“El heredero del Trono Lunar podrá gobernar únicamente si su alma está unida a una loba de sangre pura. No mordida. No humana. No contaminada.”
Así empezaron siglos de vigilancia y caza, de resguardo y secreto. Muchos olvidaron la razón de dicha ley. Otros solo recordaban que no debía ser quebrantada.
Sin embargo, la diosa Luna, que había decidido el destino de Licaón y de aquellos que lo siguieron, seguía presente. Miraba. Esperaba. Y en silencio, tejía una nueva historia.
Una princesa nacida en un lugar llamado Edmon, distante de las montañas donde dominaban los lobos. Su nombre era Elena. Hija de una mujer sin conocimiento de que provenía del linaje de la Luna. Nieta de una mujer que había amado a un hombre lobo y había mantenido su secreto muy bien guardado en su corazón. Elena se desarrolló entre piedras, rodeada de libros, espadas y anhelos que no eran aceptados en la corte. Era distinta. Nadie lo comprendía plenamente, ni siquiera ella misma.
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CAPÍTULO 14 – El juicio de los ancestros.
El castillo del Lobo Supremo se levantaba entre las montañas, asemejándose a una fortaleza que había resistido el paso del tiempo. Su construcción, hecha de piedra oscura, parecía desafiar las eras, y cada torre estaba adornada con banderas que mostraban el símbolo de Licaón: una media luna con un colmillo atravesado. Este no era simplemente un hogar; era un lugar sagrado cerrado a los humanos, donde los lobos más viejos, algunos con más de quinientos años, decidían el futuro de su raza.
Brisia no recibió permiso para ingresar. Kael, con el ceño fruncido, la dejó en el campamento exterior, bajo la vigilancia de dos de sus hombres más leales. No se quejó, pero sus ojos, usualmente tranquilos, reflejaban una inusual inquietud.
—Regresaré por ti tan pronto como pueda —le aseguró Elena antes de irse.
—Estaré bien, Princesa —respondió Brisia, haciendo una reverencia—. Confío en usted… y en él.
Las puertas del castillo se abrieron con un crujido que parecía transportar siglos de historia. Elena cruzó el umbral junto a Kael, sintiendo la pesada carga de numerosas miradas fijas en ella. Lobos en forma humana, altos, con cabellos plateados o negros como la noche, ojos dorados o rojos. La atmósfera era densa, y no había un atisbo de amabilidad. Solo había juicio.
Kael la condujo por un pasillo hacia el gran salón del consejo. Allí, sobre un trono de piedra oscura, estaba León de Occidens, el Lobo Supremo. Su simple presencia imponía respeto. Su cabello era blanco como la nieve, y se mantenía erguido, como si el tiempo no lo hubiera afectado. A su lado, Cándido, su beta y consejero, observaba la escena con mirada atenta.
—¿Qué es esto? —rugió León al verlos entrar—. ¿Te atreves a traer a una humana transformada al centro de nuestro legado?
Elena no se encogió ni retrocedió. Sostuvo la mirada, aunque su pecho latía con fuerza. Kael dio un paso adelante y sacó un pergamino sellado con cera roja.
—No es solo una humana, abuelo. Es la descendiente directa de la diosa Luna. Varun, el sabio supremo, lo ha verificado.
León frunció el ceño, tomando la carta con furia. Rompió el sello y, al leer su contenido, sus ojos se llenaron de incredulidad. Por un momento, el salón quedó silencioso. Nadie se atrevió a moverse.
—¡Esto… no puede ser! —murmuró León.
—¿Lo cuestiona, señor? —intervino Elena, temblando, pero decidida—. Lo vi con mis propios ojos. Vi a mi madre. Vi a la diosa.
Cándido se puso tenso, mirando a su líder. León cerró el pergamino lentamente y descendió de su trono. Cada paso que daba resonaba como una sentencia.
Se detuvo ante Elena. Sus ojos, oscuros y antiguos, la miraban fijamente. Todos contuvieron la respiración.
—Arrodíllate —dijo con firmeza.
Kael emitió un leve gruñido, pero Elena no titubeó. Se puso de rodillas, manteniendo la vista al frente. León extendió su mano y la puso sobre su cabeza. Sus dedos temblaron un poco.
—Les presento a la Luna Suprema —declaró en voz alta—. Hija de la sangre sagrada. Descendiente de la diosa. ¡La salvadora de nuestra especie!
El salón se llenó de murmullos. Algunos se inclinaron. Otros la miraron con recelo. Cándido bajó la mirada, reconociendo que las cosas estaban cambiando.
Kael se situó a su lado, lleno de orgullo.
—Ahora comprendes por qué necesitaba hallarla —comentó.
León se giró hacia los ancianos.
