinado, en short y hoodie.
—¿Qué pasó? —preguntó entrando a mi apartamento como si fuera un detective en esas series de asesinato.
—Hay… hay… algo —dije, señalando la puerta—¿no lo viste cuando entraste?
—¿Algo tipo qué?
—Tipo niño fantasma.
Él me miró como si yo hubiera perdido el cerebro detrás del sofá.
—Seraphine…estás loca. ¿Para esa estupidez fue que me llamaste? Estaba tieniendo el mejor sexo de mi vida.
La verdad no quería saber eso…fue mucha información.
—¡LO ESCUCHÉ! ¡AHÍ AFUERA! ¡CORRETEABA! ¡TENÍA PISADITAS PEQUEÑAS!
—Sera, probablemente es un niño real.
—¿En un pasillo oscuro? ¿En silencio? ¿Respirando como duendecito? ¡No hay niños en este edificio!
William puso los ojos en blanco.
—Voy a revisar —dijo, abriendo la puerta.
—NO —le agarré la camisa—. No salgas… él está ahí…
—¿ÉL? ¿Ya le pusiste género?
—¡LO ESCUCHÉ!
William soltó mi mano.
—Voy a mirar. Qué tanto.
Salió.
Yo me asomé detrás de él y el pasillo estaba… vacío.
Silencio.
La luz parpadeó una vez. William se quedó quieto, yo también y luego…se escuchó un sonido justo detrás de nosotros.
William saltó tan alto que casi toca el techo.
—¡¿QUÉ FUE ESO?! —gritó.
—TE LO DIJE— TE LO DIJEEEE —corrí detrás de él hacia adentro.
Él corrió tan rápido que dejó una chancla afuera.
Cuando cerramos la puerta, William jadeaba como un perro.
—Ok… —respiró hondo—Me voy.
—¡¿Qué?! ¿Me vas a dejar aquí sola?
—Hermana, yo te quiero… pero no tanto. ¡Ese niño no es de Dios! —Agarró las llaves de su auto y salió despavorido por la puerta.
Yo me quedé más sola que nunca y con miedo.
Mucho miedo.
Esa misma noche, la cuarta aparición del niño fantasma me mandó directa al borde del colapso nervioso.
Estaba en el baño lavándome la cara cuando escuché como si se arrastrara algo.
Yo solo me congele del susto y cuando reaccione, salí corriendo de mi apartamento como una loca.
Las luces del pasillo parpadearon justo en ese momento. Yo pegué un grito. Los pelos del brazo se me erizaron.
Corrí.
Corrí como si estuviera en los Juegos del Hambre y solo pude pensar en una persona en el mundo que podía ayudarme:
Gabriel.
Sí, mi ex.
En esos momentos no estaba pensando en nada coherente…¿ok?
Prefería enfrentar sus cejas fruncidas antes que enfrentar un fantasma infantil vengativo.
Golpeé su puerta como si estuviera siendo perseguida.
—¡GABRIEL! ¡ÁBREME!
La puerta se abrió al instante.
Gabriel apareció con una camiseta negra, cabello mojado, expresión confundida. Yo entré de golpe, temblando, respirando como si acabara de correr un maratón.
—¿Qué pasó? —preguntó él.
—HA-HA-HAY ALGO EN MI PASILLO. ¡ALGO RARO! ¡UN ESPECTRO! —dije casi llorando.
Él frunció el ceño y antes de que pudiera contestar…Pasos diminutos se escucharon a la distancia. Yo me agarré del brazo de Gabriel y entonces…
un niño pequeño, con mochila y uniforme escolar, apareció corriendo por el pasillo, directo hacia nosotros.
—¡PAPÁ! —gritó con la voz más dulce del planeta.
Yo me congelé inmediatamente.
¿Papá?