—Hemos pasado por alto las señales. La profecía la mencionaba. El día en que el linaje de la Luna se uniera con uno de los nuestros… ese día traería armonía. O conflicto. Solo el tiempo decidirá cuál escogeremos.
Así fue como, en el centro del castillo prohibido, se reconoció a la Luna Suprema.
Sin embargo, no todos estaban satisfechos. Y el riesgo. . . apenas comenzaba.
*
*
Más tarde los llevaron a habitaciones dentro del castillo. Después de la tensión en el consejo, un poco de reposo parecía ser necesario. Elena compartía una comida con Kael, sentados cerca del fuego, en silencio. Desde su llegada, apenas habían intercambiado frases, pero la serenidad era agradable. De repente, llamaron a la puerta y el beta del Lobo Supremo entró con una expresión seria.
—Su Majestad requiere la presencia de la Luna Suprema —anunció con respeto.
Kael frunció el ceño, pero Elena se levantó sin vacilar.
—Está bien. Quiero hablar con él —respondió con determinación.
El salón del consejo estaba desierto, iluminado solo por las antorchas que chisporroteaban en las paredes de piedra. Las sombras parecían moverse como si esperaran en silencio el encuentro que estaba a punto de ocurrir.
Elena entró con paso decidido, a pesar de que su estómago delataba sus nervios.
Lo encontró de pie, mirando por una ventana alta, con las manos entrelazadas detrás de la espalda. Su figura imponente parecía esculpida en piedra, con la espalda erguida y el cabello gris cayendo como una melena de guerrero.
—¿Me llamó usted? —preguntó ella, con una voz más firme de lo que esperaba.
—Sí —respondió León sin volverse—. Quería verte sin la mirada de otros sobre nosotros. Ellos aún no entienden lo que representas… y para ser sincero, yo tampoco lo hacía.
Luego se giró. Sus ojos, dorados como los de Kael, reflejaban algo más que juicio. Había cansancio. Dolor. Experiencia.
—He vivido más siglos de los que tú puedes imaginar, Elena —comenzó, acercándose a ella—. He presenciado imperios caer, manadas desaparecer, traiciones familiares y guerras por tierras. No soy cruel por placer… soy duro por necesidad.
Elena lo miró fijamente. No se echó atrás.
—Y no estoy aquí para buscar aprobación —contestó—. Vine porque necesito entender. Sé que su nieto, su pueblo… todos ustedes luchan por sobrevivir. Y tal vez… yo también lo haga.
León pareció observarla por un momento.
—Tu abuela —dijo de repente—. Yo conocí a la hija de la diosa. Era poderosa, pero se enamoró… del hombre equivocado. Lo dio todo por él… incluso su vida. Pensé que su decendencia había muerto con ella, o seguiría ese mismo camino. Que tu fragilidad como humana acabaría con lo poco que aún protegemos. Pero me equivoqué.
Hizo una pausa, luego siguió. Me contaron lo que hiciste en el camino, cómo luchaste por los tuyos, por los nuestros… eso es liderazgo, no linaje.
Elena bajó la mirada un instante. No por vergüenza, sino porque sus palabras sacudían algo profundo en su interior.
—No elegí este camino —admitió sinceramente—. No pedí ser marcada, ni transformada, ni ser descendiente de una diosa. Solo anhelaba ser libre. Pero si esto es mi realidad… si esto es lo que tengo que ser… entonces pelearé por ello.
León se acercó. Sin embargo, esta vez no parecía una amenaza, sino una forma de protección.
—Eres más loba que muchas que han nacido en nuestras familias —le comentó en voz baja—. Y lo que eres ahora, Elena, no es meramente la compañera de Kael. Eres la oportunidad para cambiar todo. Para unir lo que parece imposible.
El silencio se estableció entre ellos. Era casi reverente.
—¿Y qué sucederá con los clanes que no me acepten? —inquirió ella.
—Lo afrontaremos juntos —respondió él, con un tono grave—. Pero será más sencillo si demuestras que no has venido a dividir… sino a rescatar lo que queda de nosotros.
Elena asintió despacio. Por primera vez, percibía en el Lobo Supremo no a un enemigo… sino a un rey cansado de ver la muerte de su gente.
—Gracias —susurró—. Por darme una oportunidad… y por confiar en Kael.
León retrocedió un paso y, con un gesto casi ceremonial, señaló la salida.
—Eres bienvenida aquí, Elena. No como humana. No como transformada. Sino como la Luna Suprema… nieta de la hija de la diosa, y nuestra última esperanza.
Elena abandonó el salón con la cabeza erguida, consciente de que esa noche, algo había cambiado. En él. En ella. Y en el destino que ambos estaban a punto de forjar juntos.